miércoles, 15 de octubre de 2008

Hoy es día de Santa Teresa


Les dejo varias entradas:


wikipedia, y el excelente blog del carmelita descalzo: Manuel, el cual le està dedicando varias entradas.


Oración a Santa Teresa de Jesús - de San Alfonso de Ligorio
Oh, Santa Teresa, Virgen seráfica, querida esposa de Tu Señor Crucificado, tú, quien en la tierra ardió con un amor tan intenso hacia tu Dios y mi Dios, y ahora iluminas como una llama resplandeciente en el paraíso, obtén para mi también,te lo ruego, un destello de ese mismo fuego ardientey santo que me ayude a olvidar el mundo, las cosas creadas,aún yo mismo, porque tu ardiente deseo era verle adoradopor todos los hombres. Concédeme que todos mis pensamientos, deseos y afectossean dirigidos siempre a hacer la voluntad de Dios,la Bondad suprema, aun estando en gozo o en dolor, porque Él es digno de ser amado y obedecido por siempre. Obtén para mí esta gracia, tú que eres tan poderosa con Dios,que yo me llene de fuego, como tú, con el santo amor de Dios. Amén.

domingo, 12 de octubre de 2008

Abrazar la cruz

No sé si ya lo dije, pero no importa, me lo repito una y mil veces: si somos cristianos debemos vivir como Cristo, y Cristo en su gloria en la Tierra es cruz. Es su símbolo, es el ejemplo de esta misteriosa religión que adora a un Dios sufriente.

Hoy en misa ante un gran dolor miré el Cristo crucificado del templo donde estaba (Iglesia de La Chiquinquirá, en la Florida), ese que cuelga sobre el altar; y meditaba estas cosas...yo puedo ofrecer mi cruz a Él, puedo parecerme algo a Él, aunque sea un poquito, sólo en un poco de dolor. Así pedí que se hiciera su voluntad y no la mía.
Imagen de Sinflash, al fondo el Cristo sobre el altar y más cerca, la columnas con los santos que me fascina.

Imagen: foto tomada por mí hace tiempo ya.

viernes, 10 de octubre de 2008

Benedico XVI (10-10): Homilía en el 50 aniversario del fallecimiento de Pío XII

CIUDAD DEL VATICANO, viernes 10 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- Este jueves, 9 de octubre, a las 11.30 horas, Benedicto XVI presidió, en la Basílica Vaticana, la Santa Misa en sufragio del difunto Sumo Pontífice Pío XII, en el 50º aniversario de la muerte.Publicamos la homilía que pronunció el Papa.

* * *

¡Señores Cardenales,venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,queridos hermanos y hermanas!El pasaje del libro del Eclesiástico y el prólogo de la Primera Carta de San Pedro, proclamados como primera y segunda lecturas, nos ofrecen significativos elementos de reflexión en esta celebración eucarística, durante la cual recordamos a mi venerado predecesor, el Siervo de Dios Pío XII. Han trascurrido exactamente cincuenta años desde su muerte, que tuvo lugar en las primeras horas del 9 de octubre de 1958. El Eclesiástico, como hemos escuchado, ha recordado a todos los que se proponen seguir al Señor que tienen que prepararse a afrontar pruebas, dificultades y sufrimientos. Para no sucumbir a ellos - advierte - se necesita un corazón recto y constante, se necesitan la fidelidad a Dios y la paciencia, unidas a una inflexible determinación por mantenerse en el camino del bien. El sufrimiento afina el corazón del discípulo del Señor, como se purifica el oro en el fuego. "Todo lo que te sobrevenga, acéptalo - escribe el autor sagrado - y en las humillaciones, sé paciente, porque en el fuego se purifica el oro, y los que agradan a Dios, en el horno de la humillación" (2,4-5).

