lunes, 18 de mayo de 2009

Benedicto XVI en Tierra Santa: La paz es fruto de la unidad sincera con Dios

El justo orden de las relaciones sociales presupone y exige el respeto por la libertad y la dignidad de todo ser humano, que cristianos, musulmanes y judíos creen igualmente creado por un Dios amoroso y destinado a la vida eterna. Cuando la dimensión religiosa de la persona humana es negada o marginada, se pone en peligro el fundamento mismo de una correcta comprensión de los derechos humanos inalienables.

En unión con todos los hombres de buena voluntad, suplico a cuantos están investidos de responsabilidad que exploren toda vía posible para la búsqueda de una solución justa a las enormes dificultades, para que ambos pueblos puedan vivir en paz en una patria que sea la suya, dentro de fronteras seguras e internacionalmente reconocidas. Al respecto, espero y rezo para que pronto se pueda crear un clima de mayor confianza, que haga a las partes capaces de realizar progresos reales en el camino hacia la paz y la estabilidad.

(Benedicto XVI, “Discurso del Papa a su llegada al aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv”, 11-V-2009).

A los líderes religiosos hoy presentes quisiera decirles que la contribución particular de las religiones en la búsqueda de la paz se funda primariamente sobre la búsqueda apasionada y concorde de Dios. Nuestra es la tarea de proclamar y testimoniar que el Omnipotente está presente y se puede conocer aun cuando aparece escondido a nuestra vista, que Él actúa en nuestro mundo para nuestro bien, y que el futuro de la sociedad está marcado por la esperanza cuando vibra en armonía con el orden divino. (…) Por tanto, los líderes religiosos deben ser conscientes de que cualquier división o tensión, toda tendencia a la introversión o a la sospecha entre los creyentes o entre nuestras comunidades puede fácilmente conducir a una contradicción que oscurece la unicidad del Omnipotente, traiciona nuestra unidad y contradice al Único que se revela a sí mismo como "rico en amor y fidelidad" (Éxodo 34, 6; Salmo 138,2; Salmo 85, 11). (…) Gentiles señoras y señores, una seguridad duradera es cuestión de confianza, alimentada en la justicia y en la integridad, fraguada por la conversión de los corazones que nos obliga a mirar al otro a los ojos y que sabe reconocer al "Tu" como un igual a mí, un hermano, una hermana. De esta forma ¿no se convertiría quizás la misma sociedad en "un jardín colmado de frutos" (cfr Isaías 32,15), que no esté marcado por bloqueos y obstrucciones sino por la cohesión y la armonía? ¿No podría convertirse en una comunidad de nobles aspiraciones, donde a todos con agrado se les da acceso a la educación, a la vivienda familiar, a la posibilidad de empleo, una sociedad dispuesta a edificar sobre los fundamentos duraderos de la esperanza?

(Benedicto XVI, “Discurso sobre la paz ante el presidente de Israel Shimon Peres”, 11-V-2009).

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