JPII pensó en su adolescencia que la crisis del mundo moderno es una crisis de ideas, una crisis de las mismísimas ideas del ser humano. La historia se escribía a partir de la cultura y de las ideas que conformaban las distintas culturas. Las ideas entrañaban consecuencias. Ya así la idea del ser humano que dominaba una cultura era defectuosa, podían suceder dos cosas: que esa cultura originara aspiraciones destructivas, o bien que resultara incapaz de comprender sus más íntimas esperanzas, incluso aunque fueran expresadas en los términos más noblemente humanísticos.
Ser humano supone ser un agente moral, lo que significa a su vez que vivimos en un universo humano cuya mismísima estructura es dramática. Y el gran drama de cualquier vida es la lucha por rendir “la persona que soy” a “la persona que debo ser”. Esa lucha significa enfrentarse a la realidad del maligno, no evitarlo (…). Pero lo maligno no ha tenido la última palabra, pues en el centro del drama humano está Cristo, la imagen del Dios invisible, cuya participación en la condición humana y cuya conquista sobre la muerte significarán que la esperanza no es ni vana ilusión ni una fantasía (…). Esta esperanza es la verdad de nuestro mundo (P. 24).
Si pensamos al ser humano como persona única e irrepetible, las cosas podrían cambiar; pero ¿Cuántos pueden descubrir y valorar esta definición y puede hacer conducta las consecuencias de esta Verdad?. Desde que conocí estas definiciones, no he dejado de repetirlas a mis alumnos, ¿Cuántos las han hecho suyas?. ¿Las hago mías cuando pienso en los diferentes a mi y tanto tirano que hay por el mundo?
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