sábado, 31 de mayo de 2008
La parroquia de mis recuerdos en un estado deplorable
jueves, 29 de mayo de 2008
El caminante colesterólico es también triglicérico, y bastante!
miércoles, 28 de mayo de 2008
Benedicto XVI: Audiencia General (28 de mayo)
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 28 mayo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general de este miércoles dedicada -en el ciclo de catequesis que imparte sobre los Padres de la Iglesia-- a la figura del Papa san Gregorio Magno.
* * *
¡Queridos hermanos y hermanas!
El miércoles pasado hablé de un Padre de la Iglesia poco conocido en Occidente, Romano el Meloda; hoy desearía presentar la figura de uno de los mayores Padres en la historia de la Iglesia, uno de los cuatro doctores de Occidente, el Papa san Gregorio, que fue obispo de Roma entre el año 590 y el 604, y que mereció de parte de la tradición el título Magnus/Grande. ¡Gregorio fue verdaderamente un gran Papa y un gran Doctor de la Iglesia! Nació en Roma, en torno a 540, de una rica familia patricia de la gens Anicia, que se distinguía no sólo por la nobleza de sangre, sino también por el apego a la fe cristiana y por los servicios prestados a la Sede Apostólica. De esta familia procedían dos Papas: Felix III (483-492), tatarabuelo de Gregorio, y Agapito (535-536). La casa en la que Gregorio creció se alzaba en el Clivus Scauri, rodeada de solemnes edificios que testimoniaban la grandeza de la antigua Roma y la fuerza espiritual del cristianismo. Para inspirarle elevados sentimientos cristianos estuvieron además los ejemplos de sus padres Gordiano y Silvia, ambos venerados como santos, y los de sus tías paternas Emiliana y Tarsilia, que vivían en la propia casa como vírgenes consagradas en un camino compartido de oración y ascesis.
Gregorio ingresó pronto en la carrera administrativa, que había seguido también su padre, y en 572 alcanzó la cima, convirtiéndose en prefecto de la ciudad. Este cargo, complicado por la tristeza de aquellos tiempos, le permitió aplicarse en un amplio radio a todo tipo de problemas administrativos, obteniendo de ellos luz para sus futuras tareas. En particular quedó en él un profundo sentido del orden y de la disciplina: cuando se convirtió en Papa, sugerirá a los obispos que tomen como modelo en la gestión de los asuntos eclesiásticos la diligencia y el respeto de las leyes propias de los funcionarios civiles. Aquella vida no le debía satisfacer, visto que, no mucho después, decidió dejar todo cargo civil para retirarse en su casa y comenzar la vida de monje, transformando la casa de familia en el monasterio de San Andrés al Celio. De este período de vida monástica, vida de diálogo permanente con el Señor en la escucha de su palabra, quedó en él una perenne nostalgia que siempre de nuevo y cada vez más aparece en sus homilías: en medio del acoso de las preocupaciones pastorales, lo recordará varias veces en sus escritos como un tiempo feliz de recogimiento en Dios, de dedicación a la oración, de serena inmersión en el estudio. Pudo así adquirir ese profundo conocimiento de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia del que se sirvió después en sus obras.
Pero el retiro claustral de Gregorio no duró mucho. La preciosa experiencia madurada en la administración civil en un período cargado de graves problemas, las relaciones que tuvo en esta tarea con los bizantinos, la estima universal que se había ganado, indujeron al Papa Pelagio a nombrarle diácono y a enviarle a Constantinopla como su "apocrisiario" -hoy se diría "Nuncio Apostólico"-- para favorecer la superación de los últimos restos de la controversia monofisista y sobre todo para obtener el apoyo del emperador en el esfuerzo de contener la presión longobarda. La permanencia en Constantinopla, donde había reanudado la vida monástica con un grupo de monjes, fue importantísima para Gregorio, pues le permitió ganar experiencia directa en el mundo bizantino, así como aproximarse al problema de los Longobardos, que después pondría a dura prueba su habilidad y su energía en los años del Pontificado. Pasados algunos años fue llamado de nuevo a Roma por el Papa, quien le nombró su secretario. Eran años difíciles: las continuas lluvias, el desbordamiento de los ríos y la carestía afligían muchas zonas de Italia y la propia Roma. Al final se desató la peste, que causó numerosas víctimas, entre ellas también el Papa Pelagio II. El clero, el pueblo y el senado fueron unánimes en elegir como su sucesor en la Sede de Pedro precisamente a él, a Gregorio. Intentó resistirse, incluso buscando la fuga, pero todo fue inútil: al final tuvo que ceder. Era el año 590.
Reconociendo en cuanto había sucedido la voluntad de Dios, el nuevo Pontífice se puso inmediatamente al trabajo con empeño. Desde el principio reveló una visión singularmente lúcida de la realidad con la que debía medirse, una extraordinaria capacidad de trabajo al afrontar los asuntos tanto eclesiales como civiles, un constante equilibrio en las decisiones, también valientes, que su misión le imponía. Se conserva de su gobierno una amplia documentación gracias al Registro de sus cartas (aproximadamente 800), en las que se refleja el afrontamiento diario de los complejos interrogantes que llegaban a su mesa. Eran cuestiones que procedían de los obispos, de los abades, de los clérigos, y también de las autoridades civiles de todo orden y grado. Entre los problemas que afligían en aquel tiempo a Italia y Roma había uno de particular relevancia en el ámbito tanto civil como eclesial: la cuestión longobarda. A ella dedicó el Papa toda energía posible con vistas a una solución verdaderamente pacificadora. A diferencia del Emperador bizantino, que partía del presupuesto de que los Longobardos eran sólo individuos burdos y depredadores a quienes había que derrotar o exterminar, san Gregorio veía a esta gente con los ojos del buen pastor, preocupado de anunciarles la palabra de salvación, estableciendo con ellos relaciones de fraternidad orientadas a una futura paz fundada en el respeto recíproco y en la serena convivencia entre italianos, imperiales y longobardos. Se preocupó de la conversión de los jóvenes pueblos y de la nueva organización civil de Europa: los Visigodos de España, los Francos, los Sajones, los inmigrantes en Bretaña y los Longobardos fueron los destinatarios privilegiados de su misión evangelizadora. Ayer celebramos la memoria litúrgica de san Agustín de Canterbury, guía de un grupo de monjes a los que Gregorio encomendó acudir a Bretaña para evangelizar Inglaterra.
Para obtener una paz efectiva en Roma y en Italia, el Papa se empeñó a fondo -era un verdadero pacificador-- emprendiendo una estrecha negociación con el rey longobardo Agilulfo. Tal conversación llevó a un período de tregua que duró unos tres años (598 - 601), tras los cuales fue posible estipular en 603 un armisticio más estable. Este resultado positivo se logró gracias también a los contactos paralelos que, entretanto, el Papa mantenía con la reina Teodolinda, que era una princesa bávara y, a diferencia de los jefes de los otros pueblos germanos, era católica, profundamente católica. Se conserva una serie de cartas del Papa Gregorio a esta reina, en las que él muestra su estima y su amistad hacia aquella. Teodolinda consiguió, poco a poco, orientar al rey hacia el catolicismo, preparando así el camino a la paz. El Papa se preocupó también de enviarle las reliquias para la basílica de san Juan Bautista que ella hizo levantar en Monza, y no dejó de hacerle llegar expresiones de felicitación y preciosos regalos para la misma catedral de Monza con ocasión del nacimiento y del bautismo de su hijo Adaloaldo. La vicisitud de esta reina constituye un bello testimonio sobre la importancia de las mujeres en la historia de la Iglesia. En el fondo, los objetivos sobre los que Gregorio apuntó constantemente fueron tres: contener la expansión de los Longobardos en Italia, sustraer a la reina Teodolinda de la influencia de los cismáticos y reforzar la fe católica, así como mediar entre Longobardos y Bizantinos con vistas a un acuerdo que garantizara la paz en la península y a la vez consintiera desarrollar una acción evangelizadora entre los propios Longobardos. Por lo tanto fue doble su constante orientación en la compleja situación: promover acuerdos en el plano diplomático-político, difundir el anuncio de la verdadera fe entre las poblaciones.
Junto a la acción meramente espiritual y pastoral, el Papa Gregorio fue activo protagonista también de una multiforme actividad social. Con las rentas del conspicuo patrimonio que la Sede romana poseía en Italia, especialmente en Sicilia, compró y distribuyó trigo, socorrió a quien se encontraba en necesidad, ayudó a sacerdotes, monjes y monjas que vivían en la indigencia, pagó rescates de ciudadanos que habían caído prisioneros de los Longobardos, adquirió armisticios y treguas. Además desarrolló tanto en Roma como en otras partes de Italia una atenta obra de reordenamiento administrativo, impartiendo instrucciones precisas para que los bienes de la Iglesia, útiles a su subsistencia y a su obra evangelizadora en el mundo, se gestionaran con absoluta rectitud y según las reglas de la justicia y de la misericordia. Exigía que los colonos fueran protegidos de los abusos de los concesionarios de las tierras de propiedad de la Iglesia y, en caso de fraude, que fueran resarcidos con prontitud, para que no se contaminara con beneficios deshonestos el rostro de la Esposa de Cristo.
