martes, 29 de abril de 2008

Comunicado de la CEV. Sobre la actualidad educativa del país.

El subrayado es nuestro.
Comunicado de la CEV. Sobre la actualidad educativa del país.

1. La Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) ve la conveniencia de presentar ante la sociedad su posición sobre algunos aspectos de la actualidad educativa del país. La educación es un tema de suma trascendencia que está permanentemente presente en el acontecer nacional, pero sobre cuyos elementos constitutivos fundamentales, pocas veces se ha establecido un diálogo nacional, franco y abierto.

2. En los últimos meses las autoridades educativas han emprendido, en el contexto de la implementación del Sistema Educativo Bolivariano, un conjunto de iniciativas para el desarrollo de un Nuevo Diseño Curricular que tiene una profunda y decisiva influencia en toda la labor de educación. La forma en que se ha procedido ha generado una reacción generalizada en los actores interesados, en especial Asociaciones de Padres y Representantes, universidades y diferentes gremios de educadores, que lo critican porque contradice planteamientos de la Constitución y de la Ley Orgánica de Educación vigentes, y replantea cuestiones ya rechazadas en el Referendo del 2 de diciembre del año 2.007. Además se pretende imponerlo, como una decisión tomada que hay que llevar a la práctica, sin que se haya producido el proceso participativo plural, indispensable para un tema tan importante.

3. Las declaraciones de las autoridades no han propiciado el clima necesario para este delicado asunto al enviar mensajes contradictorios. En unos momentos destacan el carácter obligatorio y definitivo de cuanto ya está decidido, y, en otros, presentan el tema como si estuviéramos en una fase provisional e interlocutoria de estudio. En efecto, se habla de una consulta, pero al mismo tiempo se invita a los interesados a apropiarse del espíritu y de los contenidos del mismo. Se habla de posibles cambios, pero se reafirman directrices que ya se están poniendo en práctica. Se dice que no hay prisa, pero se sigue dando los cursos de inducción, y hasta se habla de textos ya elaborados.

4. Pero, particularmente, nos preocupan las afirmaciones que reiteran la voluntad de poner el sistema educativo al servicio de un determinado proyecto político. Este modo de proceder, realmente arbitrario y excluyente, que está en contra de la apertura constitucional a diferentes corrientes de pensamiento (cf Constitución Nº 102), origina numerosos cuestionamientos y un ambiente de desasosiego y desconfianza que no resulta constructivo ni esperanzador. Sin un planteamiento de fondo sobre esta problemática corremos el peligro de agudizar los enfrentamientos y las divisiones.

5. La CEV, al ofrecer su opinión sobre la situación educativa, ratifica cuanto fue expresado en el Manifiesto del Colectivo de Organizaciones Católicas en Educación que lleva como título “La Educación que Venezuela necesita” (marzo del 2007), y lo que se aportó en las diversas reuniones que la Comisión Episcopal de la CEV y la presidencia de AVEC, apoyados por la presencia del Card. Jorge Urosa y de Mons. Ovidio Pérez Morales, celebraron con las autoridades de la Comisión de Educación de la Asamblea Nacional y con las del Ministerio del Poder Popular para la Educación, en el primer semestre del 2006 sobre el Proyecto de la nueva Ley Orgánica de Educación. En nuestra opinión estos intercambios señalan que es el diálogo el camino a seguir y profundizar.

6. Con este espíritu, avalamos la actitud de la AVEC y de numerosas asociaciones que, sin validar la propuesta oficial tal como está, se han esforzado en conocer sus contenidos, han expresado sus opiniones y están dispuestos a debatir y defender con argumentos las posturas asumidas. La educación católica ha demostrado, con tomas de posición y con hechos, a lo largo de los años, su fidelidad y coherencia con cuanto esté en consonancia con la Constitución de Venezuela y con los principios democráticos de libertad y pluralidad de pensamiento, y ha enriquecido su propuesta con las directrices y valores que emanan del Evangelio.

7. Insistimos en defender, en todo el hecho educativo, la centralidad de la persona, considerada en su integralidad, su necesaria dimensión social y apertura a lo trascendente, superando cualquier forma de individualismo o colectivismo, de imposición laicista o religiosa. Reafirmamos el derecho y deber de la familia en la misión orientadora de los hijos, así como también recordamos la responsabilidad de la sociedad en esa labor. Y reconocemos el derecho y deber del Estado para garantizar a todos el disfrute de estos derechos que son irrenunciables, y la educación es uno de ellos.

8. Compartimos, con muchos otros, los elementos de progreso que se ratifican o introducen en el Nuevo Diseño Curricular, tales como la responsabilidad social y la solidaridad; sin embargo, insistimos en la necesidad de un amplio diálogo nacional acerca de los fundamentos teóricos, pedagógicos y filosóficos, que deben ser entendidos a la luz de la Constitución y no interpretados unilateralmente, y sobre diversos aspectos del desarrollo del Currículo que, en nuestra opinión deben ser revisados: el exagerado militarismo; la visión parcializada de la historia; la reducción e imposición de los modelos inspiradores presentados, entre otros.

9. Al valorar la disposición de las autoridades educativas a debatir con todos los involucrados lo referente al Nuevo Diseño Curricular propuesto, les exhortamos a que no se adelanten pasos concretos en la implementación del mismo, y a hacer de dominio público toda iniciativa sobre el nuevo currículo y cualquier otro cambio del sistema educativo, de modo que se eviten tantas informaciones parciales, rumores y ansiedades, y dejemos todos de lado las posiciones ambiguas, las ingenuidades y las eventuales agendas ocultas. La batalla, como alguno la ha bautizado, de la educación no la debe ganar o perder parcialidad alguna porque los valores y derechos no son objeto de votación (cf Constitución Nº74). La ganará o perderá el país en la medida en que seamos capaces de aunar esfuerzos y abrir espacios de reflexión e intercambio entre las diferentes instituciones educativas, para descubrir y poner en práctica lo que realmente promueve la inclusión de todos los ciudadanos.

Los Arzobispos y Obispos de Venezuela

Caracas, 25 de abril del 2.008

lunes, 28 de abril de 2008

La pobreza volunitaria: un caso curioso (II)

5.788 kilómetros a pie: Vivir la pobreza es aceptar necesitar a los otros (II)

Entrevista con Edouard y Mathilde Cortès

ROMA, 28, abril 2008 (ZENIT.org).- «Hemos elegido abandonarnos totalmente en las manos de los hombres y de Dios para ensanchar nuestro corazón. Nos hemos convertido en pobres porque esperábamos todo de los otros». Tras una peregrinación de casi 6.000 kilómetros, de París a Jerusalén, Edouard y Mathilde Cortès están de regreso. Explican por qué eligieron hacer esta peregrinación y cómo la han vivido.

Publicamos a continuación la segunda parte de esta entrevista. La primera parte fue publicada en Zenit el 25 de abril de 2008.

--A nivel espiritual, ustedes partieron con un espíritu de abandono total en Dios. ¿Tienen el sentimiento de que Él les ha acompañado y de que le conocen mejor hoy?

--E. y M. Cortès: Paso a paso, hemos experimentado que el hombre no vive sólo de pan, que no es sólo un ser de carne. Esta marcha ha revelado en nosotros una música interior, el canto del alma. Día tras día, hemos hecho brotar otra riqueza, la de la fe. Con Jesús, nuestros pies rumiaban «donde está tu tesoro, está tu corazón».

Hemos descubierto la fuerza de la oración del pobre: la de un niño que grita su angustia, su cólera a su padre esperando todo de él. «Danos hoy nuestro pan de cada día...». La oración del pobre, del niño que dice «gracias Papá» por esta persona conocida, por estos higos encontrados al borde del camino, por la sombra de un árbol a la hora de una parada, por este fuego que rescalda en el lugar de la acampada.. Peregrinar es aprender a reconocer la presencia divina en nuestras vidas.

Cogíamos cada día el rosario, la mano de la Virgen María. Al hilo de cada padrenuestro y avemaría, se deslizaba una intención especial que nos había sido confiada, sobre todo las que han enviado por mail los lectores de Zenit.

Hemos descubierto la meditación de los pies. Los pasos, por su ritmo lento, dejan al espíritu vagabundear más lejos que todas las bellas fórmulas. Sin grandes discursos ni impulsos místicos. Es la oración del corazón. La que escucha antes de hablar.

Desde hace dos mil años, esta ruta hacia Jerusalén ha sido recorrida por millares de peregrinos, vagabundos o aventureros. Marchamos con ellos, no teniendo el sentimiento de realizar una hazaña sino de formar parte de las ovejas que van hacia su Pastor. Nos hemos mantenido sobre todo por la oración y los pensamientos de nuestras familias, nuestros amigos, de muchos que marchaban en su pensamiento con nosotros. Es una experiencia de comunión más allá de los kilómetros.

Nos ha hecho falta aprender a perdonar a los que nos han rechazado. Sacudir el polvo de sus sandalias, no en un gesto de desdén sino para dejar allí el mal y los rencores. No es algo fácil. El polvo se queda adherido.

Lo más bonito de esta marcha fue tratar de abandonarse en Dios. En este campo, nada se aprende del todo. Cada día, cada instante es necesario renovar la confianza a tu cónyuge, a los otros, a Dios. Esta marcha era nuestro primer paso.

--Estos meses de esfuerzos, de pruebas pero también de alegría, seguramente han hecho madurar su relación de pareja. ¿Tienen la impresión de haber aprendido cosas importantes para lograr su vida de pareja?

--E. y M. Cortès: Hemos vivido en modo extremo nuestros primeros meses de matrimonio: 24 horas al día juntos, no es normal. Este viaje ha sido como una alegoría de la vida de pareja: una expedición de larga duración que exige una buena dosis de intrepidez, de confianza y de perseverancia.

En pareja, nada resiste en el camino, ninguna máscara. Fatigas, perezas, orgullos... es tiempo perdido quererlos ahuyentar. Imposible dejarse embaucar, ver al otro como se quisiera que fuese. Así hemos podido hacer un trabajo de verdad sobre cada uno. Y a cambio hemos podido aprender a aceptar al otro tal como es. Sobre todo hemos aprendido que el amor no es sólo un sentimiento. Vivimos hoy de un amor que queremos construir todos los días, como en el camino, con lágrimas o cantando.

Creer que el otro nos comprende naturalmente sin palabras es un error. Lo que va bien sin decirlo, va mejor diciéndolo: ¡es preciso comunicar! Nuestras reacciones frente a los acontecimientos son muy diferentes, lo que implica prestar siempre atención al otro, a lo que se recibe de él. Estas diferencias de percepción no han conducido a menudo a discutir, fuertemente a veces, a causa de incomprensiones. La ocasión para aprender a pedirnos perdón, a recibir y aceptar el perdón del otro.

Los escépticos murmuraban cuando partimos: «Se van a separar antes de llegar», «era necesario partir antes del matrimonio, para ver si la pareja resiste». Muy al contrario, lo que nos ha hecho marchar es el habernos comprometido de por vida. Teníamos un proyecto común, el de alcanzar Jerusalén. Sin proyecto de pareja, se adormece. Lo que nos hizo progresar fue que queremos amarnos. Sin voluntad se acaba por dejarse. Lo que nos hizo avanzar fue nuestro deseo común de la Jerusalén celeste. Los grandes deseos llevan a la Vida.

--Y ahora, ¿qué proyectos tienen?

