domingo, 1 de junio de 2008

Benedicto XVI: Angelus dominical sobre el Sagrado Corazón (01 de junio) y clausura del mes de mayo

Benedicto XVI: Junio, mes del corazón de Cristo

Intervención con motivo del Ángelus

CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 1 junio 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI este domingo al rezar el Ángelus junto a miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.

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Queridos hermanos y hermanas:

En este domingo, que coincide con el inicio de junio, quiero recordar que este mes está tradicionalmente dedicado al Corazón de Cristo, símbolo de la fe cristiana, particularmente amado tanto por el pueblo como por los místicos y los teólogos, pues expresa de una manera sencilla y auténtica la "buena noticia" del amor, resumiendo en sí el misterio de la encarnación y de la Redención. Y el viernes pasado celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, tercera y última de las fiestas que han seguido al Tiempo Pascual, tras la Santísima Trinidad y el Corpus Christi. Esta sucesión hace pensar en un movimiento hacia el centro: un movimiento del espíritu guiado por el mismo Dios. Desde el horizonte infinito de su amor, de hecho, Dios ha querido entrar en los límites de la historia y de la condición humana, ha tomado un cuerpo y un corazón, para que podamos contemplar y encontrar el infinito en el finito, el Misterio invisible e inefable en el Corazón humano de Jesús, el Nazareno. En mi primera encíclica sobre el tema del amor, el punto de partida ha sido precisamente la mirada dirigida al costado traspasado de Cristo, del que habla Juan en su Evangelio (Cf. 19,37; Deus caritas est, 12). Y este centro de la fe es también la fuente de la esperanza en la que hemos sido salvados, esperanza que ha sido el tema de mi segunda encíclica.

Toda persona necesita un "centro" para su propia vida, un manantial de verdad y de bondad al que recurrir ante la sucesión de las diferentes situaciones y en el cansancio de la vida cotidiana. Cada uno de nosotros, cuando se detiene en silencio, necesita sentir no sólo el palpitar de su corazón, sino, de manera más profunda, el palpitar de una presencia confiable, que se puede percibir con los sentidos de la fe y que, sin embargo, es mucho más real: la presencia de Cristo, corazón del mundo. Os invito, por tanto, a cada uno de vosotros a renovar en el mes de junio su propia devoción al Corazón de Cristo, valorando también la tradicional oración de ofrecimiento del día y teniendo presentes las intenciones que propongo a toda la Iglesia.

Junto al Sagrado Corazón de Jesús, la liturgia nos invita a venerar el Corazón Inmaculado de María. Encomendémonos siempre a ella con gran confianza. Quisiera invocar la materna intercesión de la Virgen una vez más por las poblaciones de China y Myanmar, golpeadas por calamidades naturales, y por quienes atraviesan las numerosas situaciones de dolor, enfermedad y miseria material y espiritual que marcan el camino de la humanidad.

[Al final del Ángelus, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español dijo:]
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana, en particular a los fieles de la Parroquia de San Andrés Apóstol, de Moral de Calatrava. En el día del Señor os invito a escuchar devotamente la Palabra de Dios, a acogerla en vuestro corazón con docilidad y a llevarla a la práctica con solicitud, de modo que vuestra vida se arraigue cada vez más firmemente en la roca de la amistad con Cristo. Feliz domingo a todos.

[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina © Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

Palabras del Papa en el Rosario de clausura del mes de mayo

El Magnificat sigue siendo la interpretación más profunda de la historia

CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 1 junio 2008 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que pronunció Benedicto XVI en la noche de este sábado al rezar el Rosario en la clausura del mes de mayo, tradicionalmente dedicado a María.

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Queridos hermanos y hermanas:

Concluimos el mes de mayo con este sugerente encuentro de oración mariana. Os saludo con afecto y os doy las gracias por vuestra participación. Saludo, en primer lugar, al señor cardenal Angelo Comastri; con él saludo a los demás cardenales, arzobispos, obispos y sacerdotes que han participado en esta celebración nocturna. Saludo a los consagrados y a todos vosotros, queridos fieles laicos, que con vuestra presencia habéis querido rendir homenaje a la Virgen Santísima.

