El jesuita Matteo Ricci, que nació en Macerata el 6 de octubre de 1552, dotado de profunda fe y de extraordinario ingenio cultural y científico, dedicó muchos años de su vida a tejer un provechoso diálogo entre Occidente y Oriente, realizando al mismo tiempo una acción eficaz de arraigo del Evangelio en la cultura del gran pueblo de China. Su ejemplo sigue siendo también hoy un modelo de encuentro beneficioso entre la civilización europea y la china.
(…) Además, lo que ha hecho original y -podríamos decir- profético su apostolado, fue seguramente la profunda simpatía que sentía por los chinos, por su historia, por sus culturas y tradiciones religiosas. Baste recordar su Tratado sobre la amistad (De amicitia Jiaoyoulun), que obtuvo gran éxito desde su primera edición en Nankín en 1595. Este paisano vuestro, modelo de diálogo y de respeto por las creencias de los demás, hizo de la amistad el estilo de su apostolado durante los veintiocho años que permaneció en China. La amistad que ofrecía era correspondida por las poblaciones locales precisamente gracias al clima de respeto y estima que trataba de cultivar, preocupándose por conocer cada vez mejor las tradiciones de la China de ese tiempo.
(Benedicto XVI, Mensaje sobre el gran evangelizador de China, Matteo Ricci; IV centenario de su muerte, 06-V-2009).
Recuerdo cuando leí sobre Matteo Ricci, me impresionó sus grandes esfuerzos por evangelizar respetando la cultura china; porque evangelizar no es occidentalizar, como creen algunos, sino que es descubrir todo lo bueno y cristiano que ya hay en cada cultura. Creo firmemente que en nuestra cultura actual podemos inculturar el cristianismo de nuevo, aunque no será fácil. ¿Cómo se descubre en las costumbres de un malandro (delincuente) lo bueno? Sólo en su humanidad, y posiblemente en la educación y algo de cariño que recibió en su vida. ¿Cómo cristianizar y por tanto transformar, este odio político que se ha hecho lo normal en Venezuela?.
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