sábado, 29 de marzo de 2008

Obispo Venezolano opina (Monseñor B. Porras) sobre "teoría de la conspiración"

Artículos de opinión del clero y fieles católicos en Venezuela
Les dejo el artículo semanal de Monseñor Porras (Arzobispo de Mérida, Venezuela) que publica en El Universal, ver acá.
La retórica...

Los fanáticos ven complots y conspiraciones en todas partes

Umberto Eco en su obra A paso de cangrejo, brinda reflexiones que ayudan a entender muchas cosas. La historia se cansa de dar saltos hacia delante y se encierra de nuevo en sí misma para cometer errores que parecían superados.

La segunda parte del libro está dedicada al fenómeno del régimen de populismo mediático. Denunciar el error o tener derecho a expresar disidencia debe ser un derecho. Esto no está tan claro hoy. Los tiempos son oscuros, las costumbres corruptas y hasta el derecho a la crítica, cuando no lo ahogan las medidas de censura, está expuesto al furor popular.

La retórica es la técnica de la persuasión y no es una cosa mala, aun cuando se pueda persuadir a alguien con artes reprobables a hacer algo en contra de su propio interés. Son muy pocas las cosas de las que se puede convencer al oyente por medio de razones apodícticas. Hay países y culturas donde el poder se basa en el consenso, y en ellos se utilizan técnicas de persuasión; y hay países despóticos donde sólo rige la ley de la fuerza y la prevaricación, donde no hace falta convencer a nadie. Prevaricar es abusar del propio poder para obtener ventajas en contra del interés de la víctima transgrediendo los límites de lo lícito.

Uno de los argumentos que se utilizan para desencadenar una guerra o para iniciar una persecución es la idea de que hay que reaccionar ante un complot urdido contra nosotros, nuestro grupo o país. Lo que hubiera podido resolverse por vía diplomática se hace por la fuerza y los desplantes. Es la apelación al síndrome del complot. Sólo apelando a una frustración común se vuelve emotivamente necesario y comprensible el golpe de escena final. En cualquier caso los fanáticos ven complots y conspiraciones en todas partes. Todo parecido es pura coincidencia. Pero hace falta pensar y repensar dónde estamos y a dónde nos quieren llevar.

Fotos del Viernes Santo en estado Táchira

Religiosidad popular

Kevin Vásquez publica sus fotos de flickr y acá nos deja unas hermosas imágenes del Viernes Santo en el estado Táchira. Les presento sólo un ejemplo:


viernes, 28 de marzo de 2008

La difícil tensión en la lucha por la santidad

Ser santo es amar a Dios, buscar la santidad es imitar a Jesús y a los que lo han imitado a su vez, y buscar la santidad es luchar por vivir las virtudes teologales y humanas. Pero en medio de este principio del cristianismo universal surge la tensión: ¿dónde poner el acento? ¿hasta dónde debemos controlarnos (o reprimirnos o hacerse violencia contra nuestros deseos, estas palabras son escándalo para muchos cristianos)?. Me refiero a la tensión que existe entre la lucha por mejorarnos para amar y servir a Dios y a los demás, y la natural y necesaria conservación de nuestro equilibro psicológico... ¿cuándo la lucha se vuelve insana?. Pero existe otro problema o tensión: ¿cuándo el temor porque nuestra lucha se vuelva antinatural u obsesiva (lo que llaman "exceso de escrúpulos") nos impide ir más allá, o nos hace unos "blandengues", flojos o cómodos, o nada heroicos en la vivencia de las virtudes (en pocas palabras: santos)?. Esta es una de las tensiones terribles para el que se toma en serio el ser cristiano... ¿dónde está la respuesta y con ejemplos prácticos sin nada de generalizaciones imprecisas?.

jueves, 27 de marzo de 2008

Frases espirituales

Me gustó mucho en la película "La vida en rosa" (La Mòme en la original, ver acà) que trata sobre la vida de la cantante francesa Edith Piaf, cuando la entrevistan al final de su carrera, y se le hacen la siguiente pregunta:
- ¿Reza?
- Sí, porque creo en el Amor.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Benedicto XVI: Audiencia General de los Miércoles (26 de marzo)

Benedicto XVI: La resurrección de Cristo, clave de bóveda del cristianismo

Intervención en la audiencia general del 26 de marzo

CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 30 marzo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI el pasado miércoles 26 de marzo, durante la audiencia general concedida en la plaza de San Pedro del Vaticano.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

«Et resurrexit tertia die secundum Scripturas», «Resucitó al tercer día según las Escrituras». Cada domingo, en el Credo, renovamos nuestra profesión de fe en la resurrección de Cristo, acontecimiento sorprendente que constituye la clave de bóveda del cristianismo. En la Iglesia todo se comprende a partir de este gran misterio, que ha cambiado el curso de la historia y se hace actual en cada celebración eucarística.

Sin embargo, existe un tiempo litúrgico en el que esta realidad central de la fe cristiana se propone a los fieles de un modo más intenso en su riqueza doctrinal e inagotable vitalidad, para que la redescubran cada vez más y la vivan cada vez con mayor fidelidad: es el tiempo pascual. Cada año, en el «santísimo Triduo de Cristo crucificado, muerto y resucitado», como lo llama san Agustín, la Iglesia recorre, en un clima de oración y penitencia, las etapas conclusivas de la vida terrena de Jesús: su condena a muerte, la subida al Calvario llevando la cruz, su sacrificio por nuestra salvación y su sepultura. Luego, al «tercer día», la Iglesia revive su resurrección: es la Pascua, el paso de Jesús de la muerte a la vida, en el que se realizan en plenitud las antiguas profecías. Toda la liturgia del tiempo pascual canta la certeza y la alegría de la resurrección de Cristo.

Queridos hermanos y hermanas, debemos renovar constantemente nuestra adhesión a Cristo muerto y resucitado por nosotros: su Pascua es también nuestra Pascua, porque en Cristo resucitado se nos da la certeza de nuestra resurrección. La noticia de su resurrección de entre los muertos no envejece y Jesús está siempre vivo; y también sigue vivo su Evangelio.
«La fe de los cristianos -afirma san Agustín- es la resurrección de Cristo». Los Hechos de los Apóstoles lo explican claramente: «Dios dio a todos los hombres una prueba segura sobre Jesús al resucitarlo de entre los muertos» (Hch 17, 31). En efecto, no era suficiente la muerte para demostrar que Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios, el Mesías esperado. ¡Cuántos, en el decurso de la historia, han consagrado su vida a una causa considerada justa y han muerto! Y han permanecido muertos.

La muerte del Señor demuestra el inmenso amor con el que nos ha amado hasta sacrificarse por nosotros; pero sólo su resurrección es «prueba segura», es certeza de que lo que afirma es verdad, que vale también para nosotros, para todos los tiempos. Al resucitarlo, el Padre lo glorificó. San Pablo escribe en la carta a los Romanos: «Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rm 10, 9).
Es importante reafirmar esta verdad fundamental de nuestra fe, cuya verdad histórica está ampliamente documentada, aunque hoy, como en el pasado, no faltan quienes de formas diversas la ponen en duda o incluso la niegan. El debilitamiento de la fe en la resurrección de Jesús debilita, como consecuencia, el testimonio de los creyentes. En efecto, si falla en la Iglesia la fe en la Resurrección, todo se paraliza, todo se derrumba. Por el contrario, la adhesión de corazón y de mente a Cristo muerto y resucitado cambia la vida e ilumina la existencia de las personas y de los pueblos.

¿No es la certeza de que Cristo resucitó la que ha infundido valentía, audacia profética y perseverancia a los mártires de todas las épocas? ¿No es el encuentro con Jesús vivo el que ha convertido y fascinado a tantos hombres y mujeres, que desde los inicios del cristianismo siguen dejándolo todo para seguirlo y poniendo su vida al servicio del Evangelio? «Si Cristo no resucitó, -decía el apóstol san Pablo- es vana nuestra predicación y es vana también nuestra fe» (1Co 15, 14). Pero ¡resucitó!

El anuncio que en estos días volvemos a escuchar sin cesar es precisamente este: ¡Jesús ha resucitado! Es «el que vive» (Ap 1, 18), y nosotros podemos encontrarnos con él, como se encontraron con él las mujeres que, al alba del tercer día, el día siguiente al sábado, se habían dirigido al sepulcro; como se encontraron con él los discípulos, sorprendidos y desconcertados por lo que les habían referido las mujeres; y como se encontraron con él muchos otros testigos en los días que siguieron a su resurrección.

Incluso después de su Ascensión, Jesús siguió estando presente entre sus amigos, como por lo demás había prometido: «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). El Señor está con nosotros, con su Iglesia, hasta el fin de los tiempos. Los miembros de la Iglesia primitiva, iluminados por el Espíritu Santo, comenzaron a proclamar el anuncio pascual abiertamente y sin miedo. Y este anuncio, transmitiéndose de generación en generación, ha llegado hasta nosotros y resuena cada año en Pascua con una fuerza siempre nueva.

De modo especial en esta octava de Pascua, la liturgia nos invita a encontrarnos personalmente con el Resucitado y a reconocer su acción vivificadora en los acontecimientos de la historia y de nuestra vida diaria. Por ejemplo, hoy, miércoles, nos propone el episodio conmovedor de los dos discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35). Después de la crucifixión de Jesús, invadidos por la tristeza y la decepción, volvían a casa desconsolados. Durante el camino conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado en aquellos días en Jerusalén; entonces se les acercó Jesús, se puso a conversar con ellos y a enseñarles: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» (Lc 24, 25-26). Luego, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.

