Me ha gustado esta posición en relación a esta terrible polémica.
No debe repetirse
RAFAEL ARRÁIZ LUCCA
Entre los libros publicados, el de Fernando M. González, Los Legionarios de Cristo: testimonios y documentos inéditos (Tusquets, España, 2006), me ha parecido el que ofrece mejores fuentes, aunque los de Martínez de Velasco y Jason Berry, en coautoría con Gerald Renner, del National Catholic Reporter, también son muy útiles para entender la magnitud de esta tragedia. La documentación sobre los delitos de Maciel en materia de pederastia es tan contundente y suficiente que condujo a que Juan Pablo II autorizara al cardenal Ratzinger a aceptar las evidencias en 2004, separó al cura de su ministerio y lo redujo a la penitencia, dada su avanzada edad.
Para entonces, después de las denuncias presentadas en 1998, ya Wojtila había afirmado que era "una guía para la juventud", distinción que ha debido producirles náuseas a las víctimas. Las primeras denuncias datan de 1959, pero fueron desestimadas en su gravedad por la jerarquía eclesiástica mexicana. Vinieron otras, pero también fueron dejadas de lado, siempre con el argumento según el cual era mejor tolerar la sodomía padecida por unos pocos infantes, que la ventilación pública de estos casos, que conllevarían a la perdida de la fe de multitudes.
El tiempo ha demostrado que era un argumento equivocado, y este es el punto que me lleva a escribir sobre esto. Veamos en frío el resultado: varias decenas de niños y adolescentes padecieron a Maciel, quien durante décadas no pudo sustraerse de su patología sino que, por el contrario, mientras sus superiores eclesiásticos subestimaban las denuncias, él cometía sus fechorías sexuales. Cuando Juan Pablo II tomó la decisión de abrir la investigación, ya era imposible obviarla.
No se hizo a tiempo, y ahora lo que va apareciendo es peor. La propia organización religiosa ha tenido que admitir que Maciel tuvo, al menos, una hija. Tres reclamaciones más de paternidad cursan en los tribunales, según la prensa española. En diciembre pasado, la institución que fundó tuvo que admitir que el libro El salterio de mis días, firmado por Maciel como suyo, es un plagio hasta de 80% de sus páginas del libro de El salterio de mis horas, de Luis Lucia Lucia, fallecido en 1943.
También, se admite que el sacerdote era adicto a la morfina y el demerol. ¿Todo este catálogo de horrores que va emergiendo invalida su obra religiosa? ¿En qué medida la institución que fundó es cómplice de estas atrocidades? El tema es complejo. La obra educativa de Los Legionarios de Cristo en el mundo es enorme y positiva. ¿Puede un hombre con una seria psicopatología, que perjudicó hondamente al prójimo con sus delitos, construir una obra de bien? Pues, los hechos demuestran que sí. Lo que sí no puede ocurrir más es que la Iglesia Católica desatienda denuncias fundamentadas, y prefiera proteger a sus ministros del escarnio público, que entregar a la justicia civil a los sacerdotes que incurren en delitos graves. Esta última opción, la que se adoptó hasta 2004 con Maciel, es la peor. Ratzinger ha dicho que tiene plena conciencia de la "suciedad que hay en la Iglesia" y se espera de él una actitud proactiva en este particular. En marzo se espera un veredicto del Vaticano.