Gregorio llevó a cabo esta intensa actividad a pesar de su incierta salud, que le obligaba con frecuencia a guardar cama durante largos días. Los ayunos que había practicado en los años de la vida monástica le habían ocasionado serios trastornos digestivos. Además su voz era muy débil, de forma que a menudo tenía que confiar al diácono la lectura de sus homilías para que los fieles de las basílicas romanas pudieran oírle. En cualquier caso hacía lo posible por celebrar en los días de fiesta Missarum sollemnia, esto es, la Misa solemne, y entonces se encontraba personalmente con el pueblo de Dios, que le apreciaba mucho porque veía en él la referencia autorizada para obtener seguridad: no por casualidad se le atribuyó pronto el título de consul Dei. A pesar de las dificilísimas condiciones en las que tuvo que actuar, consiguió conquistar, gracias a la santidad de vida y a la rica humanidad, la confianza de los fieles, logrando para su tiempo y para el futuro resultados verdaderamente grandiosos. Era un hombre inmerso en Dios: el deseo de Dios estaba siempre vivo en el fondo de su alma y precisamente por esto estaba siempre muy cerca del prójimo, de las necesidades de la gente de su época. En un tiempo desastroso, más aún, desesperado, supo crear paz y esperanza. Este hombre de Dios nos muestra las verdaderas fuentes de la paz, de dónde viene la esperanza, y se convierte así en una guía también para nosotros hoy.
[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
San Gregorio, llamado Magno, es decir, "el Grande", fue Obispo de Roma entre el año quinientos noventa y el seiscientos cuatro. Nació en Roma en el seno de una familia rica, noble, de fe firme y estrechamente vinculada a la Sede Apostólica. Entró en la administración pública y llegó a ser Gobernador de Roma. Sin embargo, al poco tiempo, dejó este cometido y se retiró a su casa para iniciar una vida monacal dedicada al estudio de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia. Por su experiencia y cualidades, el Papa Pelagio II lo nombró diácono y lo envió como su embajador a Constantinopla con el fin de afrontar los últimos residuos del monofisismo y obtener el apoyo del emperador para contener la presión de los longobardos. Posteriormente, el Pontífice lo llamó a Roma y lo nombró su secretario. Cuando el Papa Pelagio II murió, Gregorio le sucedió en la Sede de San Pedro. De su pontificado se conserva una copiosa documentación gracias al Registro de sus cartas. Junto a su intensa actividad pastoral, llevó a cabo una amplia labor de asistencia social. No obstante su precaria salud, que le obligaba con frecuencia a guardar cama, la santidad de su vida y la riqueza de su humanidad le ganaron la confianza de su grey, en la que tuvo una notoria autoridad moral.
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular, a los fieles procedentes de Alicante, Madrid, Sevilla y Navarra, así como a los venidos de Honduras, Brasil y otros países latinoamericanos. Que San Gregorio Magno os estimule con su ejemplo de santidad en el camino de la vida. Muchas gracias.
[Traducción del original italiano realizada por Marta Lago.
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
martes, 27 de mayo de 2008
Eucaristía y Caridad o cómo vivir la Comunión
Con motivo del Corpus, se habla un año más de las profanaciones de la Eucaristía. Y cuando se habla de esto, se ofrecen, cómo no, ejemplos diversos. Como parroquias en las que el Santísimo ha sido robado o arrojado por el suelo, o gente que comulga, y luego se guarda la Sagrada Forma para vaya usted a saber el qué. Soy sensible a estas cosas. Entre otras cosas porque hace un año me tocó sufrirlas. Alguien entró en el templo, robó todos los objetos de culto y dejó las formas tiradas por la iglesia. Aquello nos supuso una auténtica conmoción que culminó en un acto público de desagravio en el que contamos con la presencia de un obispo, dos vicarios episcopales y numerosísimos fieles.
Pero ésta, con ser grave, no es la profanación de la Eucaristía que más me inquieta. Tampoco el que la gente se acerque a comulgar “de cualquier modo” (¿qué sabemos de la conciencia de cada cual?). Lo que sí me parece grave es que se pueda celebrar la Eucaristía sin unirla al compromiso con los pobres.
Cito a San Pablo: “Cuando os reunís, pues, en común, eso ya no es comer la Cena del Señor;porque cada uno come primero su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga. ¿No tenéis casas para comer y beber? ¿O es que despreciáis a la Iglesia de Dios y avergonzáis a los que no tienen? ¿Qué voy a deciros? ¿Alabaros? ¡En eso no los alabo!Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: "Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío." Asimismo también la copa después de cenar diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío." Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga. Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor”.
Es decir, que la dignidad o la indignidad de la Eucaristía no es problema de incienso, ni de vestiduras exactas, ni de comulgar en la mano o en la boca. Que la auténtica dignidad está en compartir los bienes con los pobres.
Este texto de Pablo, traído a cuenta mil veces para hablar de la institución de la Eucaristía, suele quedar mutilado de los primeros versículos. Y así se convierte la Eucaristía en un acto más de culto o devoción completamente al margen de la vida.
La comunión sin caritas, sin compromiso real con el pobre, sin compartir los bienes, es comunión indigna por mucho incienso, mucho canto, mucho alabado sea el santísimo y mucha procesión. Y eso sí e sprofanar la Eucaristía.
Por cierto, en las homilías del día del Corpus –este pasado domingo- , empezando por sacerdotes y acabando por cardenales… ¿cuántas veces aparecen palabras como “pobres”, “Caritas”, “compartir”, “solidaridad”? Pues eso, que de acuerdo en que la Eucaristía está siendo profanada.
lunes, 26 de mayo de 2008
Benedicto XVI: Angelus dominical (25 de mayo)
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 25 mayo 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI este domingo, en el que muchos países celebraban en Corpus Christi, con motivo de la oración mariana del Ángelus, en el día
* * *
Hace una semana, nuestras miradas eran atraídas por el misterio de la Santísima Trinidad; hoy se nos invita a poner la mirada en la Hostia santa: ¡es el mismo Dios! ¡El Amor mismo! Esta es la belleza de la verdad cristiana: el Creador y el Señor de Todas las cosas se ha hecho "grano de trigo" para ser sembrado en nuestra tierra, en los surcos de la historia; se ha hecho pan para ser partido, compartido, comido; se ha hecho alimento nuestro para danos la vida, su misma vida divina. Nació en Belén, que en hebreo significa "Casa del pan", y cuando comenzó a predicar a las muchedumbres reveló que el Padre le había enviado al mundo como "pan vivo bajado del cielo", como "pan de la vida".
La Eucaristía es escuela de caridad y de solidaridad. Quien se alimenta con el Pan de Cristo no puede quedar indiferente ante quien, incluso en nuestros días, carece del pan cotidiano. Muchos padres logran a duras penas encontrarlo para sí y para sus niños. Es un problema cada vez más grave, que le cuesta resolver a la comunidad internacional. La Iglesia no sólo reza "danos hoy el pan de cada día", sino que, siguiendo el ejemplo del Señor, se compromete de todas las maneras por "multiplicar los cinco panes y los dos peces" con innumerables iniciativas de promoción humana, compartiendo lo imprescindible para que a nadie le falte lo necesario para vivir.
Queridos hermanos y hermanas: que la fiesta del Corpus Christi sea una ocasión para crecer en esta atención concreta a los hermanos, especialmente los pobres. Que nos alcance esta gracia la Virgen María, de quien el Hijo tomó su carne y sangre, como repetimos en un célebre himno eucarístico, llevado a la música por los más grandes compositores: "Ave verum corpus natum de Maria Virgine", y que se concluye con la invocación: "O Iesu dulcis, o Iesu pie, o Iesu fili Mariae!".
Que María, quien al llevar en su seno a Jesús fue el "sagrario" viviente de la Eucaristía, nos comunique su misma fe en el santo misterio del Cuerpo y de la Sangre de su Hijo divino para que se convierta verdaderamente en el centro de nuestra vida. En torno a la Virgen nos volveremos a encontrar el próximo sábado, 31 de mayo, a las 20.00 horas, en la plaza de San Pedro, con motivo de una celebración especial de clausura del mes mariano.