La enseñanza de Jesús -la explicación de las profecías- fue para los discípulos de Emaús como una revelación inesperada, luminosa y consoladora. Jesús daba una nueva clave de lectura de la Biblia y ahora todo quedaba claro, precisamente orientado hacia este momento. Conquistados por las palabras del caminante desconocido, le pidieron que se quedara a cenar con ellos. Y él aceptó y se sentó a la mesa con ellos. El evangelista san Lucas refiere: «Sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando» (Lc 24, 30). Fue precisamente en ese momento cuando se abrieron los ojos de los dos discípulos y lo reconocieron, «pero él desapareció de su lado» (Lc 24, 31). Y ellos, llenos de asombro y alegría, comentaron: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24, 32).

En todo el año litúrgico, y de modo especial en la Semana santa y en la semana de Pascua, el Señor está en camino con nosotros y nos explica las Escrituras, nos hace comprender este misterio: todo habla de él. Esto también debería hacer arder nuestro corazón, de forma que se abran igualmente nuestros ojos. El Señor está con nosotros, nos muestra el camino verdadero. Como los dos discípulos reconocieron a Jesús al partir el pan, así hoy, al partir el pan, también nosotros reconocemos su presencia. Los discípulos de Emaús lo reconocieron y se acordaron de los momentos en que Jesús había partido el pan. Y este partir el pan nos hace pensar precisamente en la primera Eucaristía, celebrada en el contexto de la última Cena, donde Jesús partió el pan y así anticipó su muerte y su resurrección, dándose a sí mismo a los discípulos.
Jesús parte el pan también con nosotros y para nosotros, se hace presente con nosotros en la santa Eucaristía, se nos da a sí mismo y abre nuestro corazón. En la santa Eucaristía, en el encuentro con su Palabra, también nosotros podemos encontrar y conocer a Jesús en la mesa de la Palabra y en la mesa del Pan y del Vino consagrados. Cada domingo la comunidad revive así la Pascua del Señor y recibe del Salvador su testamento de amor y de servicio fraterno.
Queridos hermanos y hermanas, que la alegría de estos días afiance aún más nuestra adhesión fiel a Cristo crucificado y resucitado. Sobre todo, dejémonos conquistar por la fascinación de su resurrección. Que María nos ayude a ser mensajeros de la luz y de la alegría de la Pascua para muchos hermanos nuestros.

De nuevo os deseo a todos una feliz Pascua.

[Al final de la audiencia el Papa saludó en varios idiomas a los peregrinos. En español, dijo:]
Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a los alumnos del seminario mayor iberoamericano de los Padres de Schönstatt. Saludo también a los distintos grupos de estudiantes y peregrinos venidos de Argentina, El Salvador, España, México, Puerto Rico, y de otros países latinoamericanos. Que la alegría de la resurrección de Cristo haga más profunda y fiel vuestra vida cristiana, al mismo tiempo que os animo a ser, con la ayuda de María, mensajeros de la luz y la alegría de la Pascua para todos vuestros hermanos. ¡Felices Pascuas!

[En italiano]

Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes y especialmente vosotros, muchachos y muchachas que habéis venido en tan gran número de parroquias y oratorios de la archidiócesis de Milán, sed protagonistas entusiastas en la Iglesia y en la sociedad. Vosotros, que hacéis este año la «profesión de fe», empeñaos en construir la civilización del amor, fundada en Cristo, que murió y resucitó por todos. Queridos enfermos, que la luz de la Resurrección ilumine y sostenga vuestro sufrimiento diario, haciéndolo fecundo en beneficio de toda la humanidad. Y vosotros, queridos recién casados, sacad cada día del misterio pascual la fuerza para un amor sincero e inagotable.

[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

...gracias por sus oraciones

Vamos a ver, parece que hay una oportunidad.

martes, 25 de marzo de 2008

Oraciones para hoy...

Agradezco a los buenos amigos sus oraciones para mañana a las 9am...
mil gracias!!!

lunes, 24 de marzo de 2008

Benedicto XVI: La alegría de la Resurrección de Cristo


Intervención en el Regina Caeli del 24 de marzo

CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 31 marzo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI el 24 de marzo al rezar junto a varios miles de peregrinos congregados en el patio de la residencia pontificia de Castel Gandolfo la oración mariana del Regina Caeli.

* * *
Queridos hermanos y hermanas:

En la solemne Vigilia pascual volvió a resonar, después de los días de Cuaresma, el canto del Aleluya, palabra hebrea universalmente conocida, que significa «alabad al Señor». Durante los días del tiempo pascual esta invitación a la alabanza se propaga de boca en boca, de corazón en corazón. Resuena a partir de un acontecimiento absolutamente nuevo: la muerte y resurrección de Cristo. El aleluya brotó del corazón de los primeros discípulos y discípulas de Jesús en aquella mañana de Pascua, en Jerusalén.

Casi nos parece oír sus voces: la de María Magdalena, la primera que vio al Señor resucitado en el jardín cercano al Calvario; las voces de las mujeres, que se encontraron con él mientras corrían, asustadas y felices, a dar a los discípulos el anuncio del sepulcro vacío; las voces de los dos discípulos que con rostros tristes se habían encaminado a Emaús y por la tarde volvieron a Jerusalén llenos de alegría por haber escuchado su palabra y haberlo reconocido «en la fracción del pan»; las voces de los once Apóstoles, que aquella misma tarde lo vieron presentarse en medio de ellos en el Cenáculo, mostrarles las heridas de los clavos y de la lanza y decirles: «¡La paz con vosotros!». Esta experiencia ha grabado para siempre el aleluya en el corazón de la Iglesia, y también en nuestro corazón.

De esa misma experiencia deriva también la oración que rezamos hoy y todos los días del tiempo pascual en lugar del Ángelus: el Regina Caeli. El texto que sustituye durante estas semanas al Ángelus es breve y tiene la forma directa de un anuncio: es como una nueva «anunciación» a María, que esta vez no hace un ángel, sino los cristianos, que invitamos a la Madre a alegrarse porque su Hijo, a quien llevó en su seno, resucitó como lo había prometido.

En efecto, «alégrate» fue la primera palabra que el mensajero celestial dirigió a la Virgen en Nazaret. Y el sentido era este: Alégrate, María, porque el Hijo de Dios está a punto de hacerse hombre en ti. Ahora, después del drama de la Pasión, resuena una nueva invitación a la alegría: «Gaude et laetare, Virgo Maria, alleluia, quia surrexit Dominus vere, alleluia», «Alégrate y regocíjate, Virgen María, aleluya, porque verdaderamente el Señor ha resucitado, aleluya».
Queridos hermanos y hermanas, dejemos que el aleluya pascual también se grabe profundamente en nosotros, de modo que no sea sólo una palabra en ciertas circunstancias exteriores, sino la expresión de nuestra misma vida: la existencia de personas que invitan a todos a alabar al Señor y lo hacen actuando como «resucitados». Decimos a María: «Ruega al Señor por nosotros», para que Aquel que en la resurrección de su Hijo devolvió la alegría al mundo entero, nos conceda gozar de esa alegría ahora y siempre, en nuestra vida actual y en la vida sin fin.

[Después del Regina Caeli, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en este lunes de la octava de Pascua. Os invito a alegraros y a regocijaros con la Virgen María, porque el Señor Jesús resucitó de entre los muertos y reina para siempre. Él intercede por vosotros y os alienta a vivir de acuerdo con la fe que profesáis. Feliz tiempo de Pascua.
[En italiano]

En la luz de Cristo resucitado cobra un valor particular la Jornada anual de oración y ayuno por los misioneros mártires, que se celebra precisamente hoy, 24 de marzo. Recordar y orar por estos hermanos y hermanas nuestros -obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos- caídos durante el año 2007 mientras prestaban su servicio misionero, es un deber de gratitud de toda la Iglesia y un estímulo para cada uno de nosotros a testimoniar de modo cada vez más valiente nuestra fe y nuestra esperanza en Aquel que en la cruz venció para siempre el poder del odio y de la violencia con la omnipotencia de su amor.

Hoy se celebra también la Jornada mundial de lucha contra la tuberculosis. Estoy particularmente cercano a los enfermos y a sus familias, y deseo que en todo el mundo aumente el compromiso por derrotar este azote. Mi llamamiento se dirige sobre todo a las instituciones católicas, para que cuantos sufren puedan reconocer, a través de su obra, al Señor resucitado que los sana, los consuela y les da paz.

[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

Martirio de Monseñor Romero

Efemérides espirituales

Un día como hoy pero de 1980 fue asesinadoMonseñor Oscar Arnulfo Romero, cuando oficiaba una misa en la capilla del hospital de La Divina Providencia, en la colonia Miramonte de San Salvador. Un disparo hecho por un francotirador impacto en su corazón, en el preciso momento de la eucaristía. Su crítica constante al gobierno y los militares, su apoyo a los pobres, y la homilía del día anterior (ver acá); llevaron a un grupo de militares a planear y ejecutar su asesinato. Les dejo acá y aquí dos páginas sobre su vida y obra, y esta que contiene todas sus homilías
El proceso de beatificación de Monseñor Romero está abierto, pero lamentablemente la politización que han hecho algunos grupos de su figura, entorpece este proceso. Desde mi adolescencia siempre le tuve gran admiración.

A su vez les dejo esta dramatización del momento en la película "Romero", de verdad, algo terrible.


Otra efeméride de la Iglesia

2006 -
Pope Benedict XVI adds 15 men to the College of Cardinals, in the first consistory of his Pontificate.

domingo, 23 de marzo de 2008

"I will Follow Him" para alegrarnos en esta Pascua de Resurreción

Acá les dejo una canción para animarnos y alegrarnos en esta Pascua, además, la letra es bellísima!. Siempre me ha gustado mucho, porque en ella veo - me dirán loco -, una metáfora de lo que en mi opinión es y debe ser la Iglesia: seguidora de Cristo, como dice la letra, a dónde sea y pase lo que pase; celestial, hermosa y ordenada como una catedral (y con y en medio de los pobres como es la Iglesia de la película); respetuosa de la jerarquía, y una jerarquía que a su vez escucha a los fieles; UNA EN LA DIVERSIDAD Y ESPONTANEIDAD DE TODOS SUS MOVIMIENTOS; alegre, muy alegre como la canción... sin pacaterías o moralinas que teman a la modernidad y lo novedoso.

