miércoles, 20 de mayo de 2009

Benedicto XVI en Tierra Santa: ¿Por qué no debemos NUNCA olvidar el holocausto o Shoá?


"Yo he de darles en mi casa y en mis muros un monumento y un nombre... les daré un nombre que no será borrado, que nunca será cancelado" (Isaías 56, 5).
Este pasaje, tomado del Libro del profeta Isaías, presenta dos frases sencillas que expresan de manera solemne el significado profundo de este lugar venerado: yad, "memorial"; shem, "nombre". He venido aquí para detenerme en silencio ante este monumento, erigido para honrar la memoria de los millones de judíos asesinados en la horrenda tragedia de la Shoá. Perdieron la vida, pero no perderán nunca sus nombres: están indeleblemente grabados en los corazones de sus seres queridos, de sus compañeros de prisión, y de quienes están decididos a no permitir nunca que un horror así pueda volver a deshonrar a la humanidad. Sus nombres, en particular y sobre todo, están grabados para siempre en la memoria de Dios Omnipotente.
Uno puede despojar al vecino de sus posesiones, de las oportunidades o de la libertad..., se puede tejer una insidiosa red de mentiras para convencer a los demás de que ciertos grupos no merecen respeto. Y, sin embargo, por más que se esfuerce, nunca se puede quitar el nombre de otro ser humano.
La Iglesia católica, comprometida en las enseñanzas de Jesús y decidida a imitar el amor por toda persona, siente profunda compasión por las víctimas aquí recordadas. Del mismo modo, está junto a quienes sufren persecuciones a causa de la raza, el color, la condición de vida, o la religión.
(Benedicto XVI, “Discurso del Papa en el Memorial Yad Vashem”, 11-V-2009).


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