Desde hace meses he estado leyendo varias biografías de San Francisco de Asís, y me he llenado de admiración por este santo que ha conmovido no solo a el catolicismo entero, sino a toda la humanidad. El protestantismo auténticamente cristiano ha reconocido la importancia del santo, pero también el Islam y el judaísmo y todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Pero ¿Cuál es su importancia? Es la sencilla pero fundamental idea de que “Dios es y basta”, es decir, que la verdadera alegría y libertad del ser humano está en el desprendimiento de todo, incluso de lo que consideramos más importante dentro de la creación (Ignacio Larrañaga, 1978, El Hermano de Asís, pp. 235-236). Sólo nos tenemos que quedar con Dios. Francisco dio ejemplo de este desprendimiento al vivir la pobreza extrema, y le dejó este ejemplo y legado a la Iglesia y al mundo. Acá les dejo unas hermosas palabras de lo difícil que es vivir este principio:
Nadie quiere ser pequeño; nadie quiere aparecer como débil, ni en los tronos, ni en la Iglesia. Todos somos enemigos instintivos de la Cruz y del Pesebre, comenzando por los hombres de la Iglesia. Podemos derramar lágrimas ante el Pesebre de Navidad y sentirnos orgullosos levantando la cruz hasta en los campos de batalla como lo hacen los cruzados, pero nos avergonzamos de la Cruz. A nadie llamaré farsante en este mundo, pero eso es una farsa, casi una blasfemia. ¡Perdóname, Dios mío!. (Ignacio Larrañaga, 1978, El Hermano de Asís, p. 212).
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