[Al final del Ángelus, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En italiano comenzó diciendo:]
Saludo con mucho afecto a los peregrinos de lengua china, que se han reunido en Roma procedentes de toda Italia con motivo de la Jornada Mundial de Oración por la Iglesia en China. Confío al amor misericordioso de Dios a todos vuestros compatriotas que en estos días han fallecido a causa del terremoto, que ha golpeado una amplia área de vuestro país. Renuevo mi cercanía personal a quienes están viviendo horas de angustia y tribulación. Que gracias a la fraterna solidaridad de todos, las poblaciones de esas zonas puedan regresar pronto a la normalidad de la vida cotidiana. Junto a vosotros le pido a María, auxilio de los cristianos, nuestra señora de Sheshan, que apoye "el compromiso de quienes en China, en medio de las fatigas cotidianas, siguen creyendo, esperando y amando, para que nunca teman hablar de Jesús al mundo y del mundo a Jesús", siendo "siempre testigos creíbles de este amor, manteniéndose unidos a la roca de Pedro sobre la que está edificada la Iglesia".
[En español, dijo:]
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles de las Parroquias de Santa Teresa, de Toledo, y de Santa María, de Los Yébenes, así como a los miembros de la Obra de la Iglesia, que participan en esta oración mariana. En este día, en el que en algunos lugares se celebra la solemnidad del Corpus Christi, os invito a participar activamente en la Eucaristía y a venerar con devoción el Santísimo Sacramento, para que experimentemos constantemente el fruto de la redención. Feliz domingo a todos.
[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
sábado, 24 de mayo de 2008
"Premio al esfuerzo personal"
1.-Guardar el premio con el enlace correspondiente de la persona que te lo ha concedido.
2.-Poner las reglas en el blog.
3.-Compartir seis valores importantes y seis que no.
4.-Elegir a seis personas o más.
5.-Avisar a los galardonados dejando un comentario en su blog.
LOS SEIS VALORES IMPORTANTES
- Amor
- Constancia
- Esperanza
- Respeto
- Humildad
- Honestidad
LOS SEIS ANTIVALORES
- El egoísmo
- La envidia
- La frivolidad
- El odio
- La mentira
LOS SEIS PREMIADOS:
El caminante colesterólico
jueves, 22 de mayo de 2008
miércoles, 21 de mayo de 2008
Benedicto XVI: Audiencia General (21 de mayo)
* * *
Romano el Meloda es uno de éstos, poeta y teólogo compositor. Aprendió las bases de la cultura griega y siríaca en su ciudad natal, se transfirió a Berito (Beirut), perfeccionando la instrucción clásica y los conocimientos retóricos. Ordenado diácono permanente (en torno al año 515), fue predicador en esa ciudad durante tres años. Después se transfirió a Constantinopla, hacia el final del reino de Atanasio I (en torno al año 518), y allí se estableció en el monasterio en la iglesia de la Theotókos, Madre de Dios.
Allí tuvo lugar un episodio clave en su vida: el Sinaxario nos informa sobre la aparición en sueños de la Madre de Dios y sobre el don del carisma poético. María, de hecho, le pidió que se tragara una hoja enrollada. Al despertar, a la mañana siguiente, era la fiesta de la Navidad, Romano se puso a declamar desde el ambón: «Hoy la Virgen da a luz al Trascendente» (Himno sobre la Navidad I. Proemio). De este modo, se convirtió en predicador-cantor hasta su muerte (tras el año 555).
Romano ha pasado a la historia como uno de los autores más representativos de himnos litúrgicos. La homilía era entonces, para los fieles, prácticamente la única oportunidad de enseñanza catequética. Romano se presenta como un testigo eminente del sentimiento religioso de su época, así como de un método vivo y original de catequesis. A través de sus composiciones podemos darnos cuenta de la creatividad de esta forma de catequesis, de la creatividad del pensamiento teológico, de la estética y de la himnografía sagrada de aquella época.
El lugar en el que predicaba Romano era un santuario de las afueras de Constantinopla: se subía al ambón, colocado en el centro de la iglesia, y se dirigía a la comunidad recurriendo a una representación bastante elaborada: utilizaba representaciones en las paredes o iconos sobre el ambón y se servía también del diálogo. Pronunciaba homilías métricas cantadas, llamadas Kontákia. El término kontákion, «pequeña vara», parece que hace referencia al pequeño bastón en torno al que se envolvía el rollo de un manuscrito litúrgico o de otro tipo. Los Kontákia, que se han conservado bajo el nombre de Romano, son 89, pero la tradición le atribuye mil.
En Romano, cada kontákion se compone de estrofas, en su mayoría de 18 a 24, con el mismo número de sílabas, estructuradas según el modelo de la primera estrofa (irmo); los acentos rítmicos de los versos de todas las estrofas se modelan según los del irmo. Cada estrofa concluye con un estribillo (efimnio), en general idéntico, para crear la unidad poética. Además, las iniciales de cada estrofa indican el nombre del autor (acrostico), precedido frecuentemente con el adjetivo «humilde». Una oración que hace referencia a los hechos celebrados o evocados concluye el himno. Al terminar la lectura bíblica, Romano cantaba el Proemio, en general en forma de oración o súplica. Anunciaba así el tema de la homilía y explicaba el estribillo que se repetía en coro al final de cada estrofa, declamada por él con una modulación de voz elevada.
Un ejemplo significativo es el kontakion con motivo del Viernes de Pasión: es un diálogo entre María y el Hijo, que tiene lugar en el camino de la Cruz. María dice: «¿Adónde vas, hijo? ¿Por qué recorres tan rápidamente el camino de tu vida?/ Nunca habría pensado, hijo mío, que te vería en este estado,/ ni podría imaginar nunca que llegarían a este nivel de furor los impíos/echándote las manos encima contra toda justicia». Jesús responde: «¿Por qué lloras, madre mía? [...]. ¿No debería irme? ¿No debería morir?/ ¿Cómo podría salvar a Adán?». El hijo de María consuela a la madre, pero le recuerda su papel en la historia de la salvación: «Depón, por tanto, madre, depón tu dolor:/ no es propio de ti el gemir, pues fuiste llamada "llena de gracia"» (María a los pies de la cruz, 1-2; 4-5). En el himno sobre el sacrificio de Abraham, Sara se reserva la decisión sobre la vida de Isaac. Abraham dice: «Cuando Sara escuche, Señor mío, todas tus palabras,/ al conocer tu voluntad, me dirá:/-Si quien nos lo ha dado lo vuelve a tomar, ¿por qué nos lo ha dado?/[...] -Tú, anciano, déjame mi hijo,/y cuando quiera quien te ha llamado, tendrá que decírmelo a mí» (El sacrificio de Abraham, 7).
Romano no usa el griego bizantino solemne de la corte, sino un griego sencillo, cercano al lenguaje del pueblo. Quisiera citar un ejemplo de la manera viva y muy personal con la que hablaba del Señor Jesús: le llama «fuente que no quema y luz contra las tinieblas», y dice: «Yo anhelo tenerte en mis manos como una lámpara;/ de hecho, quien lleva una luz entre los hombres es iluminado sin quemarse./ Ilumíname, por tanto, Tú que eres Luz inapagable» (La Presentació o Fiesta del encuentro, 8). La fuerza de convicción de sus predicaciones se fundaba en la gran coherencia entre sus palabras y su vida. En una oración dice: «Aclara mi lengua, Salvador mío, abre mi boca/ y, después de haberla llenado, penetra mi corazón para que mi actuar/ sea coherente con mis palabras» (Misión de los Apóstoles, 2).
Examinemos ahora algunos de sus temas principales. Un tema fundamental de su predicación es la unidad de la acción de Dios en la historia, la unidad entre creación e historia de la salvación, unidad entre Antiguo y Nuevo Testamento. Otro tema importante es la pneumatología, es decir, la doctrina sobre el Espíritu Santo. En la fiesta de Pentecostés subraya la continuidad que se da entre Cristo, ascendido al cielo, y los apóstoles, es decir, la Iglesia, y exalta su acción misionera en el mundo: «[...] con virtud divina han conquistado a todos los hombres;/ han tomado la cruz de Cristo como una pluma,/ han utilizado palabras como redes y con ellas han pescado por el mundo,/ han tenido el Verbo como agudo anzuelo,/ para ellos ha servido de cebo/ la carne del Soberano del universo» (Pentecostés 2;18).
Otro tema central es, claro está, la cristología. No se mete en el problema de los conceptos difíciles de la teología, sumamente discutidos en aquel tiempo, y que también laceraron la unidad no sólo entre los teólogos, sino incluso entre los cristianos en la Iglesia. Predica una cristología sencilla, pero fundamental, la cristología de los grandes Concilios. Pero sobre todo se acerca a la piedad popular, de hecho los conceptos de los Concilios han surgido de la piedad popular y del conocimiento del corazón cristiano, y de este modo Romano subraya que Cristo es verdadero hombre y verdadero Dios, y al ser verdadero Hombre-Dios es una sola persona, las síntesis entre creación y Creador: en sus palabras humanas escuchamos la voz del mismo Verbo de Dios. «Era hombre -dice-- Cristo, pero también era Dios,/ ahora bien, no estaba dividido en dos: es Uno, hijo de un Padre que es uno solo» (La Pasión 19).
Por lo que se refiere a la mariología, en acción de gracias a la Virgen por el don del carisma poético, Romano la recuerda al final de casi todos los himnos y le dedica sus kontákia más bellas: Natividad, Anunciación, Maternidad divina, Nueva Eva.