--E. y M. Cortès: Estamos escribiendo un libro que aparecerá en francés, en la editorial XO, en octubre de 2008 con nuestro cuaderno de ruta y nuestro testimonio. Para mantenerse informados, pueden consultar el sitio: http://www.enchemin.org

[Para leer algunos extractos del cuaderno de ruta, cf. Zenit del
12, 13, y 14 de noviembre de 2007]

Por Gisèle Plantec, traducido del francés por Nieves San Martín

Gracias por sus oraciones!! Es benigno!!!

Gracias a todos por rezar por la salud de mi padre. Los exàmenes señalan que el tumor es benigno. Gracias!. Otro milagro!!!

domingo, 27 de abril de 2008

Benedicto XVI: «Regina Caeli» (Domingo VI de Pascua, 27 de abril)

Benedicto XVI: Evangelizar es sembrar alegría
Intervención con motivo del «Regina Caeli»

CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 27 abril 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI antes y después de rezar este domingo la oración mariana del «Regina Caeli» junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

Acaba de concluir en la Basílica de San Pedro la celebración en la que he ordenado a 29 nuevos sacerdotes. Todos los años constituye un momento de especial gracia y de gran fiesta: savia renovada penetra en el tejido de la comunidad, tanto de la eclesial como de la ciudadana. Si bien es verdad que la presencia de los sacerdotes es indispensable para la vida de la Iglesia, también es preciosa para todos. En los Hechos de los Apóstoles se lee que el diácono Felipe llevó el Evangelio a una ciudad de Samaria, la gente acogió con entusiasmo su predicación, viendo también los prodigios que realizaba con los enfermos, «y hubo una gran alegría en aquella ciudad» (8, 8). Como he recordado a los nuevos presbíteros en la celebración eucarística, este es el sentido de la misión de la Iglesia y en particular de los sacerdotes: ¡sembrar en el mundo la alegría del Evangelio! Donde Cristo es predicado con la fuerza del Espíritu Santo y es acogido con espíritu abierto, la sociedad, a pesar de que tenga muchos problemas, se convierte en «ciudad de la alegría», retomando el título de un famoso libro referido a la obra de la Madre Teresa de Calcuta. Este es, por tanto, mi deseo para los nuevos sacerdotes, por quienes os invito a rezar: ¡que puedan difundir, allí donde estén destinados, la alegría y al esperanza que surgen del Evangelio!

En realidad, éste es también el mensaje que he llevado en los días pasados a los Estados Unidos de América, con un viaje apostólico que llevaba por lema estas palabras: «Christ our Hope - Cristo nuestra esperanza». Doy las gracias porque ha bendecido abundantemente esta singular experiencia misionera y me ha permitido ser instrumento de la esperanza de Cristo para esa Iglesia y para la de ese país. Al mismo tiempo, le doy las gracias porque yo mismo he sido confirmado en la esperanza por los católicos estadounidenses: he visto una gran vitalidad y la voluntad decidida de vivir y testimoniar la fe en Jesús. El miércoles próximo, durante la audiencia general, quiero detenerme más ampliamente ha repasar mi visita a Estados Unidos.
Hoy muchas Iglesias orientales celebran, según el calendario juliano la gran solemnidad de la Pascua. Deseo expresar a estos hermanos y hermanas nuestros mi fraterna cercanía espiritual. Les saludo cordialmente, pidiendo al Dios uno y trino que les confirme en la fe, les llene de la luz resplandeciente que surge de la resurrección del Señor y que les consuele en las situaciones difíciles en las que con frecuencia tienen que testimoniar el Evangelio. Invito a todos a unirse conmigo en la invocación de la Madre de Dios para que el camino del diálogo y de la colaboración, emprendido desde hace tiempo, lleve pronto a una comunión más completa entre todos los discípulos de Cristo para que sean un signo cada vez más luminoso de la esperanza de toda la humanidad.

[Al final del Regina Caeli el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En italiano, dijo:]

Las noticias que llegan desde algunos países africanos siguen siendo motivo de profundo sufrimiento y preocupación. ¡Os pido que no os olvidéis de estas trágicas vicisitudes y de los hermanos y hermanas que han quedado involucrados! ¡Os pido que recéis por ellos y que les prestéis vuestra voz!

En Somalia, especialmente en Mogadiscio, duros enfrentamientos hacen cada vez más dramática la situación humanitaria de esa querida población, desde hace demasiados años oprimida bajo el peso de la brutalidad y de la miseria.

Darfur, a pesar de algunos momentáneos momentos de calma, sigue siendo una tragedia sin fin para centenares de miles de personas indefensas y abandonadas a sí mismas.

Por último, Burundi. Después de los bombardeos de los días pasados, que han golpeado y aterrorizado a los habitantes de la capital, Bujumbura, y que han tocado también la sede de la nunciatura apostólica, ante el riesgo de una nueva guerra civil, invito a todas las partes en causa a retomar sin demora el camino del diálogo y de la reconciliación.

Confío en que las autoridades políticas locales, los responsables de la comunidad internacional y toda persona de buena voluntad no ahorren esfuerzos para hacer que cese la violencia y honrar los compromisos asumidos, de manera que se pongan sólidos cimientos para la paz y el desarrollo.

Confiamos nuestras intenciones a María, Reina de África.

[En español, el Papa añadió:]

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, especialmente a los fieles de las parroquias de Nuestra Señora de los Remedios, de Canarias, y Nuestra Señora de Monserrat, de Tenerife. El próximo jueves comenzamos el mes de mayo, tradicionalmente dedicado en muchos países a María. Os invito a rezar el Santo Rosario con devoción y a pedir encarecidamente por las necesidades del mundo y de la Iglesia. ¡Feliz domingo!

[Traducción realizada por Jesús Colina© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

Video beatificaciòn Madre Candelaria

Simplemente me dejó sin habla...

Me llegó esta noticia gracias a varios hermanos, entre ellos Guardiàn Catòlico (aquì) y la gran Marta Salazar (ver acà)

Hoy Venezuela vivirá la primera beatificación en su tierra

Hoy a las 11am hora de Venezuela, en la ciudad de Caracas, será beatificada la Madre Candelaria de San José (ver abajo reporte de ACIPrensa, y biografías acá y comentario muy bueno del Centro Gumilla aquí).

En Semana Santa pasé por la Casa General de las "Hermanas Carmelitas de la Madre Candelaria" (ver imágenes: la primera sus cosas entre ellas su cilicio, la segunda: su tumba en la capilla de la Casa General), y pude ver las pocas cosas que la Madre Candelaria usó en vida. Nos atendió una hermana (que me disculpe porque se me olvidó su nombre), que no dejaba de decirnos: "era una mujer muy pobre, todo lo regalaba; nada dejaba para sí". Nos regaló una biografía (Víctor Pérez, 1996, Madre Candelaria de San José), que leí en los días siguientes. Si algo puedo resaltar de su vida es que gracias a ella, y a tantas mujeres como en ella; en Venezuela la Iglesia y la fe se mantuvieron fuertes a pesar del ataque sistemático que sufrió desde la Independencia hasta principios del siglo XX (el ataque más fuerte fue llevado a cabo por el caudillo dictador Guzmán Blanco, el cual cerró los seminarios y TODOS los conventos, y le quitó todos los ingresos a la Iglesia). La fe en mi país se mantuvo gracias a las familias, que fueron la cuna de formación de mujeres como la Madrea Candelaria.
Siempre tenía en sus labios la frase: "Dios proveerá" (cada vez que en sus iniciativas de creación de hospitales para los más pobres, no tenían alimentos o dinero); y ante las dificultades decía "vamos a rezar". Pues, vamos a rezar Madre Candelaria por tantos pobres en esta tierra, por tanto dolor ante la inseguridad, por tantas injusticias, y especialmente por tanto autoritarismo y corrupción. Doy gracias a Dios por esta alegría para Venezuela y que pronto sea beatificado el venerable Doctor José Gregorio Hernández; y una petición especial: la salud de mi padre.



sábado, 26 de abril de 2008

La pobreza voluntaria: un caso curioso (I)

Gracias a ZENIT podemos leer esta interesante entrevista. El subrayado es nuestro.
5.788 kilómetros a pie: Vivir la pobreza es esperar todo de los demás (I)
Entrevista con Edouard y Mathilde Cortès
ROMA, viernes, 25 abril 2008 (ZENIT.org).- «Hemos elegido abandonarnos totalmente en las manos de los hombres y de Dios para ensanchar nuestro corazón. Nos hemos convertido en pobres porque esperábamos todo de los demás». Tras una peregrinación de casi 6.000 kilómetros, de París a Jerusalén, Edouard y Mathilde Cortès están de regreso. Explican por qué eligieron hacer esta peregrinación y cómo la han vivido.

--La decisión de hacer esta peregrinación como mendigos ha interpelado profundamente a la gente. Era vista un poco como «una locura». ¿Se han arrepentido de esta decisión?

--E. y M. Cortès: Partimos a pie, sin dinero, sin teléfono móvil, mendigando la comida y un techo para dormir. Esto es loco, sobre todo en una sociedad en la que se recomienda la máxima seguridad y el mínimo riesgo. Teníamos pequeñas alforjas de cuatro kilos para Mathilde y siete para Edouard. Hemos dejado todo (apartamento, tareas, cuentas de banco...), hemos dejado a nuestras familias y nuestros amigos una semana después de nuestro matrimonio. Hemos querido despojarnos del exceso material en el que vivimos. Incluso de nuestra cuenta bancaria. Hemos elegido abandonarnos totalmente en las manos de los hombres y de Dios para ensanchar nuestro corazón. Nos hemos convertido en pobres porque esperábamos todo de los demás.

En siete meses y medio, hemos vivido con poco y no nos ha faltado nada. Hacerse pobre, llegar a ser pobre, no es un juego. Es una urgencia en nuestra sociedad donde el materialismo es un cáncer de los corazones. Es una necesidad si se quiere ir hacia el otro. Estábamos en una posición de mendigos. Hemos recibido de los hombres 103 acogidas para la noche en las casas y más de 250 comidas en familias. Nuestra supervivencia ha tenido una sola palabra: la confianza.

Por supuesto, también hemos pasado hambre. A menudo hemos dormido fuera, 82 acampadas en plena naturaleza o en lugares abandonados. Más que el pan, hemos mendigado lo que hay en el corazón de los hombres.

--¿Pueden describirnos uno de los momentos más duros de esta peregrinación? ¿Y uno de los más bonitos?

--E. y M. Cortès: 232 días, 5.788 kilómetros, sembrados de alegrías y de pruebas, 14 países atravesados, centenares de personas con las que nos hemos cruzado, esto quiere decir una multitud de bonitos momentos y una miríada de dificultades.

Lo más duro para nosotros no ha sido tener hambre o frío sino ser rechazados. Por ejemplo por un sacerdote católico en Croacia que no quiso venir a vernos y hablar con nosotros sino que, por persona interpuesta, nos mandó dormir lejos de su iglesia. No parecíamos muy «adecuados» sin duda, instalados a dormir ante el porche de la casa de Dios. Otro momento duro: en Siria, sospechosos para los servicios de información, tomados por lo que no éramos, seguidos permanentemente, interrogados todos los días y de hecho en semilibertad y al borde de la paranoia. Lo más difícil fue el miedo de los hombres. Vencer sus temores, he aquí el verdadero desafío. Para esta marcha, para la vida. Era necesario aprender a volver a dar confianza y experimentar que «el amor perfecto ahuyenta el temor».