San Pedro, por su parte, en la perícope que hemos escuchado, dirigiéndose a los cristianos de las comunidades de Asia Menor que eran "afligidos con diversas pruebas", va incluso más allá: les pide que, a pesar de ello, "rebosen de alegría" (1 P 1,6). En efecto, la prueba es necesaria, observa, "a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la Revelación de Jesucristo" (1 P 1,7). Y luego, por segunda vez, los exhorta a rebosar de alegría, incluso a exultar "de alegría inefable y gloriosa" (v. 8). La razón profunda de este gozo espiritual está en el amor a Jesús y en la certeza de su invisible presencia. Él hace que sean inquebrantables la fe y la esperanza de los creyentes, incluso en las fases más complicadas y duras de su existencia.A la luz de estos textos bíblicos, podemos leer la vida terrena del Papa Pacelli y su largo servicio a la Iglesia, comenzado en 1901 durante el Pontificado de León XIII, y que continuó con san Pío X, Benedicto XV y Pío XI. Estos textos bíblicos nos ayudan ante todo a comprender cuál fue la fuente de la que sacó valor y paciencia en su ministerio pontifical, desarrollado durante los atormentados años del segundo conflicto mundial y el periodo siguiente, no menos complejo, de la reconstrucción y de las difíciles relaciones internacionales pasadas a la historia con el significativo nombre de "guerra fría".

"Miserere mei Deus, secundum magnam misericordiam tuam": con esta invocación del Salmo 50/51 Pío XII comenzaba su testamento. Y seguía: "Estas palabras, que, consciente de no ser digno y de no estar a la altura, pronuncié en el momento en el que acepté, temblando, mi elección a Sumo Pontífice, con mayor fundamento las repito ahora". En ese momento faltaban dos años para su muerte. Abandonarse en las manos misericordiosas de Dios: ésta fue la actitud que cultivó constantemente este venerado Predecesor mío, último de los Papas nacidos en Roma y perteneciente a una familia ligada desde hacía muchos años a la Santa Sede. En Alemania, donde llevó a cabo su tarea de Nuncio Apostólico, primero en Munich y luego en Berlín hasta 1929, dejó tras de sí una grata memoria, sobre todo por haber colaborado con Benedicto XV en el intento de detener "la inútil masacre" de la Gran Guerra, y por haber advertido desde el principio el peligro que constituía la monstruosa ideología nacionalsocialista con su perniciosa raíz antisemita y anticatólica. Creado Cardenal en diciembre de 1929, y nombrado Secretario de Estado poco después, durante nueve años fue fiel colaborador de Pío XI, en una época marcada por los totalitarismos: el fascista, el nazi y el comunista soviético, condenados respectivamente en las Encíclicas Non abbiamo bisogno, Mit Brennender Sorge y Divini Redemptoris. "El que escucha mi palabra y cree... tiene vida eterna" (Jn 5,24). Esta afirmación de Jesús, que hemos escuchado en el Evangelio, nos hace pensar en los momentos más duros del pontificado de Pío XII cuando, al darse cuenta del menoscabo de toda certeza humana, sentía una gran necesidad, también mediante un constante esfuerzo ascético, de adherirse a Cristo, única certeza que no decae. La Palabra de Dios se convertía así en luz de su camino, un camino en el que el Papa Pacelli ofreció su consuelo a evacuados y perseguidos, tuvo que secar lágrimas de dolor y llorar las innumerables víctimas de la guerra. Sólo Cristo es verdadera esperanza del hombre; sólo confiando en él el corazón humano puede abrirse al amor que vence el odio. Esta conciencia acompañó a Pío XII en su ministerio de Sucesor de Pedro, ministerio que comenzó precisamente cuando se adensaban sobre Europa y el resto del mundo las nubes amenazadoras de un nuevo conflicto mundial, que intentó evitar por todos los medios: "El peligro es inminente, pero todavía hay tiempo. Con la paz, nada está perdido. Todo puede perderse con la guerra", gritó en su mensaje por radio del 24 de agosto de 1939 (AAS, XXXI, 1939, p. 334).