Por último, las enseñanzas morales están relacionadas con el juicio final (Las diez vírgenes [II]). Nos lleva hacia ese momento de la verdad de nuestra vida, la comparecencia ante el Juez justo, y por ello exhorta a la conversión en la penitencia y en el ayuno. El cristiano debe practicar la caridad, la limosna. Acentúa el primado de la caridad sobre la continencia en dos himnos, las Bodas de Caná y Las diez vírgenes. La caridad es la más grande de las virtudes: «[...] Diez vírgenes poseían la virtud de la virginidad intacta,/ pero para cinco de ellas el duro ejercicio no dio fruto./ Las otras brillaron para las lámparas del amor por la humanidad,/ por eso las invitó el esposo» (Las diez vírgenes, 1).
Humanidad palpitante, ardor de fe, profunda humildad rezuman los cantos de Romano el Meloda. Este gran poeta y compositor nos recuerda todo el tesoro de la cultura cristiana, nacida de la fe, nacida del corazón que se ha encontrado con Cristo, con el Hijo de Dios. De este contacto del corazón con la Verdad, que es Amor, nace la cultura, toda la gran cultura cristiana. Y si la fe sigue viva, esta herencia cultural tampoco muere, sino que sigue estando viva y presente. Los iconos siguen hablando hoy al corazón de los creyentes, no son cosas del pasado. Las catedrales no son monumentos medievales, sino casas de vida, donde nos sentimos «en casa»: donde encontramos a Dios y nos encontramos los unos con los otros. Tampoco la gran música --el gregoriano o Bach o Mozart-- es algo del pasado, sino que vive en la vitalidad de la liturgia y de nuestra fe .
Si la fe está viva, la cultura cristiana no se queda en algo «pasado», sino que sigue viva y presente. Y si la fe está viva, también hoy podemos responder al imperativo que siempre se repite en los Salmos: «Cantad al Señor un cántico nuevo».
Creatividad, innovación, cántico nuevo, cultura nueva y presencia de toda la herencia cultural en la vitalidad de la fe no se excluyen, sino que son una sola realidad: son presencia de la belleza de Dios y de la alegría de ser hijos suyos.
[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy nos detenemos en una figura importante del siglo sexto en tierra siriana, Romano el Meloda, diácono permanente establecido en un monasterio de la periferia de Constantinopla. Allí desarrolló una actividad de predicador, con la cual enseñaba a los fieles el plan de Dios para salvar a los hombres en Cristo, con gran creatividad, con metáforas, cantos e iconos. Son especialmente famosas sus homilías poéticas cantadas, llamadas "kontákia", que han hecho de él uno de los autores más representativos de himnos litúrgicos de la Iglesia cristiana de Oriente. De su capacidad comunicadora forma parte también el dirigirse directamente a sus interlocutores y, sobre todo, mostrar un comportamiento coherente con lo que predicaba.
Por su fe, humildad y arte, ha quedado como modelo del diácono que estudia, asimila y encarna la Escritura.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a la peregrinación diocesana de Mondoñedo-Ferrol, con su Obispo, y las Hermanas de la Caridad Dominicas de la Presentación, así como a los grupos de España, Venezuela y otros países latinoamericanos. Invito a todos a inspirarse en Romano el Meloda para impulsar la comunicación de la fe precisamente en nuestra civilización de la imagen.
Muchas gracias por vuestra visita.
[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
domingo, 18 de mayo de 2008
Benedicto XVI: Angelus dominical (18 de mayo): «¡Confía en mi! Los medios no te faltarán»
Intervención con motivo del Ángelus
GÉNOVA, domingo, 18 mayo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI este domingo al introducir la oración mariana del Ángelus en la plaza Matteotti, en Génova.
En el marco de su visita pastoral de este fin de semana a Liguria, momentos antes había celebrado un encuentro con los jóvenes, a algunos de los cuales hizo entrega del Evangelio como signo de envío misionero.
¡Queridos hermanos y hermanas!
En el corazón de mi visita pastoral a Génova, hemos llegado a la hora de la habitual cita dominical del Ángelus, y mi pensamiento vuelve naturalmente al Santuario de Nuestra Señora de la Guardia, donde esta mañana he estado en oración. Peregrino en ese oasis montano, allí se acercó muchas veces el Papa Benedicto XV, vuestro ilustre conciudadano, quien pidió que se colocara una reproducción de la querida imagen de la Virgen de la Guardia en los Jardines Vaticanos. Y como hizo mi venerado predecesor Juan Pablo II, en su primer viaje apostólico a Génova, también he querido iniciar mi visita pastoral con el homenaje a la celeste Madre de Dios, que desde lo alto del monte Figogna vela por la ciudad y por todos sus habitantes.
La tradición relata que a Benedetto Pareto, inquieto porque no sabía cómo responder a la invitación de construir una iglesia en aquel lugar tan distante de la ciudad, la Virgen, en su primera aparición, dijo: «¡Confía en mi! Los medios no te faltarán. Con mi ayuda todo se resultará fácil. Mantén sólo firme tu voluntad». «¡Confía en mí!». Esto nos repite hoy María. Una antigua oración, muy querida a la tradición popular, nos permite dirigirle estas confiadas palabras, que hoy hacemos nuestras: «Acuérdate, oh Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno que haya acudido a tu protección, implorado tu auxilio, reclamado tu socorro, ha sido abandonado». Es con esta certeza con la que invocamos la materna asistencia de la Virgen de la Guardia sobre vuestra comunidad diocesana, sobre sus Pastores, las personas consagradas, los fieles laicos: los jóvenes, las familias, los ancianos. A Ella le pedimos que vele, de manera especial, por los enfermos y todos los que sufren, y que haga fructíferas las iniciativas misioneras que están en marcha para llevar a todos el anuncio del Evangelio. A María confiamos juntos toda la ciudad, con su variada población, sus actividades culturales, socales y económicas; los problemas y los desafíos de nuestro tiempo, y el empeño de cuantos cooperan por el bien común.
Amplio ahora mi mirada a toda Liguria, constelada de iglesias y santuarios marianos, puestos como una corona entre el mar y las montañas. Junto a vosotros doy gracias a Dios por la fe robusta y tenaz de las generaciones anteriores que, en el curso de los siglos, han escrito páginas memorables de santidad y de civilización humana. Liguria, y en particular Génova, es desde siempre una tierra abierta al Mediterráneo y al mundo entero: ¡cuántos misioneros partieron de este puerto hacia América y otras lejanas tierras! ¡Cuánta gente de aquí ha emigrado a otros países, pobre tal vez de recursos materiales, pero rica en fe y en valores humanos y espirituales que después ha trasplantado en los lugares de arribo! Que María, Estrella del mar, siga brillando sobre Génova; que continúe María, Estrella de la esperanza, guiando el camino de los genoveses, especialmente de las nuevas generaciones, a fin de que sigan, con su ayuda, la ruta justa en el mar frecuentemente tempestuoso de la vida.
[Traducción del original italiano realizada por Marta Lago.© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
sábado, 17 de mayo de 2008
Cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ nos recuerda: Salir del encierro parroquial para anunciar a Jesús en las calles"
El arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ, exhortó a los catequistas porteños a salir del encierro parroquial porque en la ciudad hay niños que “no saben persignarse, no saben rezar y no conocen a Jesús”. Al presidir este sábado en la basílica de María Auxiliadora, del barrio de Almagro, la misa que cerró el Encuentro Arquidiocesano de Catequistas (EAC 2008), el purpurado porteño advirtió que “el problema de la Iglesia de Buenos Aires es que no toca timbres”, por lo que insistió en que los catequistas deben salir a “timbrear” por la Ciudad.
Tras recordar a un “profeta porteño” que en un tango dice: “se secan las pilas de todos los timbres que vos apretás”, reiteró el llamado a los catequistas a “timbrear vidas y corazones, a jetear, sin vergüenza, aunque nos digan que estamos de la chaveta”
También insistió en la necesidad de “no encerrarse en las parroquias, que, a veces, parecen una tumba o un sarcófago y sólo falta que le coloquemos flores y un cartel que diga: ‘aquí yace la comunidad cristiana’”.
“La identidad del catequista no es estar encerrado cuando hay chicos que no saben persignarse o no conocen a Jesús o no saben rezar”, subrayó.
En otro momento de la celebración eucarística, el cardenal Bergoglio invitó a los presentes a tomar del hombro a la persona que estaba a su lado y pidió que digan en voz alta: “Jesús, desátalo”, porque “tenemos que desatar a la Iglesia de Buenos Aires que está atada”.
Previo a la misa, en el patio del colegio Pío IX, los participantes del EAC 2008 -que llevó por lema “Discípulos y misioneros para que todos tengamos vida”- resaltaron la figura del beato Ceferino Namuncurá con oraciones y una puesta en escena con canciones de Carlos Seoane.