Los bellos momentos, son descubrir lo extraordinario en lo cotidiano. Una mano que se tiende, una puerta que se abre cuando no hay nada que dar a cambio. Especialmente, ese momento en el que tienes hambre y frío y donde sin que tú pidas nada a nadie, alguno te invita. Esto nos ha sucedido muchas veces, como ese día de bruma en Montenegro tras el paso de una colina, donde fuimos acogidos a desayunar por una familia que estaba a punto de hacer mermelada. Continuamos con cinco kilos de patatas en los sacos. Pero nuestra alegría pesaba más todavía.

O el recuerdo de Marta, una niña serbia de seis años que nos regaló su único juguete: «Tened, esto será para vuestro primer niño». O Ender, un rico tratante de diamantes en Turquía, musulmán practicante, que lavó nuestras ropas después de ocho días de marcha.

--¿Tuvieron la tentación de abandonar? ¿En qué momento? ¿Qué les ayudó a continuar?

--E. y M. Cortès: En varias ocasiones quisimos detener nuestra marcha. Los momentos de desánimo vinieron sistemáticamente tras un golpe duro: discusiones de pareja, rechazos, una agresión en Turquía, la nieve o la lluvia incesante, presiones psicológicas de los servicios de información sirios, tiro de piedras e insultos de niños en Oriente Próximo, la expulsión dos veces de los aduaneros israelíes.

Pero nuestra fuerza era ser dos. Raramente el desánimo nos vino a los dos a la vez. Siempre estaba uno para apoyar al otro. Y cuando hemos flaqueado juntos, Él estaba allí, para apoyar a nuestra pareja.

--¿Qué «lecciones de vida» extraen de esta larga marcha? En principio, a nivel humano. ¿Qué han aprendido a través de los innumerables encuentros que han hecho?

--E. y M. Cortès: Este camino ha sido para nosotros imagen de la vida. Pues se quiera o no, estamos en ruta y hay que marchar. A pesar de la lluvia, el viento, el sol que quema, los guijarros del camino... Avanzar, a pesar de los obstáculos y la fatiga. Avanzar «mar adentro», hacia el ideal. Ideal que tiene la imagen de la línea del horizonte que no se alcanza nunca, en esta tierra. Toda vida humana es aventura. Asumimos sus riesgos porque de ellos depende una eternidad. Fue un viaje de luna de miel para lo mejor y para lo peor. Hemos visto hombres con el corazón duro y cerrado. Hemos visto el poder del mal y la injusticia. Y por primera vez de manera tan viva lo hemos sentido y experimentado en nuestros corazones y nuestras carnes.

Hay hombres de gran corazón. Se cree poco en ellos porque son a menudo discretos o están ocultos. No hablan de caridad, la viven. Con ellos es posible un verdadero encuentro, entre el que acoge y el que recibe. Entonces la alegría se comparte. Surge una armonía y la lengua que era una barrera ya no sirve. Se da un corazón a corazón donde el pobre es tan feliz como el que da. Como si la hospitalidad que practicaban nos humanizara y a ellos con nosotros. Como si lo que daban gratuitamente les trascendiera y a nosotros con ellos.

Hemos ido a la escuela de la sencillez: tomar el tiempo como viene, a la gente por lo que es. Durante siete meses y medio, hemos llevado las mismas ropas, comido lo que se nos daba, bebido con la misma sed agua, alcohol, café, té. Como los metrónomos de la ruta, hemos vivido al tic tac del corazón, dejando la prisa y el tiempo a aquellos para los que la vida es una carrera.

En fin, hemos hecho la experiencia del esfuerzo y del sacrificio. Hemos sobrepasado muy a menudo nuestros límites. Físicamente, psicológicamente, cuando se está al borde, o cuando se cree estarlo, siempre hay una parte de posibilidad en el Hombre. Esto nos invita a la Esperanza. La ascesis no está de moda. Poco importa, la hemos vivido todos los días. Los hedonistas se burlarán, pero hemos descubierto la alegría profunda que hay en prodigarse por más grande que se sea. Un camino de cruz que se acepta es un camino de alegría.

[La segunda parte será publicada este domingo]

Por Gisèle Plantec, traducido del francés por Nieves San Martín

Comentario al Evangelio del Domingo IV de Pascua: 27 de abril (padre Cantalamessa)

El subrayado es nuestro.
Predicador del Papa: El cristiano debe ser «otro Cristo» y «otro Paráclito»
Comentario del padre Cantalamessa a la liturgia del próximo domingo
ROMA, viernes, 25 abril 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap. --predicador de la Casa Pontificia-- a la Liturgia de la Palabra del próximo domingo, VI de Pascua

* * *

VI Domingo de Pascua
Hechos 8,5-8.14-17; 1 Pedro 3,15-18; Juan 14, 15-21

Ser paráclitos

En el Evangelio Jesús habla del Espíritu Santo a los discípulos con el término «Paráclito», que significa consolador, o defensor, o las dos cosas a la vez. En el Antiguo Testamento, Dios es el gran consolador de su pueblo. Este «Dios de la consolación» (Rm 15,4) se ha «encarnado» en Jesucristo, quien se define de hecho como el primer consolador o Paráclito (Jn 14,15). El Espíritu Santo, siendo aquel que continúa la obra de Cristo y que lleva a cumplimento las obras comunes de la Trinidad, no podía dejar de definirse, también Él, Consolador, «el Consolador que estará con vosotros para siempre», como le define Jesús. La Iglesia entera, después de la Pascua, tuvo una experiencia viva y fuerte del Espíritu como consolador, defensor, aliado, en las dificultades externas e internas, en las persecuciones, en los procesos, en la vida de cada día. En Hechos de los Apóstoles leemos: «La Iglesia se edificaba y progresaba en el temor del Señor y estaba llena de la consolación (¡paráclesis!) del Espíritu Santo» (9,31).

Debemos ahora sacar de ello una consecuencia práctica para la vida. ¡Tenemos que convertirnos nosotros mismos en paráclitos! Si bien es cierto el cristiano debe ser «otro Cristo», es igualmente cierto que debe ser «otro Paráclito». El Espíritu Santo no sólo nos consuela, sino que nos hace capaces de consolar a los demás. La consolación verdadera viene de Dios, que es el «Padre de toda consolación». Viene sobre quien está en la aflicción; pero no se detiene en él; su objetivo último se alcanza cuando quien ha experimentado la consolación se sirve de ella para consolar a su vez al prójimo, con la misma consolación con la que él ha sido consolado por Dios. No se conforma con repetir estériles palabras de circunstancia que dejan las cosas igual («¡Ánimo, no te desalientes; verás que todo sale bien!»), sino transmitiendo el auténtico «consuelo que dan las Escrituras», capaz de «mantener viva nuestra esperanza» (Rm 15,4). Así se explican los milagros que una sencilla palabra o un gesto, en clima de oración, son capaces de obrar a la cabecera de un enfermo. ¡Es Dios quien está consolando a esa persona a través de ti!

En cierto sentido, el Espíritu Santo nos necesita para ser Paráclito. Él quiere consolar, defender, exhortar; pero no tiene boca, manos, ojos para «dar cuerpo» a su consuelo. O mejor, tiene nuestras manos, nuestros ojos, nuestra boca. La frase del Apóstol a los cristianos de Tesalónica: «Confortaos mutuamente» (1Ts 5,11), literalmente se debería traducir: «sed paráclitos los unos de los otros». Si la consolación que recibimos del Espíritu no pasa de nosotros a los demás, si queremos retenerla egoístamente para nosotros, pronto se corrompe. De ahí el porqué de una bella oración atribuida a San Francisco de Asís, que dice: «Que no busque tanto ser consolado como consolar, ser comprendido como comprender, ser amado como amar...».

A la luz de lo que he dicho, no es difícil descubrir que existen hoy, a nuestro alrededor, paráclitos. Son aquellos que se inclinan sobre los enfermos terminales, sobre los enfermos de Sida, quienes se preocupan de aliviar la soledad de los ancianos, los voluntarios que dedican su tiempo a las visitas en los hospitales. Los que se dedican a los niños víctimas de abuso de todo tipo, dentro y fuera de casa. Terminamos esta reflexión con los primeros versos de la Secuencia de Pentecostés, en la que el Espíritu Santo es invocado como el «consolador perfecto»:

«Ven, Padre de los pobres; ven, Dador de gracias, ven, luz de los corazones. Consolador perfecto, dulce huésped del alma, dulcísimo alivio. Descanso en la fatiga, brisa en el estío, consuelo en el llanto».

[Traducción del original italiano por Marta Lago]

viernes, 25 de abril de 2008

Laicos organizan jornada de la luz por la paz en Venezuela

Y yo que me entero por esta vía... seamos sinceros estas convocatorias lamentablemente entusiasman poco.

CARACAS, 25 Abr. 08 (ACI).-Laicos venezolanos organizan una Jornada de la Luz el domingo 27 de abril a las 8:00 p.m., en la que buscan rezar por la paz y reconciliación, y la defensa de la Iglesia en el país.El evento, difundido a través de un mensaje por Internet, alienta a los venezolanos a encender todas "las velas que puedas para que llenes de luz y esperanza nuestro país" y "rezar el santo rosario por Venezuela" en la puerta de sus casas."Elevaremos nuestras oraciones a Dios y a la Santísima Virgen por la paz, el amor, la reconciliación, el entendimiento, la tolerancia, el respeto a las opiniones ajenas, para reafirmar nuestra fe y defender nuestra religión católica y su Iglesia, y a los sucesores de los apóstoles, a sus obispos y al clero en general", señala el comunicado."No a la violencia – si al amor, no al atropello – si a la democracia, no al secuestro – si a la libertad, no al materialismo – si a Dios", concluye el mensaje.

Ya tengo confesor...

Desde un tiempo para acá me propuse confesarme semanalmente, a ver si mejoro en algo. Es difícil conseguir un cura que se preste para tal tarea, no solo porque hay pocos curas, sino porque creo que a muchos les parece una exageración o quizás es que tenemos "escrúpulos". Una vez un cura me preguntó: "¿desde cuándo no se confiesa?", y al decirle que una semana, fue tal el regaño que me echó (para él uno se debe confesar mensualmente) que prometí no confesarme más nunca con él; en verdad que me molestó, como si fuera pecado confesarse semanalmente. Hay otros que no pueden porque viven en reuniones (ver acá), y una vez un sacerdote me dijo que el confesionario es muy caluroso y le pican los zancudos, y claro: no faltarán los que dicen que eso no ayuda a los pobres.
No es cuestión de escrúpulos o puritanismo,el querera confesarse semanalmente, nada que ver; yo creo que ayuda porque es un sacramento y como le he escuchado a los entendidos: te ayuda a luchar en tu camino cristiano, te ayuda en lo que más te cuesta mejorar; no importa que confieses siempre lo mismo, el confesarlo te ayuda (porque es UN SACRAMENTO). Además, la confesión es el mejor diván de psicólogo. Como preguntó Cocodrilo Dundee al saber el trabajo de los psicólogos: "¿y no tienen amigos?"; yo agregaría: "ni cura para confesarse".

