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Una vez más, la historia del monaquismo nos enseña que un gran avance de civilización se prepara con la escucha cotidiana de la Palabra de Dios, que impulsa a los creyentes a un esfuerzo personal y comunitario de lucha contra toda forma de egoísmo y de injusticia. Sólo aprendiendo, con la gracia de Cristo, a combatir y vencer el mal dentro de uno mismo y en las relaciones con los demás, se convierten las personas en auténticos constructores de paz y de progreso civil. La Virgen María, Reina de la Paz, ayude a todos los cristianos, en las diversas vocaciones y situaciones de la vida, a ser testimonios de la paz, que Cristo nos ha dado y nos dejó como tarea a realizar en todas partes.
(Benedicto XVI, “Regina Caeli" en la Plaza Benedicto XVI, en Cassino”, 24-V-2009).
Dejar de vivir para nosotros mismos, sino para Cristo: esto es lo que da pleno sentido a la vida de quien se deja conquistar por Él. Lo manifiesta claramente la vicisitud humana y espiritual de san Benito, que abandonando todo siguió fielmente a Jesús. Encarnando en su propia existencia el Evangelio, se convirtió en iniciador de un amplio movimiento de renacimiento espiritual y cultural en Occidente.
Siguiendo la escuela de san Benito, con el paso de los siglos, los monasterios han sido centros fervientes de diálogo, de encuentro y benéfica fusión entre gentes diversas, unificadas por la cultura evangélica de la paz. Los monjes han sabido enseñar con la palabra y el ejemplo el arte de la paz, sirviéndose de los tres "vínculos" que san Benito consideraba necesarios para conservar la unidad del Espíritu entre los seres humanos: la Cruz, que es la ley misma de Cristo; el libro, es decir la cultura; y el arado, que indica el trabajo, la señoría sobre la materia y el tiempo. Gracias a la actividad de los monasterios, articulada en el triple compromiso cotidiano de la oración, del estudio y del trabajo, pueblos enteros del continente europeo han experimentado un auténtico rescate y un benéfico desarrollo moral, espiritual y cultural, educándose en el sentido de la continuidad con el pasado, en la acción concreta a favor del bien común, en la apertura hacia Dios y la dimensión trascendental. Recemos para que Europa valorice siempre este patrimonio de principios e ideales cristianos que constituye una riqueza cultural y espiritual inmensa.
(Benedicto XVI, Homilía a monjes y monjas benedictinos en Montecassino, 25-V-2009).
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