A lo largo de la jornada, los catequistas se reunieron en comisiones de trabajo, en las que se profundizó sobre aspectos del Documento de Aparecida, y sus conclusiones fueron presentadas a modo de "intenciones misioneras" al obispo auxiliar de Buenos Aires, monseñor Eduardo García.
Benedicto XVI: La profecía de la «Humanae Vitae» (17 de mayo)
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 17 mayo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI, el 10 de mayo en el Vaticano, a los participantes en el Congreso Internacional sobre la actualidad de la carta encíclica del Papa Pablo VI «Humanae Vitae», en su cuadragésimo aniversario.
* * *
Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; queridos hermanos y hermanas:
Con gran placer os acojo al final de los trabajos, en los que habéis reflexionado sobre un problema antiguo y siempre nuevo como es el de la responsabilidad y el respeto al surgir de la vida humana. Saludo en particular a mons. Rino Fisichella, rector magnífico de la Pontificia Universidad Lateranense, que ha organizado este Congreso internacional, y le agradezco las palabras de saludo que me ha dirigido. Mi saludo se extiende a todos los ilustres relatores, profesores y participantes, que con su contribución han enriquecido estas jornadas de intenso trabajo. Vuestra aportación se inserta eficazmente en la producción más amplia que, a lo largo de los decenios, ha ido aumentando sobre este tema controvertido y, a pesar de ello, tan decisivo para el futuro de la humanidad.
El concilio Vaticano II, en la constitución Gaudium et spes, ya se dirigía a los hombres de ciencia invitándolos a aunar sus esfuerzos para alcanzar la unidad del saber y una certeza consolidada acerca de las condiciones que pueden favorecer "una honesta ordenación de la procreación humana" (n. 52). Mi predecesor, de venerada memoria, el siervo de Dios Pablo VI, el 25 de julio de 1968, publicó la carta encíclica Humanae vitae. Ese documento se convirtió muy pronto en signo de contradicción.
Elaborado a la luz de una decisión sufrida, constituye un significativo gesto de valentía al reafirmar la continuidad de la doctrina y de la tradición de la Iglesia. Ese texto, a menudo mal entendido y tergiversado, suscitó un gran debate, entre otras razones, porque se situó en los inicios de una profunda contestación que marcó la vida de generaciones enteras. Cuarenta años después de su publicación, esa doctrina no sólo sigue manifestando su verdad; también revela la clarividencia con la que se afrontó el problema.
De hecho, el amor conyugal se describe dentro de un proceso global que no se detiene en la división entre alma y cuerpo ni depende sólo del sentimiento, a menudo fugaz y precario, sino que implica la unidad de la persona y la total participación de los esposos que, en la acogida recíproca, se entregan a sí mismos en una promesa de amor fiel y exclusivo que brota de una genuina opción de libertad. ¿Cómo podría ese amor permanecer cerrado al don de la vida? La vida es siempre un don inestimable; cada vez que surge, percibimos la potencia de la acción creadora de Dios, que se fía del hombre y, de este modo, lo llama a construir el futuro con la fuerza de la esperanza.
El Magisterio de la Iglesia no puede menos de reflexionar siempre profundamente sobre los principios fundamentales que conciernen al matrimonio y a la procreación. Lo que era verdad ayer, sigue siéndolo también hoy. La verdad expresada en la Humanae vitae no cambia; más aún, precisamente a la luz de los nuevos descubrimientos científicos, su doctrina se hace más actual e impulsa a reflexionar sobre el valor intrínseco que posee.
La palabra clave para entrar con coherencia en sus contenidos sigue siendo el amor. Como escribí en mi primera encíclica, Deus caritas est: "El hombre es realmente él mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima; (...) ni el cuerpo ni el espíritu aman por sí solos: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma" (n. 5). Si se elimina esta unidad, se pierde el valor de la persona y se cae en el grave peligro de considerar el cuerpo como un objeto que se puede comprar o vender (cf. ib.).
En una cultura marcada por el predominio del tener sobre el ser, la vida humana corre el peligro de perder su valor. Si el ejercicio de la sexualidad se transforma en una droga que quiere someter al otro a los propios deseos e intereses, sin respetar los tiempos de la persona amada, entonces lo que se debe defender ya no es sólo el verdadero concepto del amor, sino en primer lugar la dignidad de la persona misma. Como creyentes, no podríamos permitir nunca que el dominio de la técnica infecte la calidad del amor y el carácter sagrado de la vida.
No por casualidad Jesús, hablando del amor humano, se remite a lo que realizó Dios al inicio de la creación (cf. Mt 19, 4-6). Su enseñanza se refiere a un acto gratuito con el cual el Creador no sólo quiso expresar la riqueza de su amor, que se abre entregándose a todos, sino también presentar un modelo según el cual debe actuar la humanidad. Con la fecundidad del amor conyugal el hombre y la mujer participan en el acto creador del Padre y ponen de manifiesto que en el origen de su vida matrimonial hay un "sí" genuino que se pronuncia y se vive realmente en la reciprocidad, permaneciendo siempre abierto a la vida.
Esta palabra del Señor sigue conservando siempre su profunda verdad y no puede ser eliminada por las diversas teorías que a lo largo de los años se han sucedido, a veces incluso contradiciéndose entre sí. La ley natural, que está en la base del reconocimiento de la verdadera igualdad entre personas y pueblos, debe reconocerse como la fuente en la que se ha de inspirar también la relación entre los esposos en su responsabilidad al engendrar nuevos hijos. La transmisión de la vida está inscrita en la naturaleza, y sus leyes siguen siendo norma no escrita a la que todos deben remitirse. Cualquier intento de apartar la mirada de este principio queda estéril y no produce fruto.
Es urgente redescubrir una alianza que siempre ha sido fecunda, cuando se la ha respetado. En esa alianza ocupan el primer plano la razón y el amor. Un maestro tan agudo como Guillermo de Saint Thierry escribió palabras que siguen siendo profundamente válidas también para nuestro tiempo: "Si la razón instruye al amor, y el amor ilumina la razón; si la razón se convierte en amor y el amor se mantiene dentro de los confines de la razón, entonces ambos pueden hacer algo grande" (Naturaleza y grandeza del amor, 21, 8).
¿Qué significa ese "algo grande" que se puede conseguir? Es el surgir de la responsabilidad ante la vida, que hace fecundo el don que cada uno hace de sí al otro. Es fruto de un amor que sabe pensar y escoger con plena libertad, sin dejarse condicionar excesivamente por el posible sacrificio que requiere. De aquí brota el milagro de la vida que los padres experimentan en sí mismos, verificando que lo que se realiza en ellos y a través de ellos es algo extraordinario.
Por desgracia, se asiste cada vez con mayor frecuencia a sucesos tristes que implican a los adolescentes, cuyas reacciones manifiestan un conocimiento incorrecto del misterio de la vida y de las peligrosas implicaciones de sus actos. La urgencia formativa, a la que a menudo me refiero, concierne de manera muy especial al tema de la vida. Deseo verdaderamente que se preste una atención muy particular sobre todo a los jóvenes, para que aprendan el auténtico sentido del amor y se preparen para él con una adecuada educación en lo que atañe a la sexualidad, sin dejarse engañar por mensajes efímeros que impiden llegar a la esencia de la verdad que está en juego.
Proporcionar ilusiones falsas en el ámbito del amor o engañar sobre las genuinas responsabilidades que se deben asumir con el ejercicio de la propia sexualidad no hace honor a una sociedad que declara atenerse a los principios de libertad y democracia. La libertad debe conjugarse con la verdad, y la responsabilidad con la fuerza de la entrega al otro, incluso cuando implica sacrificio; sin estos componentes no crece la comunidad de los hombres y siempre está al acecho el peligro de encerrarse en un círculo de egoísmo asfixiante.
La doctrina contenida en la encíclica Humanae vitae no es fácil. Sin embargo, es conforme a la estructura fundamental mediante la cual la vida siempre ha sido transmitida desde la creación del mundo, respetando la naturaleza y de acuerdo con sus exigencias. El respeto por la vida humana y la salvaguarda de la dignidad de la persona nos exigen hacer lo posible para que llegue a todos la verdad genuina del amor conyugal responsable en la plena adhesión a la ley inscrita en el corazón de cada persona.
Con estos sentimientos, os imparto a todos la bendición apostólica.
[Traducción del original italiano distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
Benedicto XVI y la fuerza del asociacionismo pro familia (16 de mayo)
* * *
[En italiano:]
Queridos hermanos y hermanas:
Gracias por vuestra visita, que me permite conocer la actividad que desarrollan vuestras beneméritas asociaciones, integrantes del Forum de las Asociaciones Familiares y de la Federación Europea de las Asociaciones Familiares Católicas. A cada uno de vosotros, mi cordial saludo; en primer lugar al presidente del Forum, el abogado Giovanni Giacobbe, a quien agradezco las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Este encuentro tienen lugar con ocasión de la celebración anual de la Jornada Internacional de la Familia, señalada el 15 de mayo. Para subrayar la importancia de tal momento, habéis querido organizar un Congreso con un tema de relevante actualidad: «La alianza por la familia en Europa: el asociacionismo protagonista», a fin de confrontar las experiencias entre las diversas formas asociativas familiares, con el objetivo de sensibilizar a los gobernantes y a la opinión pública sobre el papel central e insustituible que tiene la familia en nuestra sociedad. En efecto, como justamente observáis, una acción política que desee mirar previsoramente el futuro, no puede dejar de situar a la familia en el centro de su atención y de su programación.