Pues si, ya conseguí y no tiene royo que sea semanal.

jueves, 24 de abril de 2008

Lluvia en Caracas: tiempo en la cola multiplique por 2

Hoy tuve que ir a buscar un libro a la UCAB, un libro que creo me puede ayudar con la tesis. La cola de ida y de regresa bien lenta y larga bajo la lluvia, y en la UCAB me mojè como 7 veces por falta de paragua. En el carro (gracias a Dios que tengo carro) pude rezar el rosario y escuchar buena música de la 97,7 FM. En un momento em medio de un concierto de Vivaldi, el fastidioso que se encadena para que escuchemos como maneja un tractor (de esos que siembra): "este es el acelerador? ajá, doblo acá. Esto es socialismo y cristianismo: dar a cada quién según sus necesidades"; escucho semejante tontería y me pongo a pensar en la utopía chavista en que los que digan que necesitan más hay que darle más... ¿quién determina las necesidades de la gente? ¿dónde está el medidor de eso en una sociedad que todos los días inventa una "necesidad" nueva?. Mejor el silencio, la lluvia y la cola que escuchar en la radio tanta cretinada. Paciencia franciscana se necesita, y mucha.

miércoles, 23 de abril de 2008

Así como en las películas pero no era ficción, y templo Anglicano

Hoy estuve en el Urológico de San Román, y nos pasó (estaba junto a mi madre y a mi padre al cual le hacían una biopsia) lo que sucede en esas películas cuando el médico llama a los familiares a parte...; pues bien, "la cosa" parece que no se ve bien y el lunes sabremos si es tan malo como sospechamos. A todos mis buenos amigos y hermanos que me visitan por acá les ruego oraciones para que nos de fuerzas, para que aceptemos su voluntad y lo sepamos llevar (y de necesitar recursos que los encontremos); y que mi padre tenga mucha energía para afrontarlo.

Allá en el Urológico hay un templo (les dejo dos fotos que tomé hoy pero con el celular) que hace unos años visité; en aquel entonces pensé que era católico, pero resultó ser que es Anglicano. Siempre me llaman la atención las "otras" religiones, y después de eso siempre lo visito, de algún modo rezo en él por la unidad de los cristianos. Los templos anglicanos no son tan fríos como los evangélicos, pero les falta (como a todos los protestantes) lo más importante: Jesús Eucaristía. Se siente un vacío que no siente en los templos católicos, claro, dirán algunos: "eres católico". Pues si, pero la Eucaristía es algo que impresiona (y nos llena de alegría) cuando la entendemos y la amamos con fe.

Benedicto XVI: homilía es las exqequias por el cardenal López Trujillo (23 de abril)

Lamentable pérdida para la Iglesia e Iberoamérica. Abajo colocamos el video de la vida del Cardenal gracias a ACIprensa. El subrayado es nuestro.

Homilía de Benedicto XVI en las exequias por el cardenal López Trujillo

En la basílica vaticana de San Pedro

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 23 abril 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció este miércoles Benedicto XVI durante al liturgia de exequias que presidió por el cardenal Alfonso López Trujillo, presidente del Pontificio Consejo para la Familia, fallecido en Roma el sábado a la edad de 72 años.

* * *

¡Queridos hermanos y hermanas!

«Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, se queda solo; si en cambio muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). El evangelista Juan preanuncia así la glorificación de Cristo a través del misterio de su muerte en la cruz. En este tiempo de Pascua, precisamente a la luz del prodigio de la Resurrección, estas palabras asumen una elocuencia aún más profunda e incisiva. Si bien es verdad que en ellas se advierte una cierta tristeza por la próxima separación de sus discípulos, también es verdad que Jesús indica el secreto para vencer el poder de la muerte. La muerte no tiene la última palabra, no es el final de todo, sino que, redimida por el sacrificio de la Cruz, puede ser ya el paso a la alegría de la vida sin fin. Dice Jesús: «Quien ama su vida la pierde y quien odia su vida en este mundo la conservará para la vida eterna» (Jn 12,25). Así que si aceptamos morir a nuestro egoísmo, si rechazamos cerrarnos a nosotros mismos y hacemos de nuestra vida un don a Dios y a los hermanos, también nosotros podremos conocer la rica fecundidad del amor. Y el amor no muere.

He aquí el renovado mensaje de esperanza que recogemos hoy de la Palabra de Dios, mientras damos el último saludo a nuestro amado hermano, el cardenal Alfonso López Trujillo. Su muerte, sobrevenida cuando parecía haberse ya recuperado de una fuerte crisis de salud que comenzó hace más de un año, ha suscitado en todos nosotros profunda emoción. En los Estados Unidos, donde me encontraba de visita pastoral, elevé enseguida a Dios una oración de sufragio por su alma y ahora, al término de la Santa Misa presidida por el cardenal Angelo Sodano, decano del Colegio Cardenalicio, me uno con afecto a todos vosotros para recordar con cuánta generosidad el difunto purpurado sirvió a la Iglesia y para dar gracias al Señor por los muchos dones con los que enriqueció su persona y el ministerio de nuestro llorado hermano.

El arzobispo Alfonso López Trujillo se convirtió en el más joven de los cardenales cuando, en el consistorio del 2 de febrero de 1983, mi venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II, puso en su cabeza la birreta cardenalicia. Había nacido en Villahermosa, diócesis de Ibagué, en Colombia, en 1935; siendo aún niño se trasladó con su familia a la capital, Bogotá, donde ya como estudiante universitario entró en el seminario mayor. Continuó los estudios en Roma y fue ordenado sacerdote en noviembre de 1960. Concluida su formación teológica, enseñó filosofía en el seminario archidiocesano, trabajando durante muchos años también al servicio de toda la Iglesia en Colombia. En 1971 fue nombrado por el Siervo de Dios Pablo VI obispo auxiliar de Bogotá; ejerció en aquellos años la función de presidente de la Comisión doctrinal del episcopado colombiano, y fue elegido poco después secretario general del CELAM [Consejo Episcopal Latinoamericano. Ndt], encargo que desarrolló con reconocida competencia durante un largo período de tiempo.

Igualmente Pablo VI le confió el encargo, en 1978, de coadjutor con derecho de sucesión de la archidiócesis de Medellín, de la que se convirtió después en Pastor. Su profundo conocimiento de la realidad eclesial latinoamericana, madurada en el prolongado período en el que había trabajado como secretario del CELAM, le mereció el nombramiento como presidente de este importante organismo eclesial, que guió sabiamente de 1979 a 1983. Desde 1987 a 1990 fue presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana. Tuvo además oportunidad de ampliar su conocimiento de las problemáticas de la Iglesia universal al haber participado en las tres Asambleas del Sínodo de los Obispos celebradas en el Vaticano: en 1974 sobre la evangelización, en 1977 sobre la catequesis y en 1980 sobre la familia. Y precisamente fue llamado a dedicar particularmente a la familia su empeño, a partir del 8 de noviembre de 1990, cuando Juan Pablo II le nombró presidente del Pontificio Consejo para la Familia, encargo que le mantuvo en la brecha hasta el momento de su muerte.

¿Cómo no destacar, en este momento, el celo y la pasión con que trabajó durante estos casi 18 años, desplegando una infatigable acción en tutela y promoción de la familia y del matrimonio cristiano? ¿Cómo no darle las gracias por el coraje con que defendió los valores no negociables de la vida humana? Todos hemos admirado su infatigable actividad. Fruto de este empeño suyo es el Lexicon, que constituye un precioso texto de formación para agentes de pastoral y un instrumento para dialogar con el mundo contemporáneo sobre temas fundamentales de ética cristiana. No podemos dejar de estarle agradecidos por la tenaz batalla que libró en defensa de la «verdad» del amor familiar y por la difusión del «evangelio de la familia». El entusiasmo y la determinación con la que actuaba en este campo eran fruto de su experiencia personal, especialmente ligada al calvario que tuvo que afrontar su madre, desaparecida a los 44 años de edad tras una dolorosa enfermedad. «Cuando en mi trabajo --señaló-- hablo de los ideales del matrimonio y de la familia, es natural para mí pensar en la familia de la que procedo, porque a través de mis padres pude constatar que es posible realizar ambos».

El llorado cardenal sacaba su amor por la verdad del hombre y por el evangelio de la familia a partir de la consideración de que todo ser humano y toda familia reflejan el misterio de Dios que es Amor. Quedó impresa en la memoria de todos su conmovedora intervención en la Asamblea del Sínodo de los Obispos de 1997: fue un verdadero canto a la vida. Presentó una espiritualidad muy concreta para cuantos están comprometidos en la actuación del proyecto divino sobre la familia, y subrayó que si la ciencia no se dedica a comprender y a educar en la vida perderá las batallas más decisivas en el fascinante y misterioso terreno de la ingeniería genética.

Si el cardenal López Trujillo hizo de la defensa y del amor por la familia el empeño característico de su servicio en el Pontificio Consejo que presidía, es a la afirmación de la verdad a la que dedicó toda su existencia. Lo testimonia un escrito suyo en el que explica: «He elegido personalmente el lema: "Veritas in caritate" porque todo lo que tiene que ver con la verdad está en el centro de mis estudios». Y añade que la verdad en el amor siempre fue para él un «polo existencial», primero cuando en Colombia se orientaba a «encontrar el sentido de una genuina liberación en ámbito teológico», y después aquí, en Roma, cuando se dedicó a «profundizar y difundir el evangelio de la vida y el evangelio de la familia como colaborador del Santo Padre». Y concluye: «Creo mucho en el valor de esta lucha decisiva para la Iglesia y para la humanidad y pido al Señor que me dé fortaleza para no ser ni indolente ni cobarde».

Para llevar a cumplimiento la misión que Jesús nos confía no hay que ser ni indolentes ni cobardes. En la segunda lectura hemos escuchado cómo el apóstol Pablo, prisionero en Roma, exhorta a su leal discípulo Timoteo al valor y a la perseverancia en testimoniar a Cristo, también a costa de ser sometido a duras persecuciones, firme en la certeza de que «si morimos con Él, también con Él viviremos; si con Él perseveramos, también con Él reinaremos» (v. 11-12). Que la generosidad del llorado cardenal, traducida en múltiples obras de caridad, especialmente a favor de los niños en diversas partes del mundo, nos sirva de aliento para gastar todo nuestro recurso físico y espiritual por el Evangelio; que nos impulse a actuar en defensa de la vida humana; que nos ayude a mirar constantemente hacia la meta de nuestra peregrinación terrena. Y cuál es esta reconfortante meta lo indica san Juan, ofreciendo a nuestra contemplación, en el pasaje del Apocalipsis que ha sido proclamado, la visión de un «cielo nuevo» y de «una nueva tierra» (21,1) y trazando a nuestra vista las líneas proféticas de la «ciudad santa», la «nueva Jerusalén... preparada como una esposa adornada para su esposo» (21,2).

Venerados hermanos y queridos amigos: no desviemos jamás los ojos de esta visión: miremos hacia la eternidad pregustando, aún entre dificultades y tribulaciones, la alegría de la futura «morada de Dios con los hombres», donde nuestro Redentor enjugará toda lágrima y donde «ya no habrá muerte, ni luto, ni lamento, ni fatiga, porque las cosas de antes han pasado» (Cf. Ap 21,4). Amamos pensar que a esta morada de luz y de alegría ha llegado ya el querido cardenal Alfonso López Trujillo, por quien ahora queremos orar. Que María le acoja y le acompañen los ángeles y los santos en el Paraíso: que su alma sedienta de Dios entre al fin y repose en paz por siempre en el «santuario» del Amor infinito. ¡Amen!