Hoy celebramos la fiesta de la Visitación de la Virgen María y la memoria del Corazón Inmaculado de María. Por tanto, todo nos invita a dirigir la mirada con confianza a María. Nos hemos dirigido a ella, también esta noche, con la antigua y siempre actual práctica del Rosario. El Rosario, cuando no es una repetición mecánica de fórmulas tradicionales, es una meditación bíblica que nos hace revivir los acontecimientos de la vida del Señor en compañía de la Virgen, conservándolos como ella, en nuestro corazón. En muchas comunidades cristianas, durante el mes de mayo, se da la bella costumbre de rezar de manera más solemne el Rosario en familia y en las parroquias. Que no decaiga esta buena costumbre, ahora que termina el mes, para que, aprendiendo de María, la lámpara de la fe brille cada vez más en el corazón de los cristianos y en sus casas.

En la fiesta de la visitación, la liturgia nos hace volver a escuchar el pasaje del Evangelio de Lucas, que narra el viaje de María de Nazaret a casa de la anciana prima, Isabel. Imaginemos el estado de ánimo de la Virgen tras la Anunciación, cuando el ángel la dejó. María se encontró con un gran misterio encerrado en el seno; sabía que había sucedido algo extraordinariamente único; se daba cuenta de que había comenzado el último capítulo de la historia de la salvación del mundo. Pero, a su alrededor, todo había quedado como antes y la aldea de Nazaret no sabía nada de lo que le había sucedido.

Sin embargo, antes de preocuparse por sí misma, María piensa en la anciana Isabel, al saber que su embarazo está en un estado avanzado y, movida por el misterio de amor que acaba de acoger en su interior, se pone en camino "rápidamente" para ir a ofrecerle ayuda. ¡Esta es la grandeza sencilla y sublime de María! Cuando llega a la casa de Isabel, ocurre algo que ningún pintor podrá plasmar nunca en toda su belleza y profundidad. La luz interior del Espíritu Santo envuelve sus personas. E Isabel, iluminada desde lo Alto, exclama: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lucas 1, 42-45).

Estas palabras podrían parecer desproporcionadas respecto al contexto real. Isabel es una de las muchas ancianas de Israel y María una muchacha desconocida de una aldea perdida de Galilea. ¿Qué pueden ser y que pueden hacer en un mundo en el que cuentan otras personas y otros poderes? Sin embargo, María nos sorprende una vez más; su corazón es limpio, totalmente abierto a la luz de Dios; su alma no tiene pecado, no carga con el peso del orgullo o el egoísmo. Las palabras de Isabel encienden en su espíritu un cántico de alabanza que es una auténtica y profunda interpretación "teológica" de su historia: una lectura que tenemos que seguir aprendiendo de quien tiene una fe sin sombras ni grietas. "Engrandece mi alma al Señor". María reconoce la grandeza de Dios. Este es el primer e indispensable sentimiento de la fe: el sentimiento que da seguridad a la criatura humana y que libera del miedo, a pesar de las tempestades de la historia.

Más allá de la superficie, María "ve" con los ojos de la fe la obra de Dios en la historia. Por este motivo es bienaventurada, pues ha creído: por la fe, de hecho, ha acogido la Palabra del Señor y ha concebido al Verbo encarnado. Su fe le ha hecho ver que los tronos de los poderosos de este mundo son provisionales, mientras que el trono de Dios es la única roca que no cambia, que no se derrumba. Su Magnificat, con el pasar de los siglos y milenios, sigue siendo la interpretación más verdadera y profunda de la historia, mientras las interpretaciones de muchos de los sabios de este mundo han sido desmentidas por los hechos en el transcurso de los siglos.

Queridos hermanos y hermanas: volvamos a casa con el Magnificat en el corazón. Alberguemos en nuestro espíritu los mismos sentimientos de alabanza y acción de gracias de María hacia el Señor, su fe y su esperanza, su abandono dócil en las manos de la Providencia divina. Imitemos su ejemplo de disponibilidad y de generosidad en el servicio a los hermanos. De hecho, sólo acogiendo el amor de Dios y haciendo de nuestra existencia un servicio desinteresado y generoso al prójimo, podremos elevar con alegría un canto de alabanza al Señor. Que nos alcance esta gracia la Virgen, quien nos invita en esta noche a encontrar refugio en su Corazón inmaculado.

[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

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