[En francés:]
Este año, como bien sabéis, se celebra el 40º aniversario de la Encíclica Humanae vitae y el 25º de la promulgación de la Carta de los derechos de la Familia, presentada por la Santa Sede el 22 de octubre de 1983. Dos documentos idealmente ligados entre sí, porque si el primero subraya con fuerza, yendo a contracorriente de la cultura dominante, la calidad del amor de los esposos, no manipulado por el egoísmo y abierto a la vida, el segundo pone en evidencia los derechos inalienables que permiten a la familia, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, ser la cuna natural de la vida humana. En particular, la Carta de los derechos de la Familia, dirigida principalmente a los gobiernos, ofrece, a quien está investido de responsabilidades en orden al bien común, un modelo y un punto de referencia para la elaboración de una adecuada legislación política de la familia. Al mismo tiempo, se dirige a todas las familias inspirando a que se unan en la defensa y promoción de sus derechos. Y vuestro asociacionismo, al respecto, puede representar un instrumento cuánto más oportuno para realizar mejor el espíritu de la citada Carta de los derechos de la Familia.
[En alemán:]
El amado pontífice Juan Pablo II, con razón llamado también el «Papa de la familia», repetía que «el futuro de la humanidad se fragua en la familia» (Familiaris consortio, 86). Subrayaba con frecuencia el valor insustituible de la institución familiar, según el plan de Dios Creador y Padre. También yo, precisamente en el inicio de mi pontificado, al abrir el 6 de junio de 2005 el Congreso de la diócesis de Roma dedicado precisamente a la familia, recalqué que la verdad del matrimonio y de la familia hunde sus raíces en la verdad del hombre y ha tenido su realización en la historia de la salvación, en cuyo centro está la palabra: «Dios ama a su pueblo». La revelación bíblica, en efecto, es ante todo expresión de una historia de amor, la historia de la alianza de Dios con los hombres. He aquí por qué la historia del amor y de la unión entre un hombre y una mujer en la alianza del matrimonio ha sido asumida por Dios como símbolo de la historia de la salvación. Precisamente por esto, la unión de vida y de amor, basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, que constituye la familia, representa un bien insustituible para toda la sociedad, que no hay que confundir ni equiparar a otros tipos de unión.
[En inglés:]
Bien sabemos cuántos desafíos enfrentan hoy las familias, qué difícil es realizar, en las condiciones sociales modernas, el ideal de fidelidad y de solidez del amor conyugal, tener hijos y educarles, conservar la armonía del núcleo familiar. Si gracias a Dios existen ejemplos luminosos de familias firmes y abiertas a la cultura de la vida y del amor, no faltan lamentablemente, e incluso van en aumento, las crisis matrimoniales y familiares. Desde muchas familias, que se encuentran en condiciones de preocupante precariedad, se eleva, a veces hasta inconscientemente, un grito, una petición de ayuda que interpela a los responsables de las administraciones públicas, de las comunidades eclesiales y de las distintas agencias educativas. Por lo tanto es cada vez más urgente el empeño de unir fuerzas para sostener, con todo medio posible, a las familias desde el punto de vista social y económico, jurídico y espiritual. En este contexto me agrada subrayar y alentar iniciativas y propuestas planteadas en vuestro Congreso. Me refiero, por ejemplo, al plausible empeño de movilizar a los ciudadanos en apoyo de la iniciativa «Una fiscalidad a medida de la familia», a fin de que los gobiernos promuevan una política familiar que ofrezca la posibilidad concreta a los padres de tener hijos y educarles en familia.
[En italiano:]
La familia, célula de comunión como fundamento de la sociedad, para los creyentes es como una «pequeña iglesia doméstica», llamada a revelar al mundo el amor de Dios. Queridos hermanos y hermanas: ayudad a las familias a ser signo visible de esta verdad, a defender los valores inscritos en la propia naturaleza humana y por lo tanto comunes a toda la humanidad, esto es, la vida, la familia y la educación. No se trata de principios derivados de una confesión de fe, sino de la aplicación de la justicia que respeta los derechos de cada hombre. ¡Ésta es vuestra misión, queridas familias cristianas! ¡Que jamás desfallezca vuestra confianza en el Señor y la comunión con Él en la oración y en la referencia constante a su Palabra! Seréis así testigos de su Amor, no apoyándoos simplemente en recursos humanos, sino firmemente en la roca que es Dios, vivificados por el poder de su Espíritu. Que María, Reina de la Familia, guíe como luminosa Estrella de esperanza el camino de todas las familias de la humanidad. Con estos sentimientos con sumo agrado os bendigo a cuantos estáis aquí presentes y a cuantos forman parte de las diversas asociaciones que representáis.
[Traducción del original plurilingüe por Marta Lago.
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
Benedicto XVI a la Acción Católica (04 de mayo)
Benedicto XVI a la Acción Católica
Al celebrar su 140 aniversario de fundación
CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 15 mayo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI a miles de miembros de la Acción Católica que celebraban el 140 aniversario de su fundación el pasado domingo, 4 de mayo de 2008.
* **
Queridos muchachos,jóvenes y adultos de la Acción católica:
Es para mí una gran alegría acogeros hoy aquí, en la plaza de San Pedro, donde muchas veces en el pasado vuestra benemérita asociación se ha encontrado con el Sucesor de Pedro. Gracias por vuestra visita. Os saludo con afecto a todos, que habéis venido de las diversas partes de Italia, así como a los miembros del Foro internacional, que provienen de cuarenta países del mundo. En particular, saludo al presidente nacional, profesor Luigi Alici, al que agradezco las sinceras palabras que me ha dirigido; al consiliario general, monseñor Domenico Sigalini; y a los responsables nacionales y diocesanos. Os doy las gracias también por el particular regalo que me habéis hecho a través de vuestros representantes y que testimonia vuestra solidaridad con los más necesitados. Expreso mi profundo agradecimiento al cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia episcopal italiana, que ha celebrado la santa misa para vosotros.
Habéis venido a Roma en compañía espiritual de vuestros numerosos santos, beatos, venerables y siervos de Dios: hombres y mujeres, jóvenes y niños, educadores y sacerdotes consiliarios, ricos en virtudes cristianas, crecidos en las filas de la Acción católica, que en estos días cumple 140 años de vida. La magnífica corona de rostros que abrazan simbólicamente la plaza de San Pedro es un testimonio tangible de una santidad rica en luz y amor. Estos testigos, que siguieron a Jesús con todas sus fuerzas, que se prodigaron por la Iglesia y por el reino de Dios, son vuestro documento de identidad más auténtico.
¿Acaso no es posible también hoy para vosotros, muchachos, para vosotros, jóvenes y adultos, hacer de vuestra vida un testimonio de comunión con el Señor, que se transforme en una auténtica obra maestra de santidad? ¿No es precisamente esta la finalidad de vuestra asociación? Ciertamente, esto será posible si la Acción católica sigue manteniéndose fiel a sus profundas raíces de fe, alimentadas por una adhesión plena a la palabra de Dios, por un amor incondicional a la Iglesia, por una participación vigilante en la vida civil y por un constante compromiso formativo.
Queridos amigos, responded generosamente a esta llamada a la santidad, según las formas más características de vuestra condición laical. Seguid dejándoos inspirar por las tres grandes "consignas" que mi venerado predecesor, el siervo de Dios Juan Pablo II, os confió en Loreto en el año 2004: contemplación, comunión y misión.
La Acción católica nació como una asociación particular de fieles laicos, caracterizada por un vínculo especial y directo con el Papa, que muy pronto se convirtió en una valiosa forma de "cooperación de los laicos en el apostolado jerárquico", recomendada "encarecidamente" por el concilio Vaticano II, que describió sus irrenunciables "notas características" (cf. Apostolicam actuositatem, 20). Esta vocación sigue siendo válida también hoy. Por tanto, os animo a proseguir con generosidad en vuestro servicio a la Iglesia. Asumiendo su fin apostólico general con espíritu de íntima unión con el Sucesor de Pedro y de corresponsabilidad operante con los pastores, prestáis un servicio en equilibrio fecundo entre Iglesia universal e Iglesia local, que os llama a dar una contribución incesante e insustituible a la comunión.