La guerra puso en evidencia el amor que nutría por su "Roma dilecta", amor testimoniado por la intensa obra de caridad que promovió en defensa de los perseguidos, sin distinción alguna de religión, etnia, nacionalidad, ideología política.

Cuando, con la ciudad ocupada, le aconsejaron repetidas veces que dejara el Vaticano para ponerse a salvo, su respuesta fue siempre idéntica y decidida: "No dejaré Roma y mi puesto, aunque tuviese que morir"(cfr Summarium, p. 186). Los familiares y otros testigos hablaron también de la falta de alimentos, calefacción, ropa y comodidades, privaciones a las que se sometió voluntariamente para compartir las condiciones de la gente duramente debilitada por los bombardeos y las consecuencias de la guerra (cfr A. Tornielli, Pio XII, Un uomo sul trono di Pietro). Y ¿cómo olvidar el mensaje navideño enviado por la radio en diciembre de 1942? Con la voz quebrada por la emoción deploró la situación de los "centenares de miles de personas, las cuales, sin culpa alguna, a veces sólo por razones de nacionalidad o raza, están destinadas a la muerte o a un progresivo deterioro" (AAS, XXXV, 1943, p 23), con una clara referencia a la deportación y al extermino perpetrado con los judíos. A menudo actuó de manera secreta y silenciosa, precisamente porque, consciente de las situaciones concretas de ese complejo momento histórico, él intuía que sólo de ese modo se podía evitar lo peor y salvar el mayor número posible de judíos. Debido a estas intervenciones, recibió numerosas y unánimes pruebas de gratitud al final de la guerra, así como en el momento de su muerte, de las autoridades más relevantes del mundo judío, como, por ejemplo, el Ministro de Asuntos Exteriores de Israel Golda Meir, que así escribió: "Cuando el martirio más espantoso ha golpeado a nuestro pueblo, durante los diez años de terror nazi, la voz del Pontífice se alzó en favor de las víctimas", concluyendo con emoción: "Nosotros lloramos la pérdida de un gran servidor de la paz".

Lamentablemente, el debate histórico, no siempre sereno, sobre la figura del Siervo de Dios Pío XII, ha descuidado algunos aspectos de su poliédrico pontificado. Muchísimos fueron los discursos, las alocuciones y los mensajes que sostuvo con científicos, médicos y exponentes de los más variados grupos profesionales, algunos de los cuales siguen siendo todavía hoy de una extraordinaria actualidad y un punto seguro de referencia. Pablo VI, que fue su fiel colaborador durante muchos años, lo describió como un erudito, un estudioso atento, abierto a los modernos caminos de la investigación y de la cultura, con una fidelidad siempre firme y coherente tanto con los principios de la racionalidad humana como con el intangible depósito de las verdades de la fe. Lo consideraba como un precursor del Concilio Vaticano II (cfr Angelus del 10 de marzo de 1974). En esta perspectiva, muchos documentos suyos merecerían ser recordados, pero me limito a citar sólo algunos. Con la Encíclica Mystici Corporis, publicada el 29 de junio de 1943 mientras la guerra aún arreciaba, él describía las relaciones espirituales y visibles que unen a los hombres con el Verbo encarnado y proponía incluir en esa perspectiva todos los principales temas de la eclesiología, ofreciendo por primera vez una síntesis dogmática y teológica que fue luego la base de la Constitución dogmática conciliar Lumen gentium.Pocos meses después, el 20 de septiembre de 1943, con la Encíclica Divino afflante Spiritu establecía las normas doctrinales para el estudio de la Sagrada Escritura, poniendo de relieve la importancia y el papel de la vida cristiana. Se trata de un documento que da testimonio de una gran apertura hacia la investigación científica de los textos bíblicos. ¿Cómo no recordar esta Encíclica mientras se están llevando a cabo los trabajos del Sínodo que tiene como tema precisamente "La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia"? Se debe a la intuición profética de Pío XII la puesta en marcha de un serio estudio sobre las características de la historiografía antigua, para comprender mejor la naturaleza de los libros sagrados, sin debilitar ni negar el valor histórico. Un estudio más profundo de los "géneros literarios", cuya finalidad era comprender mejor lo que el autor sagrado había querido decir, hasta el año 1943 se miraba con una cierta sospecha, debido también a los abusos que se habían producido.La Encíclica reconocía su justa aplicación , declarando legítimo para el estudio el uso, no sólo del Antiguo Testamento, sino también del Nuevo. " Hoy ,además, este arte - explicó el Papa - que suele llamarse crítica textual y en las ediciones de los autores profanos se emplea con gran exaltación e iguales resultados, se aplica con pleno derecho a los Sagrados Libros precisamente por la reverencia debida a la palabra de Dios". Y agrega: "El objetivo de aquel es, de hecho, devolver el texto sagrado, con la mayor precisión posible, a su primitivo contenido, purgándolo de las deformaciones introducidas por los errores de los copistas y liberándolo de las anotaciones y lagunas, de la transposición de palabras, de las repeticiones y de otros defectos de todo género que en los escritos transmitidos a mano durante muchos siglos suelen infiltrarse" (AAS, XXXV, 1943, p. 336).

