domingo, 5 de julio de 2009

San Josemaría y el sacerdocio (Extractos de la Carta del Prelado del Opus Dei: Javier Echevarría (Julio, 2009))

La llamada al sacerdocio es un don especialísimo de Dios a la humanidad, para hacer llegar los frutos de la Redención a las almas en todo tiempo y lugar. Nuestro Padre, como es lógico, lo valoraba enormemente. La expresión: Josemaría, sacerdote, adquiría en sus labios y en su pluma una resonancia especial. El sacerdocio es lo más grande del mundo, decía. Nos basta pensar tan sólo en lo que es el milagro de hacer venir a Jesús todos los días a la tierra. Nuestra Madre del Cielo —¡cuánto la hemos de amar: más que Ella sólo Dios!— hizo bajar al Señor una sola vez: fiat mihi secundum verbum tuum! (Lc 1, 38)[4].
En sus escritos y en sus encuentros con los fieles de los lugares más variados, San Josemaría explicaba esta doctrina con ejemplos concretos que impulsaban a poner en ejercicio el sacerdocio común. Por ejemplo, respondiendo a una pregunta que le habían formulado sobre este tema, en 1970, explicaba: participamos todos del sacerdocio de Cristo. Y no os enseño nada nuevo, porque eso mismo lo escribe San Pedro (cfr. 1 Pe 2, 9). Tenéis todos el sacerdocio real. Yo, además, por ser sacerdote, tengo el sacerdocio ministerial. Y ese sacerdocio real nos hace ser gente santa, pueblo escogido, pueblo de Dios. ¿Te vas dando cuenta?Si tú eres del pueblo de Dios y de la gente santa que ha escogido Él, tendrás que ser un defensor de los derechos de Dios, y de los derechos de la criatura humana. Serás bueno con todos; cuando estés trabajando en una cosa que te es poco grata, lo harás por amor, por amor a Jesucristo, porque ésa es la voluntad suya. Y lo harás también pensando en toda la humanidad. Ahí tienes unas cuantas consecuencias de ese sacerdocio real del que San Pedro habló[7]
Para que la llamada a la santidad y al apostolado cale a fondo en la vida de los fieles laicos, y no se quede en simples palabras, la tarea del sacerdote resulta indispensable. Sólo él es el maestro que proclama con autoridad sagrada la Palabra de Dios. Sólo el sacerdote puede administrar el perdón divino en el sacramento de la Penitencia y dirigir a las almas como buen pastor por los caminos de la vida eterna. Sólo el sacerdote ha recibido el poder de consagrar el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Santa Misa, haciendo sus veces, de manera que todos puedan entrar en contacto personal y directo con el Misterio pascual y recibir la Sagrada Comunión, indispensable para alimentar el caminar sobrenatural de las almas.Son motivos que nos deben mover a rezar por el fiel ministerio de los presbíteros. Se dice que los sacerdotes cuentan con el pueblo que se merecen, y que los fieles también tienen los sacerdotes que se merecen. Luego hemos de elevar nuestra oración diaria, en auténtica Comunión de los santos, por los sacerdotes y por el pueblo. Hemos de rogar al Señor, con nuestra lucha diaria por la personal santidad, pidiendo lo que repiten en América latina: Señor, danos sacerdotes santos. Esta oración será siempre precisa y actual, con la idea clara de que todos nos beneficiaremos al implorar del Cielo la santidad del clero. Esta responsabilidad diaria nos afecta a todas y a todos. ¿Rezamos así, a diario? ¿Invitamos a otros para que se unan también a este ruego?
Ser cristianos, ser hijos de Dios, con conocimiento de estas gracias y verdades, implica la exigencia de una generosidad sin límites. Sí, hemos de animar a todos a que vivan lo que nuestro Padre apunta en Camino: venid con nosotros tras el Amor[15].

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