Esta amplia dimensión eclesial, que identifica vuestro carisma asociativo, no es signo de una identidad incierta o superada; más bien, atribuye una gran responsabilidad a vuestra vocación laical: iluminados y sostenidos por la acción del Espíritu Santo y arraigados constantemente en el camino de la Iglesia, se os estimula a buscar con valentía síntesis siempre nuevas entre el anuncio de la salvación de Cristo al hombre de nuestro tiempo y la promoción del bien integral de la persona y de toda la familia humana.
En mi intervención en la IV Asamblea eclesial nacional, celebrada en Verona en octubre de 2006, precisé que la Iglesia en Italia "es una realidad muy viva, que conserva una presencia capilar en medio de la gente de todas las edades y condiciones. Las tradiciones cristianas con frecuencia están arraigadas y siguen produciendo frutos, mientras que se está llevando a cabo un gran esfuerzo de evangelización y catequesis, dirigido en particular a las nuevas generaciones, pero también cada vez más a las familias" (Discurso de clausura, 19 de octubre de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de octubre de 2006, p. 8).
¿Cómo no ver que esta presencia capilar es también un signo discreto y tangible de la Acción católica? En efecto, la amada nación italiana siempre ha podido contar con hombres y mujeres formados en vuestra asociación, dispuestos a servir desinteresadamente a la causa del bien común, para la edificación de un orden justo de la sociedad y del Estado. Por consiguiente, vivid siempre a la altura de vuestro bautismo, que os ha sumergido en la muerte y la resurrección de Jesús, para la salvación de todos los hombres que encontréis y de un mundo sediento de paz y de verdad.
Sed "ciudadanos dignos del Evangelio" y "ministros de la sabiduría cristiana para un mundo más humano": este es el tema de vuestra asamblea; y es también el compromiso que asumís hoy ante la Iglesia italiana, aquí representada por vosotros, por vuestros presbíteros consiliarios, por los obispos y por su presidente.
En una Iglesia misionera, que afronta una emergencia educativa como la que existe hoy en Italia, vosotros, que la amáis y la servís, sed anunciadores incansables y educadores formados y generosos. En una Iglesia llamada a pruebas incluso muy exigentes de fidelidad y tentada de acomodarse, sed testigos intrépidos y profetas de radicalismo evangélico. En una Iglesia que se confronta diariamente con la mentalidad relativista, hedonista y consumista, ensanchad los horizontes de la racionalidad con una fe amiga de la inteligencia, tanto en el ámbito de una cultura popular y generalizada, como en el de una investigación más elaborada y profunda. En una Iglesia que llama al heroísmo de la santidad, responded sin temor, confiando siempre en la misericordia de Dios.
Queridos amigos de la Acción católica italiana, en el camino que tenéis delante no estáis solos: os acompañan vuestros santos. También otras figuras han desempeñado papeles significativos en vuestra asociación: pienso, por ejemplo, entre otros, en Giuseppe Toniolo y en Armida Barelli. Estimulados por estos ejemplos de cristianismo vivido, habéis comenzado un año extraordinario, un año que podríamos calificar de santidad, durante el cual os comprometéis a encarnar en la vida concreta las enseñanzas del Evangelio. Os aliento en este propósito. Intensificad la oración, orientad vuestra conducta según los valores eternos del Evangelio, dejándoos guiar por la Virgen María, Madre de la Iglesia. El Papa os acompaña con un recuerdo constante ante el Señor, a la vez que os imparte de corazón la bendición apostólica a vosotros, aquí presentes, y a toda la asociación.
[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
Decálogo de la oración por "De la mano de Teresa de Jesús"
1. Hazte con una llave maestra para entrar en oración en tu cuarto, en tu rincón favorito, pero también en el autobús, en el centro comercial, en tu trabajo, en la carnicería…
2. Acude a la oración como si se tratara de una cita de vital importancia. Recuerda tu primera cita de amor o la entrevista para tu primer trabajo.
3. Es importante que hables a Dios acerca de tus errores, de tus infidelidades..., pero mucho, mucho más importante es que te des cuenta de que “tus pecados no llegan ni al tobillo a la misericordia de Dios.”
4. Cuando desees orar pero te lo impide la conversación con una persona, no desesperes ni lo dejes para otra ocasión: escucha a Jesús en las palabras de tu hermano.
5. Si en algún momento de la oración sientes ganas de reír…, ríe; si ganas de llorar…, llora; cuando el hombre deja que Dios entre en su corazón, Él obra de múltiples formas.
6. No uses fórmulas estrambóticas para dirigirte a Dios. Él te entiende de sobra. Es más, las palabras que tú vas a usar las ha puesto Dios en tus labios.
7. A veces al orar no sentirás nada, pensarás que Dios está mudo. No te preocupes. Dios no te ha abandonado, únicamente ha cambiado de estrategia y te está acariciando amorosamente… Siente sus caricias.
8. Cuando los ruidos te impidan orar, piensa en el Dios de las multitudes, en el Dios de los amigos, de las reuniones festivas… Recrea en tu corazón un texto evangélico en el que Jesús se relacione con la gente.
9. No sólo pidas a Dios por ti, por tu familia, por los más pobres, por, por… Dios también necesita tu ayuda. Dile en que le puedes ayudar y échale una mano.
10. No salgas de la oración de capa caída por no haber solucionado la papeleta. Siéntete radiante pues tú lo has dejado todo en manos de Dios. Confía en que Él te dará fuerzas y obrará en ti.
5 días sin conexión...y viene el final de semestre
miércoles, 14 de mayo de 2008
Benedicto XVI: Audiencia General de los mièrcoles (14 de mayo)
Benedicto XVI presenta la figura del Pseudo-Dionisio Areopagita
El primer gran teólogo místico
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 14 mayo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general de este miércoles, dedicada a presentar la figura del Pseudo-Dionisio Areopagita.
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
En el curso de las catequesis sobre los Padres de la Iglesia, quisiera hablar hoy de una figura sumamente misteriosa: un teólogo del siglo VI, cuyo nombre es desconocido, que escribió bajo el pseudónimo de Dionisio Areopagita. Con este pseudónimo aludía al pasaje de la Escritura que acabamos de escuchar, es decir, el caso narrado por san Lucas en el capítulo XVII de los Hechos de los Apóstoles, donde se narra que Pablo predicó en Atenas, en el Areópago, dirigiéndose a una élite del mundo intelectual griego, pero al final la mayor parte de los que le escuchaban no se mostró interesada, y se alejó ridiculizándole; sin embargo, unos cuantos, pocos, según nos dice san Lucas, se acercaron a Pablo abriéndose a la fe. El evangelista nos revela dos nombres: Dionisio, miembro del Areópago, y una mujer llamada Damaris.
Si el autor de estos libros escogió cinco siglos después el pseudónimo de Dionisio Areopagita, quiere decir que tenía la intención de poner la sabiduría griega al servicio del Evangelio, promover el encuentro entre la cultura y la inteligencia griega con el anuncio de Cristo; quería hacer lo que pretendía aquel Dionisio, es decir, que el pensamiento griego se encontrara con el anuncio de san Pablo, siendo griego, quería ser discípulo de san Pablo y de este modo discípulo de Cristo.
¿Por qué escondió su nombre y escogió este pseudónimo? Una parte de la respuesta ya se ha dado: quería expresar esta intención fundamental de su pensamiento. Pero hay dos hipótesis sobre este anonimato y sobre su pseudónimo. Según la primer, se trataba de una falsificación, a través de la cual, fechando sus obras en el primer siglo, en tiempos de san Pablo, quería dar a su producción literaria una autoridad casi apostólica. Pero hay una hipótesis mejor que ésta --que me parece poco creíble--: quería hacer un acto de humildad. No quería dar gloria a su nombre, no quería erigir un monumento a sí mismo con sus obras, sino realmente servir al Evangelio, crear una teología eclesial, no individual, basada en sí mismo. En realidad logró elaborar una teología que ciertamente podemos fechar en el siglo VI, pero no la podemos atribuir a una de las figuras de esa época: es una teología un poco "desindividualizada", es decir, una teología que expresa un pensamiento y un lenguaje común. Eran tiempos de acérrimas polémicas tras el Concilio de Calcedonia; él, por el contrario, en su Séptima Epístola, dice: «No quisiera hacer polémica; hablo simplemente de la verdad, busco la verdad». Y la luz de la verdad por sí misma hace que caigan los errores y que resplandezca lo que es bueno. Y con este principio purificó el pensamiento griego y lo puso en relación con el Evangelio. Este principio, que él afirma en su séptima carta, es también expresión de un verdadero espíritu de diálogo: no se trata de buscar las cosas que separan, hay que buscar la verdad en la Verdad misma; esta, después, resplandece, y hace que caigan los errores.
