jueves, 2 de julio de 2009

¿Cuál es la identidad y la misión del sacerdote? (Extractos del Discurso de Benedicto XVI en la Audiencia General)

En verdad, precisamente considerando el binomio “identidad-misión”, cada sacerdote puede advertir mejor la necesidad de esa progresiva identificación con Cristo que le garantiza la fidelidad y la fecundidad del testimonio evangélico. El mismo título del Año Sacerdotal – Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote – evidencia que el don de la gracia divina precede toda posible respuesta humana y realización pastoral, y así, en la vida del sacerdote, anuncio misionero y culto no son separables nunca, como tampoco se separan la identidad ontológico-sacramental y la misión evangelizadora. Por lo demás, el fin de la misión de todo presbítero, podríamos decir, es “cultual”: para que todos los hombres puedan ofrecerse a Dios como hostia viva, santa, agradable a Él (Cf. Rm 12,1), que en la misma creación, en los hombres, se convierte en culto, alabanza del Creador, recibiendo aquella caridad que estan llamados a dispensarse abundantemente unos a otros. Lo advertimos claramente en los inicios del cristianismo. San Juan Crisóstomo decía, por ejemplo, que el sacramento del altar y el “sacramento del hermano”, o, como dice, el “sacramento del pobre”, constituyen dos aspectos del mismo misterio. El amor al prójimo, la atención a la justicia y a los pobres, no son solamente temas de una moral social, sino más bien expresión de una concepción sacramental de la moralidad cristiana, porque, a través del ministerio de los presbíteros, se realiza el sacrificio espiritual de todos los fieles, en unión con el de Cristo, único Mediador: sacrificio que los presbíteros ofrecen de forma incruenta y sacramental en espera de la nueva venida del Señor. Ésta es la principal dimensión, esencialmente misionera y dinámica, de la identidad y del ministerio sacerdotal: a través del anuncio del Evangelio engendran en la fe a aquellos que aún no creen, para que puedan unir el sacrificio de Cristo a su sacrificio, que se traduce en amor a Dios y al prójimo.

¿Quién es de hecho el presbítero, si no un hombre convertido y renovado por el Espíritu, que vive de la relación personal con Cristo, haciendo constantemente propios los criterios evangélicos? ¿Quién es el presbítero, si no un hombre de unidad y de verdad, consciente de sus propios límites y, al mismo tiempo, de la extraordinaria grandeza de la vocación recibida, la de ayudar a extender el Reino de Dios hasta los extremos confines de la tierra? ¡Sí! El sacerdote es un hombre todo del Señor, porque es Dios mismo quien le llama y le constituye en su servicio apostólico. Y precisamente siendo todo del Señor, es todo de los hombres, para los hombres.

La escasez numérica de ordenaciones sacerdotales en algunos países no sólo no debe desanimar, sino que debe empujar a multiplicar los espacios de silencio y de escucha de la Palabra, a cuidar mejor la dirección espiritual y el sacramento de la confesión, para que la voz de Dios, que siempre sigue llamando y confirmando, pueda ser escuchada y prontamente seguida por muchos jóvenes. Quien reza no tiene miedo; quien reza nunca está solo; ¡quien reza se salva! Modelo de una existencia hecha oración es sin duda san Juan María Vianney. María, Madre de la Iglesia, ayude a todos los sacerdotes a seguir su ejemplo para ser, como él, testigos de Cristo y apóstoles del Evangelio.

(Benedicto XVI, Audiencia General, 01-VII-2009).

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