Espiritualidad ignaciana: excelentes videos del admirado amigo "Ululatus"

Acá les dejo un video (están en orden, en tres partes) hecho por novicios jesuitas mexicanos, entre los cuales se encuentra Gabriel García (Ululatus Sapiens para la blogósfera):






Homilía de Monseñor Romero un día como hoy pero de 1980

Efemérides

Les dejo el final de la Homilía de Monseñor Romero un día como hoy pero de 1980, cuando El Salvador vivía una situación de guerra civil y sangrienta represión militar.

Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles... Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: "No matar". Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión.

Acá se puede escuchar el audio de dicha homilía…

O un video con la voz de fondo




Les dejo la noticia de una tradición venezolana: “la quema de judas” ver
acá

Benedicto XVI: Mensaje de Pascua (23 de marzo)

El subrayado es nuestro, y en verdad que todo este mensaje nos emociona.

Mensaje de Pascua de Benedicto XVI

«He resucitado, estoy siempre contigo»

CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 23 marzo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje de Pascua que pronunció Benedicto XVI a mediodía de este Domingo de Resurrección desde la plaza de San Pedro del Vaticano.

* * *

Resurrexi, et adhuc tecum sum. Alleluia! He resucitado, estoy siempre contigo. ¡Aleluya! Queridos hermanos y hermanas, Jesús, crucificado y resucitado, nos repite hoy este anuncio gozoso: es el anuncio pascual. Acojámoslo con íntimo asombro y gratitud.


"Resurrexi et adhuc tecum sum". "He resucitado y aún y siempre estoy contigo". Estas palabras, entresacadas de una antigua versión del Salmo 138 (v.18b), resuenan al comienzo de la Santa Misa de hoy. En ellas, al surgir el sol de la Pascua, la Iglesia reconoce la voz misma de Jesús que, resucitando de la muerte, colmado de felicidad y amor, se dirige al Padre y exclama: Padre mío, ¡heme aquí! He resucitado, todavía estoy contigo y lo estaré siempre; tu Espíritu no me ha abandonado nunca. Así también podemos comprender de modo nuevo otras expresiones del Salmo: "Si escalo al cielo, allí estás tú, si me acuesto en el abismo, allí te encuentro... Porque ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día; para ti las tinieblas son como luz" (Sal 138, 8.12). Es verdad: en la solemne vigilia de Pascua las tinieblas se convierten en luz, la noche cede el paso al día que no conoce ocaso. La muerte y resurrección del Verbo de Dios encarnado es un acontecimiento de amor insuperable, es la victoria del Amor que nos ha liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte. Ha cambiado el curso de la historia, infundiendo un indeleble y renovado sentido y valor a la vida del hombre.

"He resucitado y estoy aún y siempre contigo". Estas palabras nos invitan a contemplar a Cristo resucitado, haciendo resonar en nuestro corazón su voz. Con su sacrificio redentor Jesús de Nazaret nos ha hecho hijos adoptivos de Dios, de modo que ahora podemos introducirnos también nosotros en el diálogo misterioso entre Él y el Padre. Viene a la mente lo que un día dijo a sus oyentes: "Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27). En esta perspectiva, advertimos que la afirmación dirigida hoy por Jesús resucitado al Padre, - "Estoy aún y siempre contigo" - nos concierne también a nosotros, que somos hijos de Dios y coherederos con Cristo, si realmente participamos en sus sufrimientos para participar en su gloria (cf. Rm 8,17). Gracias a la muerte y resurrección de Cristo, también nosotros resucitamos hoy a la vida nueva, y uniendo nuestra voz a la suya proclamamos nuestro deseo de permanecer para siempre con Dios, nuestro Padre infinitamente bueno y misericordioso.

Entramos así en la profundidad del misterio pascual. El acontecimiento sorprendente de la resurrección de Jesús es esencialmente un acontecimiento de amor: amor del Padre que entrega al Hijo para la salvación del mundo; amor del Hijo que se abandona en la voluntad del Padre por todos nosotros; amor del Espíritu que resucita a Jesús de entre los muertos con su cuerpo transfigurado. Y todavía más: amor del Padre que "vuelve a abrazar" al Hijo envolviéndolo en su gloria; amor del Hijo que con la fuerza del Espíritu vuelve al Padre revestido de nuestra humanidad transfigurada. Esta solemnidad, que nos hace revivir la experiencia absoluta y única de la resurrección de Jesús, es un llamamiento a convertirnos al Amor; una invitación a vivir rechazando el odio y el egoísmo y a seguir dócilmente las huellas del Cordero inmolado por nuestra salvación, a imitar al Redentor "manso y humilde de corazón", que es descanso para nuestras almas (cf. Mt 11,29).

Hermanas y hermanos cristianos de todos los rincones del mundo, hombres y mujeres de espíritu sinceramente abierto a la verdad: que nadie cierre el corazón a la omnipotencia de este amor redentor. Jesucristo ha muerto y resucitado por todos: ¡Él es nuestra esperanza! Esperanza verdadera para cada ser humano. Hoy, como hizo en Galilea con sus discípulos antes de volver al Padre, Jesús resucitado nos envía también a todas partes como testigos de su esperanza y nos garantiza: Yo estoy siempre con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20). Fijando la mirada del alma en las llagas gloriosas de su cuerpo transfigurado, podemos entender el sentido y el valor del sufrimiento, podemos aliviar las múltiples heridas que siguen ensangrentando a la humanidad, también en nuestros días. En sus llagas gloriosas reconocemos los signos indelebles de la misericordia infinita del Dios del que habla al profeta: Él es quien cura las heridas de los corazones desgarrados, quien defiende a los débiles y proclama la libertad a los esclavos, quien consuela a todos los afligidos y ofrece su aceite de alegría en lugar del vestido de luto, un canto de alabanza en lugar de un corazón triste (cf. Is 61,1.2.3). Si nos acercamos a Él con humilde confianza, encontraremos en su mirada la respuesta al anhelo más profundo de nuestro corazón: conocer a Dios y entablar con Él una relación vital en una auténtica comunión de amor, que colme de su mismo amor nuestra existencia y nuestras relaciones interpersonales y sociales. Para esto la humanidad necesita a Cristo: en Él, nuestra esperanza, "fuimos salvados" (cf. Rm 8,24)

Cuántas veces las relaciones entre personas, grupos y pueblos, están marcadas por el egoísmo, la injusticia, el odio, la violencia, en vez de estarlo por el amor. Son las llagas de la humanidad, abiertas y dolientes en todos los rincones del planeta, aunque a veces ignoradas e intencionadamente escondidas; llagas que desgarran el alma y el cuerpo de innumerables hermanos y hermanas nuestros. Éstas esperan obtener alivio y ser curadas por las llagas gloriosas del Señor resucitado (cf. 1 P 2, 24-25) y por la solidaridad de cuantos, siguiendo sus huellas y en su nombre, realizan gestos de amor, se comprometen activamente en favor de la justicia y difunden en su alrededor signos luminosos de esperanza en los lugares ensangrentados por los conflictos y dondequiera que la dignidad de la persona humana continúe siendo denigrada y vulnerada. El anhelo es que precisamente allí se multipliquen los testimonios de benignidad y de perdón.

Queridos hermanos y hermanas, dejémonos iluminar por la luz deslumbrante de este Día solemne; abrámonos con sincera confianza a Cristo resucitado, para que la fuerza renovadora del Misterio pascual se manifieste en cada uno de nosotros, en nuestras familias y nuestros Países. Se manifieste en todas las partes del mundo. No podemos dejar de pensar en este momento, de modo particular, en algunas regiones africanas, como Dafur y Somalia, en el martirizado Oriente Medio, especialmente en Tierra Santa, en Irak, en Líbano y, finalmente, en Tibet, regiones para las cuales aliento la búsqueda de soluciones que salvaguarden el bien y la paz. Invoquemos la plenitud de los dones pascuales por intercesión de María que, tras haber compartido los sufrimientos de la Pasión y crucifixión de su Hijo inocente, ha experimentado también la alegría inefable de su resurrección. Que, al estar asociada a la gloria de Cristo, sea Ella quien nos proteja y nos guíe por el camino de la solidaridad fraterna y de la paz. Éstos son mis anhelos pascuales, que transmito a los que estáis aquí presentes y a los hombres y mujeres de cada nación y continente unidos con nosotros a través de la radio y de la televisión. ¡Feliz Pascua!


[Traducción del original italiano distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

sábado, 22 de marzo de 2008

Benedicto XIV: Homilía de la Vigilia Pascual 2008

Por Ecclesia Digital (ver acá). Me han encantado esta homilía, me llena de alegría porque la misma nos recuerda las "bases" y "sentido" de la comunidad de los crisitanos. El subrayado es nuestro.

Imagen tomada de Ecclesia digital.

A las 21:00h. el Santo Padre Benedicto XVI, ha presidido en la Basílica Vaticana de San Pedro la solemne Vigilia en la Noche Santa de la Pascua.

Queridos hermanos y hermanas:

En su discurso de despedida, Jesús anunció a los discípulos su inminente muerte y resurrección con una frase misteriosa: “Me voy y vuelvo a vuestro lado” (Jn 14,28). Morir es partir. Aunque el cuerpo del difunto aún permanece, él personalmente se marchó hacia lo desconocido y nosotros no podemos seguirlo (cf. Jn 13,36). Pero en el caso de Jesús existe una novedad única que cambia el mundo. En nuestra muerte el partir es una cosa definitiva, no hay retorno. Jesús, en cambio, dice de su muerte: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Justamente en su irse, él regresa. Su marcha inaugura un modo totalmente nuevo y más grande de su presencia.

