Al iniciarse el año de 1942 la Universidad Jagelloniana, con una desafiante intento de supervivencia, se había reconstituido y funcionaba en la clandestinidad con cinco facultades, incluyendo los departamentos que operaran antes de la guerra. Durante los tres años de existencia clandestina de la universidad, 136 profesores se arriesgarían a una muerte inmediata al impartir clases a 800 estudiantes (incluido Karol Wojtyla), a menudo por las noches en casas privadas.
De 1941 a 1944 trabajó como obrero en la empresa química Solvay en una cantera. Aprendió que el trabajo no era un castigo por el pecado original.
Karol Wojtyla llegaría a apreciar de un modo nuevo la piedad mariana que desde tiempos atrás caracterizaba el catolicismo polaco. (…) Leyó la obras de San Luis Grignon de Monfort, del que aprendería que “la verdadera devoción mariana” se centraba siempre en Cristo. María fue la primera discípula; de hecho, el decreto de María (“Hágase en mí según Tú palabra”, Lc 1, 38) y su papel excepcional en la Encarnación del Hijo de Dios haría posible que otros fueran discípulos. Ser discípulo de Cristo significaba ser como María: estar dispuesto a entregarse totalmente a la voluntad de Dios.
(…)El trabajo con todos sus rigores y privaciones, era una participación en la creatividad de Dios, ya que aquél incidía en la mismísima esencia del ser humano como criatura a la que Dios había otorgado el dominio sobre la Tierra.
(…) Los animales actúan; sólo las personas trabajan. Trabajamos porque amamos, a nuestras familias, nuestros hijos, a todos aquellos por quienes trabajamos y que dependen de nuestro trabajo.
(Weigel, George; 1999, Biografía de Juan Pablo II. Testigo de la esperanza, Pp. 87, 91).
Karol Wojtyla llegaría a apreciar de un modo nuevo la piedad mariana que desde tiempos atrás caracterizaba el catolicismo polaco. (…) Leyó la obras de San Luis Grignon de Monfort, del que aprendería que “la verdadera devoción mariana” se centraba siempre en Cristo. María fue la primera discípula; de hecho, el decreto de María (“Hágase en mí según Tú palabra”, Lc 1, 38) y su papel excepcional en la Encarnación del Hijo de Dios haría posible que otros fueran discípulos. Ser discípulo de Cristo significaba ser como María: estar dispuesto a entregarse totalmente a la voluntad de Dios.
(…)El trabajo con todos sus rigores y privaciones, era una participación en la creatividad de Dios, ya que aquél incidía en la mismísima esencia del ser humano como criatura a la que Dios había otorgado el dominio sobre la Tierra.
(…) Los animales actúan; sólo las personas trabajan. Trabajamos porque amamos, a nuestras familias, nuestros hijos, a todos aquellos por quienes trabajamos y que dependen de nuestro trabajo.
(Weigel, George; 1999, Biografía de Juan Pablo II. Testigo de la esperanza, Pp. 87, 91).
Recuerdo que estas enseñanzas sobre el trabajo las aprendí del Opus Dei en los noventa, leyendo biografías de San Josemaría. Señor, has que mi trabajo agotador y que me quita tiempo para lo que más me gusta laboralmente, lo aceptes como cruz para la felicidad de los míos.
Imágenes: Universidad Jagelloniana y Wojtyla obrero.
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