La tercera Encíclica que quisiera mencionar es la Mediator Dei, dedicada a la liturgia, publicada el 20 de noviembre de 1947. Con este Documento el Siervo de Dios dio impulso al movimiento litúrgico, insistiendo en el "elemento esencial del culto", que "debe ser el interior: es necesario, de hecho -escribió -, vivir siempre en Cristo, dedicarse por completo a Él, para que en Él, con Él y por Él se dé gloria al Padre. La sagrada Liturgia requiere que estos dos elementos estén íntimamente unidos... De otra forma, la religión se convierte en un formalismo sin fundamento y sin contenido". No podemos , además, no hacer mención al impulso notable que este Pontífice imprimió a la actividad misionera de la iglesia con las Encíclicas Evangelii praecones (1951) y Fidei donum (1957), poniendo de relieve el deber de cada comunidad de anunciar el Evangelio a las gentes, como el Concilio Vaticano II hará con valiente vigor. Asimismo, el Papa Pacelli había demostrado su amor por las misiones desde el comienzo de su pontificado cuando, en octubre de 1939, había querido consagrar personalmente doce Obispos de países de misión, entre los cuales un indio, un chino, un japonés, el primer obispo africano y el primer obispo de Madagascar. Una de sus constantes preocupaciones pastorales fue, por último,la promoción del papel de los laicos, para que la comunidad eclesial pudiera aprovechar todos los recursos y energías disponibles. También por este motivo la Iglesia y el mundo le están agradecidos. Queridos hermanos y hermanas, mientras rezamos para que continúe felizmente la causa de la beatificación del Siervo de Dios Pío XII, es bueno recordar que la santidad fue su ideal, ideal que propuso a todos. Por eso impulsó las causas de beatificación y de canonización de personas pertenecientes a pueblos diversos, representantes de todos los estados de vida, funciones y profesiones, reservando un gran espacio a las mujeres. Y precisamente fue a María, la Mujer de la Salvación, a quien indicó como signo de segura esperanza para la humanidad cuando proclamó el dogma de la Asunción durante el Año Santo de 1950. En este mundo nuestro, como también entonces, lleno de preocupaciones y angustias por su futuro; en este mundo, donde, tal vez más que entonces, el alejamiento de muchos de la verdad y de la virtud deja entrever unos escenarios privados de esperanza, Pío XII nos invita a dirigir nuestra mirada a María en su asunción a la gloria celeste. Nos invita a invocarla con confianza, para que nos haga apreciar cada vez más el valor de la vida en la tierra y nos ayude a dirigir la mirada hacia la meta verdadera a la cual todos estamos destinados: esa vida eterna que, como asegura Jesús, posee ya quien escucha y sigue su palabra. ¡Amen!