Con su muerte entra en el amor del Padre. Su muerte es un acto de amor. Ahora bien, el amor es inmortal. Por este motivo su partida se transforma en un retorno, en una forma de presencia que llega hasta lo más profundo y no acaba nunca. En su vida terrena Jesús, como todos nosotros, estaba sujeto a las condiciones externas de la existencia corpórea: a un determinado lugar y a un determinado tiempo. La corporeidad pone límites a nuestra existencia. No podemos estar contemporáneamente en dos lugares diferentes. Nuestro tiempo está destinado a acabarse.

Entre el yo y el tú está el muro de la alteridad. Ciertamente, amando podemos entrar, de algún modo, en la existencia del otro. Queda, sin embargo, la barrera infranqueable del ser diversos.

Jesús, en cambio, que a través del amor ha sido transformado totalmente, está libre de tales barreras y límites. Es capaz de atravesar no sólo las puertas exteriores cerradas, como nos narran los Evangelios (cf. Jn 20, 19). Puede atravesar la puerta interior entre el yo y el tú, la puerta cerrada entre el ayer y el hoy, entre el pasado y el porvenir. Cuando, en el día de su entrada solemne en Jerusalén, un grupo de griegos pidió verlo, Jesús contestó con la parábola del grano de trigo que, para dar mucho fruto, tiene que morir. Con eso predijo su propio destino: no se limitó simplemente a hablar unos minutos con este o aquel griego. A través de su Cruz, de su partida, de su muerte como el grano de trigo, llegaría realmente a los griegos, de modo que ellos pudieran verlo y tocarlo en la fe. Su partida se convierte en un venir en el modo universal de la presencia del Resucitado, en el cual Él está presente ayer, hoy y siempre; en el cual abraza todos los tiempos y todos los lugares. Ahora puede superar también el muro de la alteridad que separa el yo del tú. Esto sucedió con Pablo, quien describe el proceso de su conversión y Bautismo con las palabras: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2, 20). Mediante la llegada del Resucitado, Pablo ha obtenido una identidad nueva. Su yo cerrado se ha abierto.

Ahora vive en comunión con Jesucristo, en el gran yo de los creyentes que se han convertido –como él define– en “uno en Cristo” (Ga 3, 28).

Queridos amigos, se pone así de manifiesto, que las palabras misteriosas de Jesús en el Cenáculo ahora –mediante el Bautismo– se hacen de nuevo presentes para vosotros. Por el Bautismo el Señor entra en vuestra vida por la puerta de vuestro corazón. Nosotros no estamos ya uno junto al otro o uno contra el otro. Él atraviesa todas estas puertas. Ésta es la realidad del Bautismo: Él, el Resucitado, viene, viene a vosotros y une su vida a la vuestra, introduciéndoos en el fuego vivo de su amor. Formáis una unidad, sí, una sola cosa con Él, y de este modo una sola cosa entre vosotros. En un primer momento esto puede parecer muy teórico y poco realista.

Pero cuanto más viváis la vida de bautizados, tanto más podréis experimentar la verdad de esta palabra. Las personas bautizadas y creyentes no son nunca realmente ajenas las unas para las otras. Pueden separarnos continentes, culturas, estructuras sociales o también acontecimientos históricos. Pero cuando nos encontramos nos conocemos en el mismo Señor, en la misma fe, en la misma esperanza, en el mismo amor, que nos conforman. Entonces experimentamos que el fundamento de nuestras vidas es el mismo. Experimentamos que en lo más profundo de nosotros mismos estamos enraizados en la misma identidad, a partir de la cual todas las diversidades exteriores, por más grandes que sean, resultan secundarias. Los creyentes no son nunca totalmente extraños el uno para el otro. Estamos en comunión a causa de nuestra identidad más profunda: Cristo en nosotros. Así la fe es una fuerza de paz y reconciliación en el mundo: la lejanía ha sido superada, estamos unidos en el Señor (cf. Ef 2, 13).

Esta naturaleza íntima del Bautismo, como don de una nueva identidad, está representada por la Iglesia en el Sacramento a través de elementos sensibles. El elemento fundamental del Bautismo es el agua; junto a ella está, en segundo lugar, la luz que, en la Liturgia de la Vigilia Pascual, destaca con gran eficacia. Echemos solamente una mirada a estos dos elementos. En el último capítulo de la Carta a los Hebreos se encuentra una afirmación sobre Cristo, en la que el agua no aparece directamente, pero que, por su relación con el Antiguo Testamento, deja sin embargo traslucir el misterio del agua y su sentido simbólico. Allí se lee: “El Dios de la paz, hizo subir de entre los muertos al gran pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, en virtud de la sangre de la alianza eterna” (cf. 13, 20). En esta frase resuena una palabra del Libro de Isaías, en la que Moisés es calificado como el pastor que el Señor ha hecho salir del agua, del mar (cf. 63, 11).

Jesús aparece como el nuevo y definitivo Pastor que lleva a cabo lo que Moisés hizo: nos saca de las aguas letales del mar, de las aguas de la muerte. En este contexto podemos recordar que Moisés fue colocado por su madre en una cesta en el Nilo. Luego, por providencia divina, fue sacado de las aguas, llevado de la muerte a la vida, y así –salvado él mismo de las aguas de la muerte– pudo conducir a los demás haciéndolos pasar a través del mar de la muerte. Jesús ha descendido por nosotros a las aguas oscuras de la muerte. Pero en virtud de su sangre, nos dice la Carta a los Hebreos, ha sido arrancado de la muerte: su amor se ha unido al del Padre y así desde la profundidad de la muerte ha podido subir a la vida. Ahora nos eleva de la muerte a la vida verdadera. Sí, esto es lo que ocurre en el Bautismo: Él nos atrae hacía sí, nos atrae a la vida verdadera. Nos conduce por el mar de la historia a menudo tan oscuro, en cuyas confusiones y peligros corremos el riesgo de hundirnos frecuentemente. En el Bautismo nos toma como de la mano, nos conduce por el camino que atraviesa el Mar Rojo de este tiempo y nos introduce en la vida eterna, en aquella verdadera y justa. ¡Apretemos su mano! Pase lo que pase, ¡no soltemos su mano! De este modo caminamos sobre la senda que conduce a la vida.


En segundo lugar está el símbolo de la luz y del fuego. Gregorio de Tours narra la costumbre, que se ha mantenido durante mucho tiempo en ciertas partes, de encender el fuego para la celebración de la Vigilia Pascual directamente con el sol a través de un cristal: se recibía, por así decir, la luz y el fuego nuevamente del cielo para encender luego todas las luces y fuegos del año. Esto es un símbolo de lo que celebramos en la Vigilia Pascual. Con la radicalidad de su amor, en el que el corazón de Dios y el corazón del hombre se han entrelazado, Jesucristo ha tomado verdaderamente la luz del cielo y la ha traído a la tierra –la luz de la verdad y el fuego del amor que transforma el ser del hombre. Él ha traído la luz, y ahora sabemos quién es Dios y cómo es Dios. Así también sabemos cómo están las cosas respecto al hombre; qué somos y para qué existimos. Ser bautizados significa que el fuego de esta luz ha penetrado hasta lo más íntimo de nosotros mismos. Por esto, en la Iglesia antigua se llamaba también al Bautismo el Sacramento de la iluminación: la luz de Dios entra en nosotros; así nos convertimos nosotros mismos en hijos de la luz. No queremos dejar que se apague esta luz de la verdad que nos indica el camino. Queremos preservarla de todas las fuerzas que pretenden extinguirla para arrojarnos en la oscuridad sobre Dios y sobre nosotros mismos. La oscuridad, de vez en cuando, puede parecer cómoda. Puedo esconderme y pasar mi vida durmiendo. Pero nosotros no hemos sido llamados a las tinieblas, sino a la luz. En las promesas bautismales encendemos, por así decir, nuevamente, año tras año esta luz: sí, creo que el mundo y mi vida no provienen del azar, sino de la Razón eterna y del Amor eterno; han sido creados por Dios omnipotente. Sí, creo que en Jesucristo, en su encarnación, en su cruz y resurrección se ha manifestado el Rostro de Dios; que en Él Dios está presente entre nosotros, nos une y nos conduce hacia nuestra meta, hacia el Amor eterno. Sí, creo que el Espíritu Santo nos da la Palabra verdadera e ilumina nuestro corazón; creo que en la comunión de la Iglesia nos convertimos todos en un solo Cuerpo con el Señor y así caminamos hacia la resurrección y la vida eterna. El Señor nos ha dado la luz de la verdad. Esta luz es también al mismo tiempo fuego, fuerza de Dios, una fuerza que no destruye, sino que quiere transformar nuestros corazones, para que nosotros seamos realmente hombres de Dios y para que su paz actúe en este mundo.

En la Iglesia antigua existía la costumbre de que el Obispo o el sacerdote después de la homilía exhortara a los creyentes exclamando: “Conversi ad Dominum” –volveos ahora hacia el Señor. Eso significaba ante todo que ellos se volvían hacia el Este –en la dirección del sol naciente como señal del retorno de Cristo, a cuyo encuentro vamos en la celebración de la Eucaristía. Donde, por alguna razón, eso no era posible, dirigían su mirada a la imagen de Cristo en el ábside o a la Cruz, para orientarse interiormente hacia el Señor. Porque, en definitiva, se trataba de este hecho interior: de la conversio, de dirigir nuestra alma hacia Jesucristo y, de ese modo, hacia el Dios viviente, hacia la luz verdadera. A esto se unía también otra exclamación que aún hoy, antes del Canon, se dirige a la comunidad creyente: “Sursum corda” –levantemos el corazón, fuera de la maraña de todas nuestras preocupaciones, de nuestros deseos, de nuestras angustias, de nuestra distracción– levantad vuestros corazones, vuestra interioridad. Con ambas exclamaciones se nos exhorta de alguna manera a renovar nuestro Bautismo: Conversi ad Dominum –siempre debemos apartarnos de los caminos equivocados, en los que tan a menudo nos movemos con nuestro pensamiento y obras. Siempre tenemos que dirigirnos a Él, que es el Camino, la Verdad y la Vida. Siempre hemos de ser “convertidos”, dirigir toda la vida a Dios.

