Judíos y cristianos están preocupados por asegurar el respeto por la sacralidad de la vida humana, la centralidad de la familia, una profunda educación de los jóvenes, la libertad de religión y de conciencia para una sociedad sana; (…) el relativismo moral y las ofensas que este produce contra la dignidad de la persona humana
(Benedicto XVI, “Discurso en el Gran Rabinado de Jerusalén”, 11-V-2009).
Nuestra vida como cristianos no es simplemente un esfuerzo humano por vivir las exigencias del Evangelio impuestas a nosotros como deberes. La Eucaristía nos introduce en el misterio del amor divino. Nuestras vidas se convierten en una aceptación agradecida, dócil y activa del poder de un amor que se nos ha dado. Este amor transformador, que es gracia y verdad (cf. Juan 1,17), nos invita, como individuos y como comunidad, a superar las tentaciones de replegarnos sobre nosotros mismos en el egoísmo o en la indolencia, en el aislamiento, en el prejuicio o en el miedo, y a entregarnos generosamente en el Señor a los demás. Nos lleva como comunidad cristiana a ser fieles a nuestra misión con franqueza y valentía (cf. Hechos 4,13). En el Buen Pastor, que da su vida por su grey, en el Maestro que lava los pies a sus discípulos, mis queridos hermanos, encontráis el modelo de vuestro ministerio al servicio de nuestro Dios que promueve amor y comunión.
(Benedicto XVI, “Discurso en el Cenáculo a los ordinarios de Tierra Santa”, 11-V-2009).
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