[Traducción del original italiano por Marta Lago.
© Copyright 2008 -- Libreria Editrice Vaticana]


martes, 22 de abril de 2008

A propósito de la religión civil, el catolicismo y la visita del Papa a EEUU

Ayer tuve presenté un examen sobre el tema de la religión civil (ver el concepto acá en el subcapítulo con dicho nombre en el Contrato Social de Rousseau), el catolicismo y Bolívar; espero haber salido bien. Acá les dejo un artículo que conseguí en la red (aquí) por casualidad, y que habla del tema.

Católicos de América

JAVIER VEGA

Hace 25 años, en Venezuela, conocí un locuaz peluquero italiano que me hizo mirar la Institución Eclesiástica pajo un prisma totalmente insospechado: «No soy católico practicante, vino a decir, pero para los italianos que residimos en el extranjero cada catedral es como un consulado; nos sentimos más identificados con el Vaticano que con el Quirinal». Lo que es comprensible si tenemos en cuenta que la presencia de la institución -iglesias, colegios, conventos, etc.- era mucho más conspicua y socialmente influyente de lo que jamás hubiera podido soñar el Estado italiano. Lo sorprendente es que viera la Iglesia no tanto como una institución universal cuanto como una proyección de Roma.

La anécdota me ha venido a la memoria con la visita del Papa a Washington. Los católicos estadounidenses fueron primero irlandeses, luego italianos y, ahora, hispanos. Tres comunidades tan distintas que presentan mayores diferencias entre sí que cada una de ellas con otras comunidades cristianas. Por ejemplo, entre católicos y evangelistas hispanos o entre católicos y episcopalitas anglosajones.

El 80% de los estadounidenses, incluidos dos tercios de los 70 millones de católicos, dicen saber apenas nada sobre el Papa. Sospecho que el tercio que sí sabe es abrumadoramente italiano. El núcleo espiritual de los americanos irlandeses sigue localizado en Irlanda y está representado por los párrocos de origen irlandés que dirigen sus comunidades y alimentan sus raíces. En cuanto a los hispanos, tengo la impresión de que la figura del Papa aún les resulta más exótica; todavía recuerdo (me remonto de nuevo a Venezuela) que los criollos venezolanos no podían dejar de asociarme -con mi barba, mis gafas de concha, mi fuerte acento español- con los misioneros de su infancia.

Hablo de sentimientos que rara vez se hacen conscientes, como en el caso del peluquero, pero que influyen decisivamente en la manera de percibir, entender y vivir la experiencia religiosa. El hecho de que los primeros católicos fueran irlandeses sin duda es fundamental para entender el desarrollo de esa institución en EE UU. Los cristianos de Irlanda, entonces geográficamente muy alejados del continente europeo, mostraron desde el principio su desapego respecto a Roma. Candidatos ideales para la reforma protestante, hay que ver en la lucha por su independencia de Gran Bretaña el rechazo del anglicanismo. Al contrario que en el resto de los países reformistas, en Irlanda el protestantismo solo caló entre la elite, el pueblo lo percibió como una agresión a su identidad y su forma de vivir. La emigración masiva a EE UU dejó atrás la contradicción principal -el acoso inglés- y se encontró con una nueva: la desconfianza que su sometimiento nominal a Roma ('la Gran Ramera') y al Papa ('el Anticristo') generaba entre los puritanos. Causa eficiente para reforzar su inclinación al desapego del Vaticano.

La revolucionaria idea de separar la Iglesia y el Estado tomó forma por primera vez en la constitución americana. Los padres de la constitución estaban muy influidos por las ideas de la Ilustración (la era más secular de la historia) que en el s. XVIII estaban en su apogeo. Pero, por otra parte, los puritanos estaban firmemente asentados en su fe y en los principios morales que de ésta se derivan para construir una sociedad modélica.

De hecho, ha sido lo primero que reconoció Benedicto XVI a su llegada: «Los Estados Unidos nacieron con una visión positiva del secularismo. Este nuevo pueblo se componía de comunidades que habían escapado a las purgas [religiosas] del Estado y querían vivir en un Estado laico, un estado secular que hizo posible que todas las confesiones y todas las formas religiosas pudieran ejercitarse libremente. Fue un Estado secular de plena intención. Se opuso frontalmente a la religión estatal, pero fue secular por amor a la religión y a la autenticidad que solo puede vivirse desde la libertad [religiosa]».

La religión -independientemente de sus diferentes denominaciones- se ha beneficiado grandemente de esta separación. En EE UU hay más creyentes y practicantes que en cualquier otro país occidental. Los católicos se adaptaron a esta cultura y adoptaron múltiples actitudes reformadoras tomadas de la praxis protestante: vuelta a los fundamentos de la fe, dependencia de los fieles para su sostenimiento, adaptación a los usos y costumbres del lugar, fidelidad al Estado, distanciamiento del poder terrenal de Roma.

En los Estados seculares de Europa no se alcanzó un equilibrio tan afortunado. El Estado quería una religión amputada de todo elemento salvífico, lo cual dejaba insatisfechas las ansias redentoras de los creyentes. Los jóvenes teólogos (católicos y protestantes) propusieron una nueva Revelación que sacudiera los cimientos de la modernidad burguesa. El conflicto sigue vigente al día de hoy, aunque el Estado secular pareció ganar la batalla en la segunda mitad del s. XX.

La experiencia americana ha sido claramente excepcional. Una población comprometida por igual con sus creencias y con la separación iglesia-Estado. Una retórica mesiánica canalizada por una estructura constitucional que impide la puesta en duda de las instituciones políticas. Diferencias ideológicas potencialmente explosivas sobre el aborto, el rezo en la escuela, el matrimonio, la investigación biológica, etc. se resuelven habitualmente dentro de los límites de la Constitución. Un verdadero milagro que el Papa (de un lado acosado por el liberalismo complaciente y del otro por un mesianismo intransigente) quisiera ver reproducido en Europa.

domingo, 20 de abril de 2008

Benedcito XVI: Homilía en el «Yankee Stadium» de Nueva York (20 de abril)

El subrayado es nuestro.
Homilía de Benedicto XVI en el «Yankee Stadium» de Nueva York

NUEVA YORK, domingo, 20 abril 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI en la tarde de este domingo durante la celebración eucarística que presidió en el «Yankee Stadium» de Nueva York.

* * *

[En inglés]

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

En el Evangelio que acabamos de escuchar, Jesús dice a sus Apóstoles que tengan fe en Él, porque Él es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Cristo es el camino que conduce al Padre, la verdad que da sentido a la existencia humana, y la fuente de esa vida que es alegría eterna con todos los Santos en el Reino de los cielos. Acojamos estas palabras del Señor. Renovemos nuestra fe en Él y pongamos nuestra esperanza en sus promesas.

Con esta invitación a perseverar en la fe de Pedro (cf. Lc 22,32; Mt 16,17), les saludo a todos con gran afecto. Agradezco al Señor Cardenal Egan las cordiales palabras de bienvenida que ha pronunciado en vuestro nombre. En esta Misa, la Iglesia que peregrina en los Estados Unidos celebra el Bicentenario de la creación de las sedes de Nueva York, Boston, Filadelfia y Louisville por la desmembración de la sede madre de Baltimore. La presencia, en torno a este altar, del Sucesor de Pedro, de sus Hermanos Obispos y sacerdotes, de los diáconos, de los consagrados y consagradas, así como de los fieles laicos procedentes de los cincuenta Estados de la Unión, manifiesta de forma elocuente nuestra comunión en la fe católica que nos llegó de los Apóstoles.

La celebración de hoy es también un signo del crecimiento impresionante que Dios ha concedido a la Iglesia en vuestro País en los pasados doscientos años. A partir de un pequeño rebaño, como el descrito en la primera lectura, la Iglesia en América ha sido edificada en la fidelidad a los dos mandamientos del amor a Dios y del amor al prójimo. En esta tierra de libertad y oportunidades, la Iglesia ha unido rebaños muy diversos en la profesión de fe y, a través de sus muchas obras educativas, caritativas y sociales, también ha contribuido de modo significativo al crecimiento de la sociedad americana en su conjunto.

Este gran resultado no ha estado exento de retos. La primera lectura de hoy, tomada de los Hechos de los Apóstoles, habla de las tensiones lingüísticas y culturales que había en la primitiva comunidad eclesial. Al mismo tiempo, muestra el poder de la Palabra de Dios, proclamada autorizadamente por los Apóstoles y acogida en la fe, para crear una unidad capaz de ir más allá de las divisiones que provienen de los límites y debilidades humanas. Se nos recuerda aquí una verdad fundamental: que la unidad de la Iglesia no tiene más fundamento que la Palabra de Dios, hecha carne en Cristo Jesús, Nuestro Señor. Todos los signos externos de identidad, todas las estructuras, asociaciones o programas, por válidos o incluso esenciales que sean, existen en último término únicamente para sostener y favorecer una unidad más profunda que, en Cristo, es un don indefectible de Dios a su Iglesia.

La primera lectura muestra además, como vemos en la imposición de manos sobre los primeros diáconos, que la unidad de la Iglesia es "apostólica", es decir, una unidad visible fundada sobre los Apóstoles, que Cristo eligió y constituyó como testigos de su resurrección, y nacida de lo que la Escritura denomina "la obediencia de la fe" (Rm 1,5; Hch 6,7).

"Autoridad"... "obediencia". Siendo francos, estas palabras no se pronuncian hoy fácilmente. Palabras como éstas representan "una piedra de tropiezo" para muchos de nuestros contemporáneos, especialmente en una sociedad que justamente da mucho valor a la libertad personal. Y, sin embargo, a la luz de nuestra fe en Cristo, "el camino, la verdad y la vida", alcanzamos a ver el sentido más pleno, el valor e incluso la belleza de tales palabras. El Evangelio nos enseña que la auténtica libertad, la libertad de los hijos de Dios, se encuentra sólo en la renuncia al propio yo, que es parte del misterio del amor. Sólo perdiendo la propia vida, como nos dice el Señor, nos encontramos realmente a nosotros mismos (cf. Lc 17,33). La verdadera libertad florece cuando nos alejamos del yugo del pecado, que nubla nuestra percepción y debilita nuestra determinación, y ve la fuente de nuestra felicidad definitiva en Él, que es amor infinito, libertad infinita, vida sin fin. "En su voluntad está nuestra paz".

Por tanto, la verdadera libertad es un don gratuito de Dios, fruto de la conversión a su verdad, a la verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32). Y dicha libertad en la verdad lleva consigo un modo nuevo y liberador de ver la realidad. Cuando nos identificamos con "la mente de Cristo" (cf. Fil 2,5), se nos abren nuevos horizontes. A la luz de la fe, en la comunión de la Iglesia, encontramos también la inspiración y la fuerza para llegar a ser fermento del Evangelio en este mundo. Llegamos a ser luz del mundo, sal de la tierra (cf. Mt 5,13-14), encargados del "apostolado" de conformar nuestras vidas y el mundo en que vivimos cada vez más plenamente con el plan salvador de Dios.