Y siempre tenemos que dejar que nuestro corazón sea sustraído de la fuerza de gravedad, que lo atrae hacia abajo, y levantarlo interiormente hacia lo alto: en la verdad y el amor. En esta hora damos gracias al Señor, porque en virtud de la fuerza de su palabra y de los santos Sacramentos nos indica el itinerario justo y atrae hacia lo alto nuestro corazón. Y lo pedimos así: Sí, Señor, haz que nos convirtamos en personas pascuales, hombres y mujeres de la luz, colmados del fuego de tu amor. Amén.

[00466-04.01] [Texto original: Italiano]

Benedicto XVI habla a los jóvenes sobre: Pasión, cruz, y en especial: la confesión

Hoy, en vigilia Pascual, les dejo este regalo de ZENIT que nos responde en cierto modo a la pregunta: ¿para qué confesarse?. El subrayado es nuestro.
Homilía del Papa a los jóvenes sobre la confesión

En una celebración penitencial en preparación de la Jornada Mundial de la Juventud

ROMA, sábado, 22 marzo 2008 (ZENIT.org ).- Publicamos la homilía que dirigió Benedicto XVI a los jóvenes de la diócesis de Roma el 13 de marzo, durante la celebración penitencial en la Basílica de San Pedro, en preparación de la Jornada Mundial de la Juventud.

* * *

Queridos jóvenes de Roma:
También este año, en la proximidad del domingo de Ramos, nos reunimos para preparar la celebración de la XXIII Jornada mundial de la juventud que, como sabéis, culminará con el encuentro de los jóvenes de todo el mundo que se celebrará en Sydney del 15 al 20 del próximo mes de julio. Desde hace tiempo conocéis el tema de esta Jornada. Está tomado de las palabras que acabamos de escuchar en la primera lectura: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos" (Hch 1, 8). No es casualidad que este encuentro tenga forma de liturgia penitencial, con la celebración de las confesiones individuales.
¿Por qué "no es casualidad"? Podemos hallar la respuesta en lo que escribí en mi primera encíclica. En ella puse de relieve que se comienza a ser cristiano por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva (cf. Deus caritas est, 1). Precisamente para favorecer este encuentro os disponéis a abrir vuestro corazón a Dios, confesando vuestros pecados y recibiendo, por la acción del Espíritu Santo y mediante el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Así se deja espacio para la presencia en nosotros del Espíritu Santo, la tercera Persona de la santísima Trinidad, que es el "alma" y la "respiración vital" de la vida cristiana: el Espíritu nos capacita para "ir madurando una comprensión de Jesús cada vez más profunda y gozosa, y al mismo tiempo hacer una aplicación eficaz del Evangelio" (Mensaje para la XXIII Jornada mundial de la juventud, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de julio de 2007, p. 6).
Cuando era arzobispo de Munich-Freising, en una meditación sobre Pentecostés me inspiré en una película titulada Metempsicosis (Seelenwanderung) para explicar la acción del Espíritu Santo en un alma. Esa película narra la historia de dos pobres hombres que, por su bondad, no lograban triunfar en la vida. Un día, a uno de ellos se le ocurrió que, no teniendo otra cosa que vender, podía vender su alma. Se la compraron muy barata y la pusieron en una caja. Desde ese momento, con gran sorpresa suya, todo cambió en su vida. Logró un rápido ascenso, se hizo cada vez más rico, obtuvo grandes honores y, antes de su muerte, llegó a ser cónsul, con abundante dinero y bienes. Desde que se liberó de su alma ya no tuvo consideraciones ni humanidad. Actuó sin escrúpulos, preocupándose únicamente del lucro y del éxito. Para él el hombre ya no contaba nada. Él mismo ya no tenía alma. La película -concluí- demuestra de modo impresionante cómo detrás de la fachada del éxito se esconde a menudo una existencia vacía.
Aparentemente ese hombre no perdió nada, pero le faltaba el alma y así le faltaba todo. Es obvio -proseguí en esa meditación- que propiamente hablando el ser humano no puede desprenderse de su alma, dado que es ella la que lo convierte en persona. En cualquier caso, sigue siendo persona humana. Sin embargo, tiene la espantosa posibilidad de ser inhumano, de ser persona que vende y al mismo tiempo pierde su propia humanidad. La distancia entre una persona humana y un ser inhumano es inmensa, pero no se puede demostrar; es algo realmente esencial, pero aparentemente no tiene importancia (cf. Suchen, was droben ist. Meditationem das Jahr hindurch, LEV, 1985).
También el Espíritu Santo, que está en el origen de la creación y que gracias al misterio de la Pascua descendió abundantemente sobre María y los Apóstoles en el día de Pentecostés, no se manifiesta de forma evidente a los ojos externos. No se puede ver ni demostrar si penetra, o no penetra, en la persona; pero eso cambia y renueva toda la perspectiva de la existencia humana. El Espíritu Santo no cambia las situaciones exteriores de la vida, sino las interiores. En la tarde de Pascua, Jesús, al aparecerse a los discípulos, "sopló sobre ellos y dijo: "Recibid el Espíritu Santo"" (Jn 20, 22). De modo aún más evidente, el Espíritu descendió sobre los Apóstoles el día de Pentecostés como ráfaga de viento impetuoso y en forma de lenguas de fuego. También esta tarde el Espíritu vendrá a nuestro corazón, para perdonarnos los pecados y renovarnos interiormente, revistiéndonos de una fuerza que también a nosotros, como a los Apóstoles, nos dará la audacia necesaria para anunciar que "Cristo murió y resucitó".
Así pues, queridos amigos, preparémonos con un sincero examen de conciencia para presentarnos a aquellos a quienes Cristo ha encomendado el ministerio de la reconciliación. Con corazón contrito confesemos nuestros pecados, proponiéndonos seriamente no volverlos a cometer y, sobre todo, seguir siempre el camino de la conversión. Así experimentaremos la auténtica alegría: la que deriva de la misericordia de Dios, se derrama en nuestro corazón y nos reconcilia con él.
Esta alegría es contagiosa. "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros" -reza el versículo bíblico elegido como tema de la XXIII Jornada mundial de la juventud- y seréis mis testigos" (Hch 1, 8). Comunicad esta alegría que deriva de acoger los dones del Espíritu Santo, dando en vuestra vida testimonio de los frutos del Espíritu Santo: "Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí" (Ga 5, 22-23). Así enumera san Pablo en la carta a los Gálatas estos frutos del Espíritu Santo.
Recordad siempre que sois "templo del Espíritu". Dejad que habite en vosotros y seguid dócilmente sus indicaciones, para contribuir a la edificación de la Iglesia (cf. 1 Co 12, 7) y descubrir cuál es la vocación a la que el Señor os llama. También hoy el mundo necesita sacerdotes, hombres y mujeres consagrados, parejas de esposos cristianos. Para responder a la vocación a través de uno de estos caminos, sed generosos; tratando de ser cristianos coherentes, buscad ayuda en el sacramento de la confesión y en la práctica de la dirección espiritual. De modo especial, abrid sinceramente vuestro corazón a Jesús, el Señor, para darle vuestro "sí" incondicional.
Queridos jóvenes, la ciudad de Roma está en vuestras manos. A vosotros corresponde embellecerla también espiritualmente con vuestro testimonio de vida vivida en gracia de Dios y lejos del pecado, realizando todo lo que el Espíritu Santo os llama a ser, en la Iglesia y en el mundo. Así haréis visible la gracia de la misericordia sobreabundante de Cristo, que brotó de su costado traspasado por nosotros en la cruz. El Señor Jesús nos lava de nuestros pecados, nos cura de nuestras culpas y nos fortalece para no sucumbir en la lucha contra el pecado y en el testimonio de su amor.
Hace veinticinco años, el siervo de Dios Juan Pablo II inauguró, no lejos de esta basílica, el Centro internacional juvenil San Lorenzo: una iniciativa espiritual que se sumaba a muchas otras ya activas en la diócesis de Roma, para favorecer la acogida a jóvenes, el intercambio de experiencias y de testimonios de fe, y sobre todo la oración que nos ayuda a descubrir el amor de Dios.
En esa ocasión, Juan Pablo II dijo: "El que se deje colmar de este amor -el amor de Dios- no puede seguir negando su culpa. La pérdida del sentido del pecado deriva en último análisis de otra pérdida más radical y secreta, la del sentido de Dios" (Homilía en la inauguración del Centro internacional juvenil San Lorenzo, 13 de marzo de 1983, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de abril de 1983, p. 9). Y añadió: "¿A dónde ir en este mundo, con el pecado y la culpa, sin la cruz? La cruz se carga con toda la miseria del mundo que nace del pecado. Y se manifiesta como signo de gracia. Acoge nuestra solidaridad y nos anima a sacrificarnos por los demás" (ib.).
Queridos jóvenes, que esta experiencia se renueve hoy para vosotros: en este momento mirad la cruz y acoged el amor de Dios, que se nos da en la cruz, por el Espíritu Santo, pues brota del costado traspasado del Señor. Como dijo el Papa Juan Pablo II, "transformaos también vosotros en redentores de los jóvenes del mundo" (ib.).
Divino Corazón de Jesús, del que brotaron sangre y agua como manantial de misericordia para nosotros, en ti confiamos. Amén.

