Queridos amigos: cada uno de nosotros es un peregrino. Todos estamos orientados a avanzar decididamente por el camino de Dios. (…) A veces es difícil encontrar una razón para aquello que se nos presenta sólo como un obstáculo que superar o como una prueba -física o emotiva- que soportar. Pero la fe y la razón nos ayudan a ver un horizonte más allá de nosotros para imaginar la vida como Dios la quiere. El amor incondicional de Dios, que da la vida a cada individuo, tiene un significado y un objetivo para cada vida humana. Su amor salva (Cf. Juan 12,32). Como lo profesan los cristianos, a través de la Cruz, Jesús nos introduce en la vida eterna y de este modo nos indica el camino hacia el futuro, el camino de la esperanza que guía cada paso que damos a través del camino, de manera que también nosotros nos convertimos en difusores de esta esperanza y caridad para los demás. (…) En nuestras pruebas personales y estando al lado de los demás en sus sufrimientos nos hacemos, de alguna forma, más humanos. Y empezamos a aprender que, en otro nivel, también los corazones endurecidos por el cinismo o la injusticia o por la reluctancia a perdonar no están nunca fuera del alcance del radio de acción de Dios y pueden abrirse siempre a un nuevo modo de ser, a una visión de paz. (Benedicto XVI, “Discurso de Benedicto XVI a jóvenes discapacitados del Centro Nuestra Señora Reina de la Paz en Ammán”, 08-V-2009).
Dios tiene una vida para cada uno de nosotros; y no es lo que nosotros queremos, es lo que Él quiere. Muchas veces queremos tantas cosas, y nos cuesta encontrar el equilibrio entre la lucha por lo que queremos y Su voluntad. Ver todo con paz, como llevado de Su mano. Ver las dificultades como parte de la cruz, Su cruz; y aceptar todo lo que nos manda, incluso lo que no deseamos y que no se nos den todos nuestros sueños.
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