La magnífica visión de un mundo transformado por la verdad liberadora del Evangelio queda reflejada en la descripción de la Iglesia que encontramos en la segunda lectura de hoy. El Apóstol nos dice que Cristo, resucitado de entre los muertos, es la piedra angular de un gran templo que también ahora se está edificando en el Espíritu. Y nosotros, miembros de su cuerpo, nos hacemos por el Bautismo "piedras vivas" de ese templo, participando por la gracia en la vida de Dios, bendecidos con la libertad de los hijos de Dios, y capaces de ofrecer sacrificios espirituales agradables a él (cf. 1 P 2,5). ¿Qué otra ofrenda estamos llamados a realizar, sino la de dirigir todo pensamiento, palabra o acción a la verdad del Evangelio, o a dedicar toda nuestra energía al servicio del Reino de Dios? Sólo así podemos construir con Dios, sobre el cimiento que es Cristo (cf. 1 Co 3,11). Sólo así podemos edificar algo que sea realmente duradero. Sólo así nuestra vida encuentra el significado último y da frutos perdurables.

Hoy recordamos doscientos años de un momento crucial la historia de la Iglesia en los Estados Unidos: su primer gran fase de crecimiento. En estos doscientos años, el rostro de la comunidad católica en vuestro País ha cambiado considerablemente. Pensemos en las continuas oleadas de emigrantes, cuyas tradiciones han enriquecido mucho a la Iglesia en América. Pensemos en la recia fe que edificó la cadena de Iglesias, instituciones educativas, sanitarias y sociales, que desde hace mucho tiempo son el emblema distintivo de la Iglesia en este territorio. Pensemos también en los innumerables padres y madres que han transmitido la fe a sus hijos, en el ministerio cotidiano de muchos sacerdotes que han gastado su vida en el cuidado de las almas, en la contribución incalculable de tantos consagrados y consagradas, quienes no sólo han enseñado a los niños a leer y escribir, sino que también les han inculcado para toda la vida un deseo de conocer, amar y servir a Dios. Cuántos "sacrificios espirituales agradables a Dios" se han ofrecido en los dos siglos transcurridos. En esta tierra de libertad religiosa, los católicos han encontrado no sólo la libertad para practicar su fe, sino también para participar plenamente en la vida civil, llevando consigo sus convicciones morales a la esfera pública, cooperando con sus vecinos a forjar una vibrante sociedad democrática. La celebración actual es algo más que una ocasión de gratitud por las gracias recibidas: es una invitación para proseguir con la firme determinación de usar sabiamente la bendición de la libertad, con el fin de edificar un futuro de esperanza para las generaciones futuras.

"Ustedes son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que les llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa" (1 P 2,9). Estas palabras del Apóstol Pedro no sólo nos recuerdan la dignidad que por gracia de Dios tenemos, sino que también entrañan un desafío y una fidelidad cada vez más grande a la herencia gloriosa recibida en Cristo (cf. Ef 1,18). Nos retan a examinar nuestras conciencias, a purificar nuestros corazones, a renovar nuestro compromiso bautismal de rechazar a Satanás y todas sus promesas vacías. Nos retan a ser un pueblo de la alegría, heraldos de la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5) nacida de la fe en la Palabra de Dios y de la confianza en sus promesas.

En esta tierra, ustedes y muchos de sus vecinos rezan todos los días al Padre con las palabras del Señor: "Venga tu Reino". Esta plegaria debe forjar la mente y el corazón de todo cristiano de esta Nación. Debe dar fruto en el modo en que ustedes viven su esperanza y en la manera en que construyen su familia y su comunidad. Debe crear nuevos "lugares de esperanza" (cf. Spe salvi, 32 ss) en los que el Reino de Dios se haga presente con todo su poder salvador.

Además, rezar con fervor por la venida del Reino significa estar constantemente atentos a los signos de su presencia, trabajando para que crezca en cada sector de la sociedad. Esto quiere decir afrontar los desafíos del presente y del futuro confiados en la victoria de Cristo y comprometiéndose en extender su Reino. Significa superar toda separación entre fe y vida, oponiéndose a los falsos evangelios de libertad y felicidad. Quiere decir, además, rechazar la falsa dicotomía entre la fe y la vida política, pues, como ha afirmado el Concilio Vaticano II, "ninguna actividad humana, ni siquiera en los asuntos temporales, puede sustraerse a la soberanía de Dios" (Lumen gentium, 36). Esto quiere decir esforzarse para enriquecer la sociedad y la cultura americanas con la belleza y la verdad del Evangelio, sin perder jamás de vista esa gran esperanza que da sentido y valor a todas las otras esperanzas que inspiran nuestra vida.

Queridos amigos, éste es el reto que os presenta hoy el Sucesor de Pedro. Como "raza elegida, sacerdocio real, nación consagrada", sigan con fidelidad las huellas de quienes les han precedido. Apresuren la venida del Reino en esta tierra. Las generaciones pasadas les han legado una herencia extraordinaria. También en nuestros días la comunidad católica de esta Nación ha destacado en su testimonio profético en defensa de la vida, en la educación de los jóvenes, en la atención a los pobres, enfermos o extranjeros que viven entre ustedes. También hoy el futuro de la Iglesia en América debe comenzar a elevarse partiendo de estas bases sólidas.

Ayer, no lejos de aquí, me ha conmovido la alegría, la esperanza y el amor generoso a Cristo que he visto en el rostro de tantos jóvenes congregados en Dunwoodie. Ellos son el futuro de la Iglesia y merecen nuestras oraciones y todo el apoyo que podamos darles. Por eso, deseo concluir añadiendo una palabra de aliento para ellos. Queridos jóvenes amigos: igual que los siete hombres "llenos de espíritu de sabiduría" a los que los Apóstoles confiaron el cuidado de la joven Iglesia, álcense también ustedes y asuman la responsabilidad que la fe en Cristo les presenta. Que encuentren la audacia de proclamar a Cristo, "el mismo ayer, hoy y siempre", y las verdades inmutables que se fundamentan en Él (cf. Gaudium et spes, 10; Hb 13,8): son verdades que nos hacen libres. Se trata de las únicas verdades que pueden garantizar el respeto de la dignidad y de los derechos de todo hombre, mujer y niño en nuestro mundo, incluidos los más indefensos de todos los seres humanos, como los niños que están aún en el seno materno. En un mundo en el que, como Juan Pablo II nos recordó hablando en este mismo lugar, Lázaro continúa llamando a nuestra puerta (Homilía en el Yankee Stadium, 2 de octubre de 1979, n. 7), actúen de modo que su fe y su amor den fruto ayudando a los pobres, a los necesitados y a los sin voz. Muchachos y muchachas de América, les reitero: abran los corazones a la llamada de Dios para seguirlo en el sacerdocio y en la vida religiosa. ¿Puede haber un signo de amor más grande que seguir las huellas de Cristo, que no dudó en dar la vida por sus amigos (cf. Jn 15,13)?

En el Evangelio de hoy, el Señor promete a los discípulos que realizarán obras todavía más grandes que las suyas (cf. Jn 14,12). Queridos amigos, sólo Dios en su providencia sabe lo que su gracia debe realizar todavía en sus vidas y en la vida de la Iglesia de los Estados Unidos. Mientras tanto, la promesa de Cristo nos colma de esperanza firme. Unamos, pues, nuestras plegarias a la suya, como piedras vivas del templo espiritual que es su Iglesia una, santa, católica y apostólica. Dirijamos nuestra mirada hacia él, pues también ahora nos está preparando un sitio en la casa de su Padre. Y, fortalecidos por el Espíritu Santo, trabajemos con renovado ardor por la extensión de su Reino.

"Dichosos los creyentes" (cf. 1 P 2,7). Dirijámonos a Jesús. Sólo Él es el camino que conduce a la felicidad eterna, la verdad que satisface los deseos más profundos de todo corazón, y la vida trae siempre nuevo gozo y esperanza, para nosotros y para todo el mundo. Amén.

[En español]

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Les saludo con afecto y me alegro de celebrar esta Santa Misa para dar gracias a Dios por el bicentenario del momento en que empezó a desarrollarse la Iglesia Católica en esta Nación. Al mirar el camino de fe recorrido en estos años, no exento también de dificultades, alabamos al Señor por los frutos que la Palabra de Dios ha dado en estas tierras y le manifestamos nuestro deseo de que Cristo, Camino, Verdad y Vida, sea cada vez más conocido y amado.

Aquí, en este País de libertad, quiero proclamar con fuerza que la Palabra de Cristo no elimina nuestras aspiraciones a una vida plena y libre, sino que nos descubre nuestra verdadera dignidad de hijos de Dios y nos alienta a luchar contra todo aquello que nos esclaviza, empezando por nuestro propio egoísmo y caprichos. Al mismo tiempo, nos anima a manifestar nuestra fe a través de nuestra vida de caridad y a hacer que nuestras comunidades eclesiales sean cada día más acogedoras y fraternas.

Sobre todo a los jóvenes les confío asumir el gran reto que entraña creer en Cristo y lograr que esa fe se manifieste en una cercanía efectiva hacia los pobres. También en una respuesta generosa a las llamadas que Él sigue formulando para dejarlo todo y emprender una vida de total consagración a Dios y a la Iglesia, en la vida sacerdotal o religiosa.

Queridos hermanos y hermanas, les invito a mirar el futuro con esperanza, permitiendo que Jesús entre en sus vidas. Solamente Él es el camino que conduce a la felicidad que no acaba, la verdad que satisface las más nobles expectativas humanas y la vida colmada de gozo para bien de la Iglesia y el mundo. Que Dios les bendiga.

[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2008 -- Libreria Editrice Vaticana]

Benedicto XVI: oración en la Zona Cero de NY (20 de abril)

Benedicto XVI visitó la Zona Cero y elevó plegaria por la paz

NUEVA YORK, 20 Abr. 08 / 10:11 am (ACI).- Cuando al Papa Benedicto XVI le preguntaron qué quería hacer en su visita a Estados Unidos, el Pontífice pidió que se le garantizara una visita a la Zona Cero en Nueva York. Esta mañana cumplió su deseo y en el lugar, donde miles de personas murieron en los atentados del 11 de septiembre de 2001, pronunció una sentida plegaria.

El Papa fue recibido por 16 deudos, cuatro rescatistas y cuatro sobrevivientes, ingresó por una rampa al lugar en el que alguna vez estuvieron las Toerres Gemelas, se arrodilló y rezó en silencio.

Luego de encender un cirio, ofreció esta oración:

¡Oh Dios de amor, compasión y salvación!
¡Míranos, gente de diferentes creencias y tradiciones,
reunidos hoy en este lugar, escenario de violencia y dolor increíbles!.

Te pedimos que por tu bondad concedas la luz y la paz eternas
a todos los que murieron aquí-
a los que heroicamente acudieron primero,
nuestros bomberos, policías,servicios de emergencia y las autoridades del puerto,
y a todos los hombres y mujeres inocentes
que fueron víctimas de esta tragedia
simplemente porque vinieron aquí para cumplir con su deber
el 11 de septiembre de 2001.

Te pedimos que tengas compasión
y alivies las penas de aquellos que, por estar presentes aquí ese día, hoy están heridos o enfermos.
Alivia también el dolor de las familias que todavía sufren
y de todos los que han perdido a sus seres queridos en esta tragedia.
Dales fortaleza para seguir viviendo con valentía y esperanza. También tenemos presentes
a cuantos murieron, resultaron heridos o sufrieron pérdidas
ese mismo día en el Pentágono y en Shanskville, Pennsylvania.
Nuestros corazones se unen a los suyos, mientras nuestras oraciones abrazan su dolor y sufrimiento.