[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

viernes, 21 de marzo de 2008

Benedicto XVI: «La Cruz nos hace hermanos y hermanas»

Palabras de Benedicto XVI al final del Vía Crucis en el Coliseo «La Cruz nos hace hermanos y hermanas»

ROMA, viernes, 21 marzo 2008 (
ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI en la noche de este Viernes Santo al final del Vía Crucis que presidió en el Coliseo de Roma.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

También en este año hemos recorrido el camino de la cruz, el Vía Crucis, volviendo a evocar con fe las etapas de la pasión de Cristo. Nuestros ojos han vuelto a contemplar los sufrimientos y la angustia que nuestro Redentor tuvo que soportar en la hora del gran dolor, que supuso la cumbre de su misión terrena. Jesús muere en la cruz y yace en el sepulcro. El día del Viernes Santo, tan impregnado de tristeza humana y de religioso silencio, se cierra en el silencio de la meditación y de la oración. Al volver a casa, también nosotros, como quienes asistieron al sacrificio de Jesús, nos golpeamos el pecho, evocando lo que sucedió. ¿Es posible permanecer indiferentes ante la muerte del Señor, del Hijo de Dios? Por nosotros, por nuestra salvación se hizo hombre, para poder sufrir y morir.

Hermanos y hermanas: dirijamos hoy a Cristo nuestras miradas, con frecuencia distraídas por disipados y efímeros intereses terrenos. Detengámonos a contemplar su cruz. La cruz, manantial de vida y escuela de justicia y de paz, es patrimonio universal de perdón y de misericordia. Es prueba permanente de un amor oblativo e infinito que llevó a Dios a hacerse hombre, vulnerable como nosotros, hasta morir crucificado.

A través del camino doloroso de la cruz, los hombres de todas las épocas, reconciliados y redimidos por la sangre de Cristo, se han convertido en amigos de Dios, hijos del Padre celestial. «Amigo», así llama Jesús a Judas y le dirige el último y dramático llamamiento a la conversión. «Amigo», llama a cada uno de nosotros, porque es auténtico amigo de todos nosotros. Por desgracia, no siempre logramos percibir la profundidad de este amor sin fronteras que Dios nos tiene. Para Él no hay diferencia de raza y cultura. Jesucristo murió para liberar a la antigua humanidad de la ignorancia de Dios, del círculo de odio y violencia, de la esclavitud del pecado. La Cruz nos hace hermanos y hermanas.

Pero preguntémonos, en este momento, qué hemos hecho con este don, qué hemos hecho con la revelación del rostro de Dios en Cristo, con la revelación del amor de Dios que vence al odio. Muchos, también en nuestra época, no conocen a Dios y no pueden encontrarlo en el Cristo crucificado. Muchos están en búsqueda de un amor o de una libertad que excluya a Dios. Muchos creen que no tienen necesidad de Dios.

Queridos amigos: Tras haber vivido juntos la pasión de Jesús, dejemos que en esta noche nos interpele su sacrificio en la cruz. Permitámosle que ponga en crisis nuestras certezas humanas. Abrámosle el corazón. Jesús es la verdad que nos hace libres para amar. No tengamos miedo: al morir, el Señor destruyó el pecado y salvó a los pecadores, es decir, a todos nosotros. El apóstol Pedro escribe: «sobre el madero llevó nuestros pecados en su cuerpo a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia» (I Pedro 2, 24). Esta es la verdad del Viernes Santo: en la cruz, el Redentor nos ha hecho hijos adoptivos de Dios, que nos creó a su imagen y semejanza. Permanezcamos, por tanto, en adoración ante la cruz.

Cristo, danos la paz que buscamos, la alegría que anhelamos, el amor que llene nuestro corazón sediento de infinito. Esta es nuestra oración en esta noche, Jesús, Hijo de Dios, muerto por nosotros en la cruz y resucitado al tercer día. Amén.

[Trascripción realizada por Zenit. Traducción del original italiano de Jesús Colina
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

Mi visita a los siete templos...

Como vengo haciendo desde hace 6 años aproximadamente, y de manera ininterrumpida, hoy he visitado los "siete templos (o monumentos)" (ver tradición acá); y desde hace pocos años también almuerzo en casa de mi suegra junto a mi esposa (bacalao, pues claro, que somos portus... bueno, yo soy por adopción). Caracas sin nadie... la circulacion de autos es mínima, y un silencio que impresiona. Las iglesias más populares bien llenas, los monumentos bastantes sencillos. Hoy visité los siguientes templos:
Iglesia de Chacao (bien lleno, me encanta esta templo colonial; tuve que tomar la foto de la págian de la Alcaldía),

Capilla del Colegio San Ignacio (con poquísima gente, se las debo),


Iglesia del Carmen en Campo Claro (a tope, imagen tomada de acá),
Iglesia Chiquinquirá (a reventar como siempre; les he colocado una foto que tomé hace dos años),

Iglesia San Rafael de La Florida (medianamente lleno, la foto fue tomada por mí),


Capilla de la Casa Generalicia de las Hermanas Carmelitas (casi vacía; lo que nos permitió visitar el pequeño "museo" de los pocos objetos que dejó la Madre Candelaria de San José que es nuestra segunda beata, y la cual será beatificada el 27 de abril próximo; otra foto que les debo).

Iglesia de San Pablo de Bello Monte (poca gente).

Les debo las fotos de los monumentos.

Meditación de Chiara Lubich sobre el Viernes Santo: la heroica lección de amor

Me ha encantado este escrito de la fundadora de los Focolares, acá les transcribo desde ZENIT.
Meditación de Chiara Lubich sobre el Viernes Santo: la heroica lección de amor

Una reflexión que ofreció la fundadora de los Focolares a los lectores de Zenit

ROMA, martes, 18 marzo 2008 (
ZENIT.org).- Publicamos la meditación que escribió Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares, para los lectores de Zenit con motivo del Viernes Santo del año 2000, jubileo de la encarnación de Jesús.
* * *
Lo había dado todo: una vida al lado de María, en medio de las incomodidades y en la obediencia. Tres años de predicación revelando la Verdad, dando testimonio del Padre, prometiendo el Espíritu Santo y haciendo toda clase de milagros de amor.

Tres horas en la cruz, desde la cual perdona a los verdugos, abre el Paraíso al ladrón, nos da a su Madre y, finalmente, su Cuerpo y su Sangre después de habérnoslos dado místicamente, en la Eucaristía. Le quedaba la divinidad.

Su unión con el Padre, la dulcísima e inefable unión con Él, que lo había hecho tan potente en la tierra, como Hijo de Dios, y aún en la cruz mostraba su realeza, este sentimiento de la presencia de Dios, debía ir desapareciendo en el fondo de su alma, hasta no sentirlo más; separarlo de algún modo de Aquel del que dijo que era una sola cosa con Él: "El Padre y yo somos una sola cosa" (Jn 10, 30). En Él, el amor estaba anulado, la luz apagada; la sabiduría callaba.

Se hacía nada, entonces, para hacernos partícipes del Todo; gusano de la tierra (Salmo 22, 7), para hacernos hijos de Dios. Estábamos separados del Padre. Era necesario que el Hijo, en el que todos nos encontrábamos, probara la separación del Padre. Tenía que experimentar el abandono de Dios para que nosotros nunca más nos sintiéramos abandonados. Él había enseñado que nadie tiene mayor caridad de quien da la vida por los amigos. Él, la Vida, daba todo de sí. Era el punto culminante, la expresión más bella del amor.

Su rostro está detrás de todos los aspectos dolorosos de la vida; cada uno de ellos es Él.

Sí, porque Jesús que grita el abandono es la figura del mudo: ya no sabe hablar.

Es la figura del ciego: no ve; del sordo: no oye.

Es el cansado que se queja.

Roza la desesperación.

Es el hambriento de unión con Dios.

Es la figura del desilusionado, del traicionado, parece haber fracasado.

Es miedoso, tímido, desorientado.

Jesús abandonado es la tiniebla, la melancolía, el contraste, la figura de todo lo que es raro, indefinible, que parece monstruoso, porque es un Dios que pide ayuda. Es el solitario, el desamparado. Parece inútil, un descartado, trastornado. Lo podemos ver en cada hermano que sufre. Acercándonos a los que se parecen a Él, podemos hablarles de Jesús abandonado.

A los que se descubren semejantes a Él y aceptan compartir su suerte, Él se convierte, para el mudo, la palabra; para quien no sabe, la respuesta; para el ciego, la luz; para el sordo, la voz; para el cansado, el descanso; para el desesperado, la esperanza; para el separado, la unidad; para el inquieto, la paz. Con Él, las personas se transforman y lo absurdo del dolor adquiere sentido.

Él había gritado el por qué, al que nadie había dado respuesta, para que tuviéramos la respuesta a cada porqué.

El problema de la vida humana es el dolor. Cualquier tipo de dolor, por más terrible que sea, sabemos que Jesús lo ha hecho suyo y transforma, por una alquimia divina, el dolor en amor.
Por experiencia puedo decir que apenas nos alegramos de un dolor, para ser como Él y luego seguimos amando haciendo la voluntad de Dios, el dolor, si es espiritual desaparece, y si es físico se convierte en yugo suave.

Nuestro amor puro en contacto con el dolor, lo transforma en amor; en cierto modo lo diviniza, casi continuando en nosotros --si así podemos decir-- la divinización que Jesús hizo del dolor.
Y después de cada encuentro con Jesús abandonado, amado, encuentro a Dios de un modo nuevo, más cara a cara, más evidente, en una unidad más plena.

La luz y la alegría vuelven y, con la alegría, la paz que es fruto del Espíritu.