Por tanto, a pesar de que la teología de este autor es, por así decir «supra-personal», realmente eclesial, podemos enmarcarla en el siglo VI. ¿Por qué? El espíritu griego, que puso al servicio del Evangelio, lo encontró en los libros de un cierto Prócolo, fallecido en el año 485 en Atenas: este autor pertenecía platonismo tardío, una corriente de pensamiento que había transformado la filosofía de Platón en una especie de religión, cuyo objetivo al final consistía en crear una gran apología del politeísmo griego y volver, tras el éxito del cristianismo, a la antigua religión griega. Quería demostrar que, en realidad, las divinidades eran las fuerzas del cosmos. La consecuencia era que debería considerarse como más verdadero el politeísmo que el monoteísmo, con un solo Dios creador. Prócolo presentaba un gran sistema cósmico de divinidades, de fuerzas misteriosas, según el cual, en este cosmos deificado, el hombre podía encontrar acceso a la divinidad. Ahora bien, hacía una distinción entre las sendas de los sencillos --los que no eran capaces de elevarse a las cumbres de la verdad, para quienes ciertos ritos podían ser suficientes--, de los caminos de los sabios, que por el contrario debían purificarse para llegar a la luz pura.
Como se puede ver, este pensamiento es profundamente anticristiano. Es una reacción tardía contra la victoria del cristianismo. Un manejo anticristiano de Platón, mientras ya tenía lugar una lectura cristiana del gran filósofo. Es interesante que el Pseudo-Dionisio se haya atrevido a servirse precisamente de este pensamiento para mostrar la verdad de Cristo; transformar este universo politeísta en un cosmos creado por Dios, en la armonía del cosmos de Dios, donde todas as fuerzas son alabanza de Dios, y mostrar esta gran armonía, esta sinfonía del cosmos que va desde los serafines a los ángeles y arcángeles, hasta el hombre y a todas las criaturas, que juntas reflejan la belleza de Dios y son alabanza a Dios. Transformaba así la imagen politeísta en un elogio del Creador y de su criatura. De este modo, podemos descubrir las características esenciales de su pensamiento: ante todo, es una alabanza cósmica. Toda la creación habla de Dios y es un elogio de Dios. Siendo la criatura una alabanza de Dios, la teología del Pseudo-Dionisio se convierte en una teología litúrgica: Dios se encuentra sobre todo alabándolo, no sólo reflexionando; y la liturgia no es algo construido por nosotros, algo inventado para hacer una experiencia religiosa durante un cierto período de tiempo; consiste en cantar con el coro de las criaturas y en entrar en la misma realidad cósmica. Y así la liturgia, aparentemente sólo eclesiástica, se hace amplia y grande, nos une con el lenguaje de todas las criaturas. Dice: no se puede hablar de Dios de manera abstracta; hablar de Dios es siempre --lo dice con la palabra griega--, un «hymnein», un elevar himnos para Dios con el gran canto de las criaturas, que se refleja y concreta en la alabanza litúrgica.
Sin embargo, si bien su teología es cósmica, eclesial y litúrgica, también es profundamente personal. Creo que es la primera gran teología mística. Es más, la palabra «mística» adquiere con él un nuevo significado. Hasta esa época para los cristianos esta palabra era equivalente a la palabra «sacramental», es decir, lo que pertenece al «mysterion», sacramento. Con él, la palabra «mística» se hace más personal, más íntima: expresa el camino del alma hacia Dios. Y, ¿cómo es posible encontrar a Dios? Aquí observamos nuevamente un elemento importante en su diálogo entre filosofía griega y cristianismo, en particular, la fe bíblica. Aparentemente lo que dice Platón y lo que dice la gran filosofía sobre Dios es mucho más elevado, mucho más verdadero; la Biblia parece bastante «bárbara», simple, precrítica diríamos hoy; pero él observa que precisamente esto es necesario para que de este modo podamos comprender que los conceptos más elevados sobre Dios no llegan nunca hasta su auténtica grandeza; son siempre impropios.
Estas imágenes nos hacen comprender, en realidad, que Dios está por encima de todos los conceptos; en la sencillez de las imágenes, encontramos más verdad que en los grandes conceptos. El rostro de Dios es nuestra incapacidad para expresar realmente lo que es. De este modo habla --lo dice el mismo Pseudo-Dionisio-- de una «teología negativa». Es más fácil decir lo que no es Dios, que expresar lo que es realmente. Sólo a través de estas imágenes podemos adivinar su verdadero rostro y, por otra parte, este rostro de Dios es muy concreto: es Jesucristo. Y si bien Dionisio nos muestra, siguiendo a Prócolo, la armonía de los coros celestes, de manera que parece que todos dependen de todos, es verdad que nuestro camino hacia Dios queda muy lejos de Él; el Pseudos-Dionisio demuestra que al final el camino hacia Dios es Dios mismo, el cual se hace cercano a nosotros en Jesucristo.
De este modo, una grande y misteriosa teología se hace también muy concreta, ya sea en la interpretación de la liturgia, ya sea en la reflexión sobre Jesucristo: con todo ello, Dionisio Areopagita tuvo una gran influyo en toda la teología medieval, en toda la teología mística, tanto de Oriente como de Occidente, fue casi redescubierto en el siglo XIII sobre todo por san Buenaventura, el gran teólogo franciscano que en esta teología mística encontró el instrumento conceptual para interpretar la herencia tan sencilla y profunda de san Francisco: el pobrecillo, como Dionisio, nos dice que al final el amor ve más que la razón. Donde está la luz del amor las tinieblas de la razón se desvanecen; el amor ve, el amor es un ojo y la experiencia nos da mucho más que la reflexión. Buenaventura vio en san Francisco lo que significa esta experiencia: es la experiencia de un camino muy humilde, muy realista, día tras día, es caminar con Cristo, aceptando su cruz. En esta pobreza y en esta humildad, en la humildad que se vive también en la eclesialidad, se da una experiencia de Dios que es más elevada que la que se alcanza a través de la reflexión: en ella, realmente tocamos el corazón de Dios.
Hoy Dionisio Areopagita tiene una nueva actualidad: se presenta como un gran mediador en el diálogo moderno entre el cristianismo y las teologías místicas de Asia, cuya característica está en la convicción de que no se puede decir quién es Dios; de Él sólo se puede hablar con formas negativas; de Dios sólo se puede hablar con el «no», y sólo es posible alcanzarle si se entra en esta experiencia del «no». Y aquí se ve una cercanía entre el pensamiento del Areopagita y el de las religiones asiáticas: puede ser hoy un mediador como lo fue entre el espíritu griego y el Evangelio.
De este modo, se ve que el diálogo no acepta la superficialidad. Precisamente cuando uno entra en la profundidad del encuentro con Cristo, abre también el amplio espacio para el diálogo. Cuando uno encuentra la luz de la verdad, se da cuenta de que es una luz para todos; desaparecen las polémicas y es posible entenderse mutuamente o al menos hablar el uno con el otro, acercarse. El camino del diálogo consiste precisamente en estar cerca de Dios en Cristo, en la profundidad del encuentro con Él, en la experiencia de la verdad, que nos abre a la luz y nos ayuda a salir al encuentro de los demás: la luz de la verdad, la luz del amor. Al fin y al cabo nos dice: tomad el camino de la experiencia, de la experiencia humilde de la fe, cada día. Entonces, el corazón se hace grande y puede ver e iluminar también la razón para que vea la belleza de Dios. Pidamos al Señor que nos ayude también hoy a poner al servicio del Evangelio la sabiduría de nuestro tiempo, descubriendo de nuevo la belleza de la fe, el encuentro con Dios en Cristo.
[Al final de la audiencia, el Papa saludó en varios idiomas a los peregrinos. En español, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
Según el Pseudo-Dionisio Areopagita, para conocer a Dios de modo completo, el verdadero teólogo intenta recoger en primer lugar todo lo que la Biblia dice sobre Él. Sin embargo, como ninguna calificación expresa plenamente el misterio de Dios, se llega a una teología llamada negativa, que afirma más bien lo que Él no es. Los conceptos son como imágenes útiles para contemplar lo que supera nuestro entendimiento y como signos de un encuentro personal con Dios, en el que la especulación deja el paso a la contemplación y el conocimiento a la experiencia. Esta vía negativa del Pseudo-Dionisio es una disposición interior que rechaza recluir a Dios en simples ideas, adaptando los misterios divinos al pensamiento humano. Es una actitud existencial que abarca toda la persona, pues la verdadera teología requiere una transformación del sujeto. Los escritos del Pseudo-Dionisio se difundieron rápidamente en el Oriente griego y entre los autores latinos de la Edad Media. El esfuerzo de Dionisio por insertar la verdadera fe en la cultura helenista de su época es de gran actualidad en nuestros días. También hoy, es necesario entrar en diálogo con las nuevas culturas para asumir lo que tienen de valor, pero sin comprometer por ello la identidad cristiana, fundada en la Revelación.
Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a los peregrinos y grupos parroquiales venidos de Costa Rica, España, México, Perú y de otros países latinoamericanos. Que la visita a las tumbas de los Apóstoles acreciente en vosotros los deseos de conocer más a Cristo y renueve vuestros propósitos de llevar una vida cristiana cada vez más coherente y generosa. Que Dios os bendiga.
[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]