Dios de la paz, concede tu paz a nuestro violento mundo:
paz en los corazones de todos los hombres y mujeres
y paz entre las naciones de la tierra.
Lleva por tu senda del amora aquellos cuyas mentes y corazones
están nublados por el odio.
Dios de comprensión,
abrumados por la magnitud de esta tragedia,
buscamos tu luz y tu guía
cuando nos enfrentamos con hechos tan terribles como éste.
Haz que aquellos cuyas vidas fueron salvadas
vivan de manera que las vidas perdidas aquí
no lo hayan sido en vano.
Confórtanos y consuélanos,
fortalécenos en la esperanza,y danos la sabiduría y el coraje
para trabajar incansablemente por un mundo
en el que la verdadera paz y el amor
reinen entre las naciones y en los corazones de todos.


Benedicto XVI: links de fotos de su viaje a EEUU 2008


Gracias a nuestra buena amiga Marta Salazar tenemos un link de fotos de nuestro Papa en su viaje a los EEUU (ver acá).

sábado, 19 de abril de 2008

Benedicto XVI: reflexiona sobre el ser discípulo de Jesús en el discurso a los jóvenes en el Seminario St. Joseph de NY (19 de abril)

El subrayado es nuestro.
Discurso a los jóvenes de EEUU en el Seminario St. Joseph de NY

Queridos Hermanos en el Episcopado,

Queridos jóvenes amigos:

Proclamen a Cristo Señor, “siempre prontos para dar razón de su esperanza a todo el que se la pidiere” (1 Pe 3,15). Con estas palabras de la Primera carta de san Pedro, saludo a cada uno de ustedes con cordial afecto. Agradezco al Señor Cardenal Egan sus amables palabras de bienvenida y también doy las gracias a los representantes que han elegido por sus manifestaciones de gozosa acogida. Dirijo un particular saludo y expreso mi gratitud al Señor Obispo Walsh, Rector del Seminario de San José, al personal y a los seminaristas.

Jóvenes amigos, me alegra tener la ocasión de hablar con ustedes. Lleven, por favor, mis cordiales saludos a los miembros de sus familias y a sus parientes, así como a sus profesores y al personal de las diversas Escuelas, Colegios y Universidades a las que pertenecen. Me consta que muchos han trabajado intensamente para garantizar la realización de este nuestro encuentro. Les quedo muy reconocido. Gracias también por haberme cantado el “Happy Birthday”. Gracias por este detalle conmovedor; a todos les doy un sobresaliente por la pronunciación del alemán. Esta tarde quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones sobre el ser discípulo de Jesucristo; siguiendo las huellas del Señor, nuestra vida se transforma en un viaje de esperanza.

Tienen delante las imágenes de seis hombres y mujeres ordinarios que se superaron para llevar una vida extraordinaria. La Iglesia les tributa el honor de Venerables, Beatos o Santos: cada uno respondió a la llamada de Dios y a una vida de caridad, y lo sirvió aquí en las calles y callejas o en los suburbios de Nueva York. Me ha impresionado la heterogeneidad de este grupo: pobres y ricos, laicos y laicas –una era una pudiente esposa y madre–, sacerdotes y religiosas, emigrantes venidos de lejos, la hija de un guerrero Mohawk y una madre Algonquin, un esclavo haitiano y un intelectual cubano.

Santa Isabel Ana Seton, Santa Francisca Javier Cabrina, San Juan Neumann, la beata Kateri Tekakwitha, el venerable Pierre Toussaint y el Padre Félix Varela: cada uno de nosotros podría estar entre ellos, pues en este grupo no hay un estereotipo, ningún modelo uniforme. Pero mirando más de cerca se aprecian ciertos rasgos comunes. Inflamados por el amor de Jesús, sus vidas se convirtieron en extraordinarios itinerarios de esperanza. Para algunos, esto supuso dejar la Patria y embarcarse en una peregrinación de miles de kilómetros. Para todos, un acto de abandono en Dios con la confianza de que él es la meta final de todo peregrino. Y cada uno de ellos ofrecían su “mano tendida” de esperanza a cuantos encontraban en el camino, suscitando en ellos muchas veces una vida de fe. Atendieron a los pobres, a los enfermos y a los marginados en hospicios, escuelas y hospitales, y, mediante el testimonio convincente que proviene del caminar humildemente tras las huellas de Jesús, estas seis personas abrieron el camino de la fe, la esperanza y la caridad a muchas otras, incluyendo tal vez a sus propios antepasados.

Y ¿qué ocurre hoy? ¿Quién da testimonio de la Buena Noticia de Jesús en las calles de Nueva York, en los suburbios agitados en la periferia de las grandes ciudades, en las zonas donde se reúnen los jóvenes buscando a alguien en quien confiar? Dios es nuestro origen y nuestra meta, y Jesús es el camino. El recorrido de este viaje pasa, como el de nuestros santos, por los gozos y las pruebas de la vida ordinaria: en vuestras familias, en la escuela o el colegio, durante vuestras actividades recreativas y en vuestras comunidades parroquiales. Todos estos lugares están marcados por la cultura en la que estáis creciendo. Como jóvenes americanos se les ofrecen muchas posibilidades para el desarrollo personal y están siendo educados con un sentido de generosidad, servicio y rectitud. Pero no necesitan que les diga que también hay dificultades: comportamientos y modos de pensar que asfixian la esperanza, sendas que parecen conducir a la felicidad y a la satisfacción, pero que sólo acaban en confusión y angustia.

Mis años de teenager fueron arruinados por un régimen funesto que pensaba tener todas las respuestas; su influjo creció –filtrándose en las escuelas y los organismos civiles, así como en la política e incluso en la religión– antes de que pudiera percibirse claramente que era un monstruo. Declaró proscrito a Dios, y así se hizo ciego a todo lo bueno y verdadero. Muchos de los padres y abuelos de ustedes les habrán contado el horror de la destrucción que siguió después. Algunos de ellos, de hecho, vinieron a América precisamente para escapar de este terror.

Demos gracias a Dios, porque hoy muchos de su generación pueden gozar de las libertades que surgieron gracias a la expansión de la democracia y del respeto de los derechos humanos. Demos gracias a Dios por todos los que lucharon para asegurar que puedan crecer en un ambiente que cultiva lo bello, bueno y verdadero: sus padres y abuelos, sus profesores y sacerdotes, las autoridades civiles que buscan lo que es recto y justo.

Sin embargo, el poder destructivo permanece. Decir lo contrario sería engañarse a sí mismos. Pero éste jamás triunfará; ha sido derrotado. Ésta es la esencia de la esperanza que nos distingue como cristianos; la Iglesia lo recuerda de modo muy dramático en el Triduo Pascual y lo celebra con gran gozo en el Tiempo pascual. El que nos indica la vía tras la muerte es Aquel que nos muestra cómo superar la destrucción y la angustia; Jesús es, pues, el verdadero maestro de vida (cf. Spe salvi, 6). Su muerte y resurrección significa que podemos decir al Padre celestial: “Tú has renovado el mundo” (Viernes Santo, Oración después de la comunión). De este modo, hace pocas semanas, en la bellísima liturgia de la Vigilia pascual, no por desesperación o angustia, sino con una confianza colmada de esperanza, clamamos a Dios por nuestro mundo: “Disipa las tinieblas del corazón. Disipa las tinieblas del espíritu” (cf. Oración al encender el cirio pascual).

¿Qué pueden ser estas tinieblas? ¿Qué sucede cuando las personas, sobre todo las más vulnerables, encuentran el puño cerrado de la represión o de la manipulación en vez de la mano tendida de la esperanza? El primer grupo de ejemplos pertenece al corazón. Aquí, los sueños y los deseos que los jóvenes persiguen se pueden romper y destruir muy fácilmente. Pienso en los afectados por el abuso de la droga y los estupefacientes, por la falta de casa o la pobreza, por el racismo, la violencia o la degradación, en particular muchachas y mujeres. Aunque las causas de estas situaciones problemáticas son complejas, todas tienen en común una actitud mental envenenada que se manifiesta en tratar a las personas como meros objetos: una insensibilidad del corazón, que primero ignora y después se burla de la dignidad dada por Dios a toda persona humana. Tragedias similares muestran también que lo podría haber sido y lo que puede ser ahora, si otras manos, vuestras manos, hubieran estado tendidas o se tendiesen hacia ellos. Les animo a invitar a otros, sobre todo a los débiles e inocentes, a unirse a ustedes en el camino de la bondad y de la esperanza.

El segundo grupo de tinieblas –las que afectan al espíritu– a menudo no se percibe, y por eso es particularmente nocivo. La manipulación de la verdad distorsiona nuestra percepción de la realidad y enturbia nuestra imaginación y nuestras aspiraciones. Ya he mencionado las muchas libertades que afortunadamente pueden gozar ustedes. Hay que salvaguardar rigurosamente la importancia fundamental de la libertad. No sorprende, pues, que muchas personas y grupos reivindiquen en voz alta y públicamente su libertad. Pero la libertad es un valor delicado. Puede ser malentendida y usada mal, de manera que no lleva a la felicidad que todos esperamos, sino hacia un escenario oscuro de manipulación, en el que nuestra comprensión de nosotros mismos y del mundo se hace confusa o se ve incluso distorsionada por quienes ocultan sus propias intenciones.

¿Han notado ustedes que, con frecuencia, se reivindica la libertad sin hacer jamás referencia a la verdad de la persona humana? Hay quien afirma hoy que el respeto a la libertad del individuo hace que sea erróneo buscar la verdad, incluida la verdad sobre lo que es el bien. En algunos ambientes, hablar de la verdad se considera como una fuente de discusiones o de divisiones y, por tanto, es mejor relegar este tema al ámbito privado. En lugar de la verdad –o mejor, de su ausencia– se ha difundido la idea de que, dando un valor indiscriminado a todo, se asegura la libertad y se libera la conciencia. A esto llamamos relativismo. Pero, ¿qué objeto tiene una “libertad” que, ignorando la verdad, persigue lo que es falso o injusto? ¿A cuántos jóvenes se les ha tendido una mano que, en nombre de la libertad o de una experiencia, los ha llevado al consumo habitual de estupefacientes, a la confusión moral o intelectual, a la violencia, a la pérdida del respeto por sí mismos, a la desesperación incluso y, de este modo, trágicamente, al suicidio? Queridos amigos, la verdad no es una imposición. Tampoco es un mero conjunto de reglas. Es el descubrimiento de Alguien que jamás nos traiciona; de Alguien del que siempre podemos fiarnos. Buscando la verdad llegamos a vivir basados en la fe porque, en definitiva, la verdad es una persona: Jesucristo. Ésta es la razón por la que la auténtica libertad no es optar por “desentenderse de”. Es decidir “comprometerse con”; nada menos que salir de sí mismos y ser incorporados en el “ser para los otros” de Cristo (cf. Spe salvi, 28).

Como creyentes, ¿cómo podemos ayudar a los otros a caminar por el camino de la libertad que lleva a la satisfacción plena y a la felicidad duradera? Volvamos una vez más a los santos. ¿De qué modo su testimonio ha liberado realmente a otros de las tinieblas del corazón y del espíritu? La respuesta se encuentra en la médula de su fe, de nuestra fe. La encarnación, el nacimiento de Jesús nos muestra que Dios, de hecho, busca un sitio entre nosotros. A pesar de que la posada está llena, él entra por el establo, y hay personas que ven su luz. Se dan cuenta de lo que es el mundo oscuro y hermético de Herodes y siguen, en cambio, el brillo de la estrella que los guía en la noche. ¿Y qué irradia? A este respecto pueden recordar la oración recitada en la noche santa de Pascua: “¡Oh Dios!, que por medio de tu Hijo, luz del mundo, nos has dado la luz de tu gloria, enciende en nosotros la llama viva de tu esperanza” (cf. Bendición del fuego). De este modo, en la procesión solemne con las velas encendidas, nos pasamos de uno a otro la luz de Cristo. Es la luz que “ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos” (Exsultet). Ésta es la luz de Cristo en acción. Éste es el camino de los santos. Ésta es la visión magnífica de la esperanza. La luz de Cristo les invita a ser estrellas-guía para los otros, marchando por el camino de Cristo, que es camino de perdón, de reconciliación, de humildad, de gozo y de paz.