La luz, la alegría, la paz que nacen del dolor amado impactan y conquistan a las personas más difíciles. Clavados en la cruz se es madre y padre de almas. La máxima fecundidad es el efecto.
Como escribe Olivier Clément «el abismo, que por un instante abrió aquel grito, se ve colmado por el gran soplo de la resurrección».

Se anula cualquier tipo de desunión, la separación y las rupturas son sanadas, resplandece la fraternidad universal, da lugar a milagros de resurrección, nace una nueva primavera en la Iglesia y en la humanidad.

jueves, 20 de marzo de 2008

Las 15 horas a JESÚS NAZARENO

Mi familia ha seguido la devoción al Nazareno de San Pablo; tanto, que hasta hace poco repartía en las puertas del templo de Santa Teresa una “Oración a Jesús Nazareno”, la cual es recomendada especialmente para las quince horas de suplicio de Nuestro Señor en el viernes santo, desde la 1 am hasta las 3pm, rezándola cada hora. Mi madre y yo las rezamos desde hace mucho, acá se las dejo; y hoy me toca: no se crean, la cosa es fuerte. Hay un milagro que tengo años pidiendo, se me ha dado en parte... pero falta la otra parte que ahora es muy necesaria en mi vida (que no es mía nada más, sino de dos).
Imagen: Nazareno de San Pablo de acá.

ORACÍON A JESÚS NAZARENO

ESTA ORACIÓN PUEDE REZARSE EN CUALQUIER DÍA Y DEL MODO QUE SE QUIERA: PERO SIN DUDA, EL QUE LA REZARE DURANTE LAS QUINCE HORAS QUE DURÓ EL MARTIRIO DEL SEÑOR, EMPEZÁNDOLA EL VIERNES SANTO A LA 1 DE AM CADA HORA HASTA LAS 3 DE LA TARDE. OBTENDRÁ MUCHAS GRACIAS Y FAVORES ESPIRITUALES.

Yo os adoro Sagrado Rostro de mi Señor Jesucristo, dibujado con el pincel de la Caridad, e iluminado con vuestra preciosísima sangre;

Yo os suplico, por el consuelo que sentísteis al contacto de aquel tosco lienzo humedecido con las lágrimas de aquella piadosa mujer;

Yo os suplico, por la impresión que le causó ver estampado en él vuestro semblante divino, para servir de veneración a los que os aman con la esperanza de conoceros en el cielo;

Yo os suplico, por este hecho que no volverá a repetirse y que se ha hecho memorable de siglo a siglo, de generación en generación;

Yo os suplico, por la intensa pena con que vísteis a vuestra Santísima Madre en el primer encuentro, sin poderla consolar;

Yo os suplico, por el dolor tan grande y sonrojo que sufriste cuando aquel hombre descargó sobre tu Santo Rostro la terrible bofetada;

Yo os suplico, por la vergüenza que os causó cuando despojado de tus vestiduras delante de que aquella muchedumbre implacable y corrompida os hallasteis;

Yo os suplico, por los dolores que os causó la corona de espinas que puso vuestra cabeza teñida de sangre;

Yo os suplico, por el desfallecimiento que sentísteis cansado con el peso de la Cruz, por los pasos que dísteis en la Calle de la Amargura, por los suspiros que dísteis, por las lágrimas que derramasteis, por Vuestra Sangre regada en las calles de Jerusalén, por el dolor de los clavos, por la hiel y vinagre, por las siete palabras que pronunciasteis, por el desconsuelo que sufristeis, encontrándonos abandonados del Eterno Padre, por la agonía que tuvisteis para morir, por aquel dolor tan grande que padecisteis viendo a la Santísima Virgen inconsolable en aquella angustia sin poderos desprender de la Cruz;

Padre mío, por estos recuerdos para nosotros tan dolorosos, yo os pido de limosna la salvación de mi alma y la salud de mi cuerpo. Amén.

(PADRE NUESTRO Y AVE MARÍA)

Señor mío Jesucristo, que no quereís que ninguno perezca; a quien nunca se pide sin esperanza de misericordia, porque dijiste por tu propia, santa y bendita boca, que tpdas las cosas que se pidiesen en tu Santo Nombre, las concederás, te pido por tu Santo Nombre me concedas (se hace la petición).

A JESÚS CRUCIFICADO

Aquí me tenéis, Señor, acatando vuestros eternos e impenetrables designios, y a ellos me someto de todo corazón. Por el amor que os tengo todo lo acepto por Vos, y uno este inmenso sacrificio al que hicisteis en esa Cruz por nuestro amor.

Dirigid, Señor, una tierna mirada a los que postrados a vuestros pies claman a Vos y os llaman en su auxilio. Jesús de mi vida, mi amor y único consuelo de mi alma desolada. Aquí estoy también, Señor, a vuestros pies, regándolos con mi amargo llanto, e implorando, e implorando vuestra infinita misericordia en mi inmenso dolor y ni abandono. Bien lo sabéis, Señor me hallo en lúgubre oscuridad y lleno de tristeza, apurando el cáliz de amargura que me estaba destinado: sólo Vos podéis darme fuerza para luchar y vencer.

No permitáis, Jesús mío, que la desesperación ni el desaliento claven en mí sus garras: antes bien, ayudadme con vuestra gracia para desafiar serenamente las tempestades del dolor. Si todos me abandonan e insultan mi pena, si mis enemigos se gozan en mis males, apartad de mí sus depravados designios y mostraos propicios a mi aflicción.

A Vos solo pongo mis quejas, pues sois mi padre, mi amigo y mi único Juez; perdonadme como padre, consoladme como amigo y defendedme siempre como justo Juez. También os dirijo Jesús mío, una súplica ferviente por todos aquellos a quienes debo gratitud y afecto: pagadles mil veces el bien que me han hecho y bendecidles. Tened piedad de los que sufren. Consolad en su aflicción a los tristes y atribulados, fortaleced a los débiles, socorred a los agonizantes, atraed a Vos todos los pecadores y aliviad las almas del Purgatorio.

Dadnos, Señor, a todos los que os servimos vuestra paciencia, vuestra humildad y vuestra divina gracia, sobre todo a los que amo; y ya que me dísteis desde esa Cruz la edificante enseñanza del perdón, concédeme, amor mío crucificado, que perdonando y amando como Vos a los que me han hecho mal, viva con Vos en esa Cruz, en esta vida, para poder gozar la eterna gloria y vivir eternamente en vuestra compañía. Amén.

HOMENAJE DE GRATITUD AL DIVINO NAZARENO DE SAN PABLO POR LOS INNUMERABLES FAVORES OBTENIDOS, MERCED A ESTAS ORACIONES.

UN MATRIMONIO CRISTIANO
(Con licencia eclesiástica.) C y C

RECUERDO DEL MIÉRCOLES SANTO EN LA BASÍLICA DE SANTA TERESA DE CARACAS

Benedicto XVI: Audiencia de los miércoles (Triduo Pascual) (19 de marzo)

Benedicto XVI presenta el Triduo Santo

Meditación en la audiencia general

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 19 marzo 2008 (
ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI este miércoles durante la audiencia general en la que meditó sobre el Triduo Pascual, que comienza el Jueves Santo y culmina con la Vigilia Pascual.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

Hemos llegado a la vigilia del Triduo Pascual. Los próximos tres días son llamados comúnmente «santos», porque nos hacen revivir el acontecimiento central de nuestra Redención; nos reorientan hacia el núcleo esencial de la fe cristiana: la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Son días que podríamos considerar como un solo día: constituyen el corazón y el fulcro de todo el año litúrgico, así como de la vida de la Iglesia. Al final del camino cuaresmal, nos disponemos también nosotros a entrar en el clima mismo que Jesús vivió entonces en Jerusalén. Queremos despertar en nosotros la memoria viva de los sufrimientos que el Señor padeció por nosotros y prepararnos para celebrar con alegría, el próximo domingo, «la verdadera Pascua, que la sangre de Cristo ha recubierto de gloria, la Pascua en la que la Iglesia celebra la fiesta que constituye el origen de todas las fiestas», como dice el prefacio para el día de Pascua del rito ambrosiano.

Mañana, Jueves Santo, la Iglesia hace memoria de la Última Cena, en la que el Señor, en la vigilia de su pasión y muerte, instituyó el Sacramento de la Eucaristía, y el del Sacerdocio ministerial. En esa misma noche, Jesús nos dejó el mandamiento nuevo, «mandatum novum», el mandamiento del amor fraterno. Antes de entrar en el Triduo Santo, aunque íntimamente ligado a él tendrá lugar en cada comunidad diocesana, mañana por la mañana, la Misa Crismal, en la que el obispo y los sacerdotes del presbiterio diocesano renuevan las promesas de la Ordenación. También se bendicen los óleos para la celebración de los sacramentos: los óleos de los catecúmenos, los de los enfermos, y el santo crisma. Es un momento particularmente importante para la vida de cada comunidad diocesana que, reunida entorno a su pastor, reafirma la propia unidad y la propia fidelidad a Cristo, único sumo y eterno sacerdote. En la noche, en la misa en la Cena del Señor se hace memoria de la Última Cena, cuando Cristo se entregó a todos nosotros como alimento de salvación, como medicina de inmortalidad: es el misterio de la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana. En este sacramento de salvación, el Señor ha ofrecido y realizado para todos aquellos que creen en Él la unión más íntima posible entre nuestra vida y su vida. Con el gesto humilde pero sumamente expresivo del lavatorio de los pies, se nos invita a recordar lo que el Señor hizo a sus apóstoles: lavándoles los pies proclamó de manera concreta el primado del amor, amor que se hace servicio hasta el don de sí mismos, anticipando también así el sacrificio supremo de su vida que se consumirá el día después, en el Calvario. Según una hermosa tradición, los fieles concluyen el Jueves Santo con una vigilia de oración y de adoración eucarística para revivir más íntimamente la agonía de Jesús en el Getsemaní.

