miércoles, 10 de junio de 2009

Benedicto XVI: recapitula su viaje a Tierra Santa

Ahora bien, la historia de ayer y de hoy muestra que precisamente esta Tierra se ha convertido también en símbolo de lo contrario, es decir, de divisiones y de conflictos interminables entre hermanos. ¿Cómo es posible? Es justo que este interrogante interpele nuestro corazón, si bien sabemos que un misterioso designio de Dios concierne a aquella Tierra, donde Dios "ha enviado a su Hijo como víctima de expiación para nuestros pecados" (1 Juan 4, 10). Tierra Santa ha sido llamada un "quinto Evangelio", porque aquí podemos ver, es más tocar la realidad de la historia que Dios ha realizado con los hombres. Comenzando con los lugares de la vida de Abraham hasta los lugares de la vida de Jesús, desde la encarnación hasta la tumba vacía, signo de su resurrección. Sí, Dios ha entrado en esta tierra, ha actuado con nosotros en este mundo. Pero podemos decir más todavía: Tierra Santa, por su misma historia, puede ser considerada un microcosmos que resume en sí el esforzado camino de Dios con la humanidad. Un camino que incluye a causa del pecado también la Cruz, pero gracias la abundancia del amor divino también la alegría del Espíritu Santo, la Resurrección ya comenzada; es un camino entre los valles de nuestro sufrimiento hacia el Reino de Dios. Reino que no es de este mundo, sino que vive en este mundo y debe penetrarlo con su fuerza de justicia y de paz.

La historia de la salvación comienza con la elección de un hombre, Abraham, y de un pueblo, Israel, pero su intención es universal, la salvación de todos los pueblos. La historia de la salvación siempre está marcada por este enlace de particularidad y universalidad. En la primera lectura de hoy vemos bien esta relación: san Pedro, al ver en la casa de Cornelio la fe de los paganos y su deseo de Dios, dice: "Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato" (Hechos 10, 34-35).

(Benedicto XVI, “Discurso al rezar el Regina Caeli”, 17-V-2009).

¡Cuán importante es que los cristianos y los musulmanes convivan pacíficamente respetándose los unos a los otros! Gracias a Dios y al compromiso de los gobernantes, esto sucede en Jordania. Por eso, he rezado para que sea así también en otros lugares, pensando sobre todo en los cristianos que viven una situación difícil en el vecino Irak.
(...) Jerusalén es la encrucijada de las tres grandes religiones monoteístas, y su nombre mismo, "ciudad de la paz", expresa el designio de Dios sobre la humanidad: hacer de ella una gran familia. Este designio, anunciado a Abraham, se realizó plenamente en Jesucristo, al que san Pablo llama "nuestra paz", pues con la fuerza de su Sacrificio derribó el muro de la enemistad (cf. Ef 2, 14). Por tanto, todos los creyentes deben renunciar a los prejuicios y a la voluntad de dominio, y practicar concordes el mandamiento fundamental: amar a Dios con todo su ser y amar al prójimo como a nosotros mismos.


(…) Un momento de intenso recogimiento fue, además, la visita al Mausoleo de Yad Vashem, erigido en Jerusalén en honor de las víctimas del Holocausto. Allí rezamos en silencio y meditamos en el misterio del "nombre": toda persona humana es sagrada, y su nombre está escrito en el corazón del Dios eterno. No se debe olvidar jamás la tremenda tragedia del Holocausto. Al contrario, es necesario que esté siempre en nuestra memoria como advertencia universal al respeto sagrado de la vida humana, que tiene siempre un valor infinito.

De rodillas en el Calvario y en el Sepulcro de Jesús invoqué la fuerza del amor que brota del misterio pascual, la única fuerza capaz de renovar a los hombres y de orientar hacia su fin la historia y el cosmos.

(Benedicto XVI, “Audiencia General: El Viaje Apostólico a Tierra Santa”, 20-V-2009).

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