Sin embargo, a veces tenemos la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, de dudar de la fuerza del esplendor de Cristo, de limitar el horizonte de la esperanza. ¡Ánimo! Miren a nuestros santos. La diversidad de su experiencia de la presencia de Dios nos sugiere descubrir nuevamente la anchura y la profundidad del cristianismo. Dejen que su fantasía se explaye libremente por el ilimitado horizonte del discipulado de Cristo. A veces nos consideran únicamente como personas que hablan sólo de prohibiciones. Nada más lejos de la verdad. Un discipulado cristiano auténtico se caracteriza por el sentido de la admiración. Estamos ante un Dios que conocemos y al que amamos como a un amigo, ante la inmensidad de su creación y la belleza de nuestra fe cristiana.

Queridos amigos, el ejemplo de los santos nos invita, también, a considerar cuatro aspectos esenciales del tesoro de nuestra fe: oración personal y silencio, oración litúrgica, práctica de la caridad y vocaciones.

Lo más importante es que ustedes desarrollen su relación personal con Dios. Esta relación se manifiesta en la plegaria. Dios, por virtud de su propia naturaleza, habla, escucha y responde. En efecto, San Pablo nos recuerda que podemos y debemos “ser constantes en orar” (cf. 1 Ts 5,17). En vez de replegarnos sobre nosotros mismos o de alejarnos de los vaivenes de la vida, en la oración nos dirigimos hacia Dios y, por medio de Él, nos volvemos unos a otros, incluyendo a los marginados y a cuantos siguen vías distintas a las de Dios (cf. Spe salvi, 33). Como admirablemente nos enseñan los santos, la oración se transforma en esperanza en acto. Cristo era su constante compañero, con quien conversaban en cualquier momento de su camino de servicio a los demás.

Hay otro aspecto de la oración que debemos recordar: la contemplación y el silencio. San Juan, por ejemplo, nos dice que para acoger la revelación de Dios es necesario escuchar y después responder anunciando lo que hemos oído y visto (cf. 1 Jn 1,2-3; Dei Verbum, 1). ¿Hemos perdido quizás algo del arte de escuchar? ¿Dejan ustedes algún espacio para escuchar el susurro de Dios que les llama a caminar hacia la bondad? Amigos, no tengan miedo del silencio y del sosiego, escuchen a Dios, adórenlo en la Eucaristía. Permitan que su palabra modele su camino como crecimiento de la santidad.

En la liturgia encontramos a toda la Iglesia en plegaria. La palabra “liturgia” significa la participación del pueblo de Dios en “la obra de Cristo Sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Sacrosanctum concilium, 7). ¿En qué consiste esta obra? Ante todo se refiere a la Pasión de Cristo, a su muerte y resurrección y a su ascensión, lo que denominamos “Misterio pascual”. Se refiere también a la celebración misma de la liturgia. Los dos significados, de hecho, están vinculados inseparablemente, ya que esta “obra de Jesús” es el verdadero contenido de la liturgia. Mediante la liturgia, “la obra de Jesús” entra continuamente en contacto con la historia; con nuestra vida, para modelarla. Aquí percibimos otra idea de la grandeza de nuestra fe cristiana. Cada vez que se reúnen para la Santa Misa, cuando van a confesarse, cada vez que celebran uno de los Sacramentos, Jesús está actuando. Por el Espíritu Santo los atrae hacia sí, dentro de su amor sacrificial por el Padre, que se transforma en amor hacia todos. De este modo vemos que la liturgia de la Iglesia es un ministerio de esperanza para la humanidad. Vuestra participación colmada de fe es una esperanza activa que ayuda a que el mundo -tanto santos como pecadores- esté abierto a Dios; ésta es la verdadera esperanza humana que ofrecemos a cada uno (cf. Spe salvi, 34).

Su plegaria personal, sus tiempos de contemplación silenciosa y su participación en la liturgia de la Iglesia les acerca más a Dios y les prepara también para servir a los demás. Los santos que nos acompañan esta tarde nos muestran que la vida de fe y de esperanza es también una vida de caridad. Contemplando a Jesús en la cruz, vemos el amor en su forma más radical. Comencemos a imaginar el camino del amor por el que debemos marchar (cf. Deus caritas est, 12). Las ocasiones para recorrer este camino son muchas. Miren a su alrededor con los ojos de Cristo, escuchen con sus oídos, intuyan y piensen con su corazón y su espíritu. ¿Están ustedes dispuestos a dar todo por la verdad y la justicia, como hizo Él? Muchos de los ejemplos de sufrimiento a los que nuestros santos respondieron con compasión, siguen produciéndose todavía en esta ciudad y en sus alrededores. Y han surgido nuevas injusticias: algunas son complejas y derivan de la explotación del corazón y de la manipulación del espíritu; también nuestro ambiente de la vida ordinaria, la tierra misma, gime bajo el peso de la avidez consumista y de la explotación irresponsable. Hemos de escuchar atentamente. Hemos de responder con una acción social renovada que nazca del amor universal que no conoce límites. De este modo estamos seguros de que nuestras obras de misericordia y justicia se transforman en esperanza viva para los demás.

Queridos jóvenes, quisiera añadir por último una palabra sobre las vocaciones. Pienso, ante todo, en sus padres, abuelos y padrinos. Ellos han sido sus primeros educadores en la fe. Al presentarlos para el bautismo, les dieron la posibilidad de recibir el don más grande de su vida. Aquel día ustedes entraron en la santidad de Dios mismo. Llegaron a ser hijos e hijas adoptivos del Padre. Fueron incorporados a Cristo. Se convirtieron en morada de su Espíritu. Recemos por las madres y los padres en todo el mundo, en particular por los que de alguna manera están lejos, social, material, espiritualmente. Honremos las vocaciones al matrimonio y a la dignidad de la vida familiar. Deseamos que se reconozca siempre que las familias son el lugar donde nacen las vocaciones.

Saludo a los seminaristas congregados en el Seminario de San José y animo también a todos los seminaristas de América. Me alegra saber que están aumentando. El Pueblo de Dios espera de ustedes que sean sacerdotes santos, caminando cotidianamente hacia la conversión, inculcando en los demás el deseo de entrar más profundamente en la vida eclesial de creyentes. Les exhorto a profundizar su amistad con Jesús, el Buen Pastor. Hablen con Él de corazón a corazón. Rechacen toda tentación de ostentación, hacer carrera o de vanidad. Tiendan hacia un estilo de vida caracterizado auténticamente por la caridad, la castidad y la humildad, imitando a Cristo, el Sumo y Eterno Sacerdote, del que deben llegar a ser imágenes vivas (cf. Pastores dabo vobis, 33). Queridos seminaristas, rezo por ustedes cada día. Recuerden que lo que cuenta ante el Señor es permanecer en su amor e irradiar su amor por los demás.

Las Religiosas, los Religiosos y los Sacerdotes de las Congregaciones contribuyen generosamente a la misión de la Iglesia. Su testimonio profético se caracteriza por una convicción profunda de la primacía del Evangelio para plasmar la vida cristiana y transformar la sociedad. Quisiera hoy llamar su atención sobre la renovación espiritual positiva que las Congregaciones están llevando a cabo en relación con su carisma. La palabra “carisma” significa don ofrecido libre y gratuitamente. Los carismas los concede el Espíritu Santo que inspira a los fundadores y fundadoras y forma las Congregaciones con el consiguiente patrimonio espiritual. El maravilloso conjunto de carismas propios de cada Instituto religioso es un tesoro espiritual extraordinario. En efecto, la historia de la Iglesia se muestra tal vez del modo más bello a través de la historia de sus escuelas de espiritualidad, la mayor parte de las cuales se remontan a la vida de los santos fundadores y fundadoras. Estoy seguro que, descubriendo los carismas que producen esta riqueza de sabiduría espiritual, algunos de ustedes, jóvenes, se sentirán atraídos por una vida de servicio apostólico o contemplativo. No sean tímidos para hablar con hermanas, hermanos o sacerdotes religiosos sobre su carisma y la espiritualidad de su Congregación. No existe ninguna comunidad perfecta, pero es el discernimiento de la fidelidad al carisma fundador, no a una persona en particular, lo que el Señor les está pidiendo. Ánimo. También ustedes pueden hacer de su vida una autodonación por amor al Señor Jesús y, en Él, a todos los miembros de la familia humana (cf. Vita consecrata, 3).

Amigos, de nuevo les pregunto, ¿qué decir de la hora presente? ¿Qué están buscando? ¿Qué les está sugiriendo Dios? Cristo es la esperanza que jamás defrauda. Los santos nos muestran el amor desinteresado por su camino. Como discípulos de Cristo, sus caminos extraordinarios se desplegaron en aquella comunidad de esperanza que es la Iglesia. Y también ustedes encontrarán dentro de la Iglesia el aliento y el apoyo para marchar por el camino del Señor. Alimentados por la plegaria personal, preparados en el silencio, modelados por la liturgia de la Iglesia, descubrirán la vocación particular a la que el Señor les llama. Acójanla con gozo. Hoy son ustedes los discípulos de Cristo. Irradien su luz en esta gran ciudad y en otras. Den razón de su esperanza al mundo. Hablen con los demás de la verdad que les hace libres. Con estos sentimientos de gran esperanza en ustedes, les saludo con un “hasta pronto”, hasta encontrarme de nuevo con ustedes en julio, para la Jornada Mundial de la Juventud en Sidney. Y, como signo de mi afecto por ustedes y sus familias, les imparto con alegría la Bendición Apostólica.

* * * (SIgue en Español)

Queridos Seminaristas, queridos jóvenes:

Es para mí una gran alegría poder encontrarme con todos ustedes en este día de mi cumpleaños. Gracias por su acogida y por el cariño que me han demostrado.

Les animo a abrirle al Señor su corazón para que Él lo llene por completo y con el fuego de su amor lleven su Evangelio a todos los barrios de Nueva York.

La luz de la fe les impulsará a responder al mal con el bien y la santidad de vida, como lo hicieron los grandes testigos del Evangelio a lo largo de los siglos. Ustedes están llamados a continuar esa cadena de amigos de Jesús, que encontraron en su amor el gran tesoro de sus vidas. Cultiven esta amistad a través de la oración, tanto personal como litúrgica, y por medio de las obras de caridad y del compromiso por ayudar a los más necesitados. Si no lo han hecho, plantéense seriamente si el Señor les pide seguirlo de un modo radical en el ministerio sacerdotal o en la vida consagrada. No basta una relación esporádica con Cristo. Una amistad así no es tal. Cristo les quiere amigos suyos íntimos, fieles y perseverantes.

A la vez que les renuevo mi invitación a participar en la Jornada Mundial de la Juventud en Sidney, les aseguro mi recuerdo en la oración, en la que suplico a Dios que los haga auténticos discípulos de Cristo Resucitado. Muchas gracias.

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...