El Viernes Santo es la jornada que recuerda la pasión, crucifixión y muerte de Jesús. En este día, la liturgia de la Iglesia no prevé la celebración de la santa misa, pero la asamblea cristiana se reúne para meditar en el gran misterio del mal y del pecado que oprimen a la humanidad, para recorrer, a la luz de la Palabra de Dios y ayudada por conmovedores gestos litúrgicos, los sufrimientos del Señor que expían este mal. Después de haber escuchado la narración de la pasión de Cristo, la comunidad reza por todas las necesidades de la Iglesia y del mundo, adora a la Cruz y se acerca a la Eucaristía, consumando las especies conservadas de la misa en la Cena del Señor del día precedente. Como invitación ulterior a meditar en la pasión y muerte del Redentor y para expresar el amor y la participación de los fieles en los sufrimientos de Cristo, la tradición cristiana ha dado vida a diferentes manifestaciones de piedad popular, procesiones y representaciones sagradas, que buscan imprimir cada vez más profundamente en el espíritu de los fieles sentimientos de auténtica participación en el sacrificio redentor de Cristo. Entre éstos, destaca el Vía Crucis, ejercicio de piedad que con el paso de los años se ha ido enriqueciendo con diferentes expresiones espirituales y artísticas ligadas a la sensibilidad de las diferentes culturas. De este modo han surgido en muchos países santuarios con el nombre de «calvarios» hasta los que se llega a través de una salida empinada, que recuerda el camino doloroso de la Pasión, permitiendo a los fieles participar en la subida del Señor al Monte de la Cruz, el Monte del Amor llevado hasta el final.

El Sábado Santo se caracteriza por un profundo silencio. Las Iglesias están desnudas y no están previstas liturgias particulares. Mientras esperan el gran acontecimiento de la Resurrección, los creyentes perseveran con María en la espera, rezando y meditando. Hace falta un día de silencio para meditar en la realidad de la vida humana, en las fuerzas del mal y en la gran fuerza del bien que surge de la Pasión y de la Resurrección del Señor. Tiene una gran importancia en este día la participación en el Sacramento de la reconciliación, indispensable camino para purificar el corazón y predisponerse para celebrar la Pascua íntimamente renovados. Al menos una vez al año, tenemos necesidad de esta purificación interior, de esta renovación de nosotros mismos. Este Sábado de silencio, de meditación, de perdón, de reconciliación desemboca en la Vigilia Pascual, que introduce el domingo más importante de la historia, el domingo de la Pascua de Cristo. La Iglesia vela junto a fuego nuevo bendito y medita en la gran promesa, contenida en el Antiguo y en el Nuevo Testamento: la liberación definitiva de la antigua esclavitud del pecado y de la muerte. En la oscuridad de la noche, a partir del fuego nuevo se enciende el cirio pascual, símbolo de Cristo que resucita glorioso. Cristo, luz de la humanidad, despeja las tinieblas del corazón y del espíritu e ilumina a cada hombre que viene al mundo. Junto al cirio pascual, resuena en la Iglesia el gran anuncio pascual: Cristo ha resucitado verdaderamente, la muerte ya no tiene poder sobre Él. Con su muerte, ha derrotado el mal para siempre y ha donado a todos los hombres la vida misma de Dios. Según una antigua tradición, durante la Vigilia Pascual, los catecúmenos reciben el Bautismo para subrayar la participación de los cristianos en el misterio de la muerte y de la resurrección de Cristo. De la esplendorosa noche de Pascua, la alegría, la luz y la paz de Cristo se extienden en la vida de los fieles de toda comunidad cristiana y llegan a todos los puntos del espacio y del tiempo.

Queridos hermanos y hermanas: en estos días particulares, orientemos decididamente la vida hacia una adhesión generosa y convencida a los designios del Padre celestial; renovemos nuestro «sí» a la voluntad divina, como hizo Jesús con el sacrificio de la cruz. Los sugerentes ritos del Jueves Santo, del Viernes Santo, el silencio henchido de oración del Sábado Santo y la solemne Vigilia Pascual, nos ofrecen la oportunidad de profundizar en el sentido y en el valor de nuestra vocación cristiana, que surge del Misterio Pascual, y concretizarla en el fiel seguimiento de Cristo en toda circunstancia, como hizo Él, hasta la entrega generosa de nuestra existencia.

Hacer memoria de los misterios de Cristo significa también vivir en adhesión profunda y solidaria con el hoy de la historia, convencidos de que lo que celebramos es realidad viva y actual. Llevamos, por tanto, en nuestra oración el carácter dramático de los hechos y de las situaciones que en estos días afligen a muchos hermanos y hermanas nuestros de todas las partes del mundo. Nosotros sabemos que el odio, las divisiones, las violencias, no tienen nunca la última palabra en los acontecimientos de la historia. Estos días vuelven a alentar en nosotros la gran esperanza: Cristo crucificado ha resucitado y ha vencido al mundo. El amor es más fuerte que el odio, ha vencido y tenemos que asociarnos a esta victoria del amor. Por tanto, tenemos que volver a comenzar a partir de Cristo y trabajar en comunión con él por un mundo basado en la paz, en la justicia y en el amor. En este compromiso, que involucra a todos, dejémonos guiar por María, quien acompañó al Hijo divino por el camino de la pasión y de la cruz, y que participó, con la fuerza de la fe, en la aplicación de su designio salvífico. Con estos sentimientos, os hago llegar ya desde ahora mis mejores deseos de feliz y santa Pascua a todos vosotros y a vuestras comunidades.

[Al final de la audiencia, el Santo Padre saludó a los peregrinos en varios idiomas.En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:

Con el Triduo Pascual conmemoramos el evento central de nuestra Redención, preparándonos para las fiestas de Pascua.

Mañana, Jueves Santo, la Iglesia hace memoria de la Última Cena. En ella el Señor instituyó los Sacramentos de la Eucaristía y del Sacerdocio ministerial y nos dejó el mandamiento nuevo del amor fraterno. El gesto del lavatorio nos invita a vivirlo como servicio. Concluye el día con vigilias de adoración eucarística, para revivir íntimamente la agonía de Jesús en Getsemaní.
El Viernes Santo la Iglesia acompaña a Jesús en su pasión y muerte, y medita el misterio de mal y del pecado que oprime a la humanidad, orando por las intenciones de la Iglesia, adorando la Cruz y comulgando. También se realizan actos de piedad popular como procesiones, representaciones sagradas y el Vía Crucis.

El Sábado Santo se caracteriza por un gran silencio. Mientras los creyentes esperan la resurrección del Señor, perseveran rezando con María. Este día desemboca en la Vigilia Pascual, que introduce en el domingo más importante de la historia, el de la Pascua de Cristo. El cirio encendido en medio de la noche es símbolo de Cristo que resucita glorioso.

Saludo a los peregrinos de lengua española. En estos días santos podéis profundizar en el sentido de vuestra vocación cristiana, rezar por las situaciones que afligen a la humanidad y anunciar la gran esperanza: ¡Cristo crucificado ha resucitado y ha vencido al mundo! Felices Pascuas.

[Traducción del original italiano por Jesús Colina
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

Palabras del Papa a los jóvenes participantes en el encuentro UNIV 2008

Acá les dejo la noticia de Zenit con el subrayado nuestro.

Ser amigos de Cristo exige «el esfuerzo de ir contracorriente»

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 19 marzo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI este miércoles a los 3.500 jóvenes participantes en el encuentro internacional UNIV 2008, iniciativa que se celebra todos los años desde 1968 con la inspiración y aliento de san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei.

* * *

[En inglés:]

Queridos amigos:

Os doy mi cordial bienvenida a todos vosotros que habéis venido a Roma de diferentes países y universidades para celebrar la Semana Santa juntos y para participar en el congreso internacional UNIV. De este modo, podréis beneficiarios de momentos de oración común, de enriquecimiento cultural y de intercambio fecundo de las experiencias hechas por vuestra asociación con centros y actividades de formación cristiana patrocinados por el Opus Dei en vuestras respectivas ciudades y naciones.

[En español:]

Vosotros sabéis que con un serio compromiso personal, inspirado en los valores evangélicos, es posible responder adecuadamente a los grandes interrogantes del tiempo presente. El cristiano sabe que hay un nexo inseparable entre verdad, ética y responsabilidad. Toda expresión cultural auténtica contribuye a formar la conciencia y estimula a la persona a superarse a si misma a fin de que pueda mejorar la sociedad. Uno se siente así responsable ante la verdad, al servicio de la cual ha de ponerse la propia libertad personal. Se trata ciertamente de una misión comprometida y para realizarla el cristiano está llamado a seguir a Jesús, cultivando una intensa amistad con Él a través de la oración y de la contemplación. Ser amigos de Cristo y dar testimonio de Él allí donde nos encontremos exige, además, el esfuerzo de ir contracorriente, recordando las palabras del Señor: estáis en el mundo pero no sois del mundo (cf. Jn 15,19). No tengáis, por tanto, miedo, cuando sea necesario, de ser inconformistas en la universidad, en el colegio y en todas partes.

[En italiano:]

Queridos jóvenes de UNIV, sed levadura de esperanza en este mundo que anhela encontrar a Jesús, en ocasiones sin darse cuenta. Para mejorarlo, esforzaos ante todo por cambiar vosotros mismos a través de una vida sacramental intensa, especialmente acercándoos al sacramento de la Penitencia, y participando asiduamente en la celebración de la Eucaristía. Encomiendo a cada uno de vosotros y a vuestras familias a Maria, que nunca dejó de contemplar el Rostro de su Hijo Jesús. Invoco sobre cada uno de vosotros la protección de san Josemaría y de todos los santos de vuestras tierras, mientras de corazón os deseo una feliz Pascua.

[Traducción por Jesús Colina
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

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