Traducción distribuida por la secretaría general del Sínodo de los Obispos

miércoles, 8 de octubre de 2008

Me pierdo el Sínodo y por los titulares está muy bueno!

Me encantaría seguir el Sínodo pero llego en la noche a casa y debo seguir trabajando...
pido oraciones a los hermanos que me leen.

Benedicto XVI: Audiencia General (08-10): “Pablo conocía a Cristo verdaderamente, con el corazón”

Hoy durante la audiencia general

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 8 de octubre de 2008 (
ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la catequesis que el Papa pronunció hoy ante los peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro, con motivo de la Audiencia General.

Queridos hermanos y hermanas,

en las últimas catequesis sobre san Pablo hablé de su encuentro con Cristo resucitado, que cambió profundamente su vida, y después de su relación con los Doce apóstoles llamados por Jesús -particularmente con Santiago, Pedro y Juan- y de su relación con la Iglesia de Jerusalén. Queda ahora la cuestión de qué sabía san Pablo del Jesús terreno, de su vida, de sus enseñanzas, de su pasión. Antes de entrar en esta cuestión puede ser útil tener presente que el mismo san Pablo distingue dos maneras de conocer a Jesús y, más en general, dos maneras de conocer a una persona. Escribe en la Segunda Carta a los Corintios: “Así que en adelante, ya no conocemos a nadie según la carne. Y si conocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así” (5, 16). Conocer “según la carne”, de forma carnal, quiere decir conocer sólo exteriormente, con criterios externos: se puede haber visto a una persona muchas veces, conocer sus facciones y los diversos detalles de su comportamiento: cómo habla, cómo se mueve, etc. Y sin embargo, aun conociendo a alguien de esta forma, no se le conoce realmente, no se conoce el núcleo de la persona. Solo con el corazón se conoce verdaderamente a una persona. De hecho los fariseos, los saduceos, conocieron a Jesús externamente, escucharon su enseñanza, muchos detalles de él, pero no le conocieron en su verdad. Hay una distinción análoga en una palabra de Jesús. Después de la Transfiguración, él pregunta a los apóstoles: “¿Quién dice la gente que soy yo?” y “¿quién decís vosotros que soy yo?”. La gente le conoce, pero superficialmente; sabe muchas cosas de él, pero no le ha conocido realmente. En cambio los Doce, gracias a la amistad que llama a su causa al corazón, al menos habían entendido sustancialmente y empezaban a saber quién era Jesús. También hoy existe esta forma distinta de conocer: hay personas doctas que conocen a Jesús en muchos de sus detalles y personas sencillas que no conocen estos detalles, pero que lo conocen en su verdad: “el corazón habla al corazón”. Y Pablo quiere decir esencialmente que conoce a Jesús así, con el corazón, y que conoce así esencialmente a la persona en su verdad; y después, en un segundo momento, que conoce los detalles.

Dicho esto queda aún la cuestión: ¿qué supo san Pablo sobre la vida concreta, las palabras, la pasión, los milagros de Jesús? Parece seguro que nunca lo encontró durante su vida terrena. A través de los Apóstoles y la Iglesia naciente, conoció seguramente los detalles de la vida terrena de Jesús. En sus Cartas encontramos tres formas de referencia al Jesús pre-pascual. En primer lugar, hay referencias explícitas y directas. Pablo habla de la descendencia davídica de Jesús (cfr Rm 1,3), conoce la existencia de sus “hermanos” o consanguíneos (1 Cor 9,5; Ga 1, 19), conoce el desarrollo de la Última Cena (cfr 1 Cor 11,23), conoce otras palabras de Jesús, por ejemplo sobre la indisolubilidad del matrimonio (cfr 1 Cor 7, 10 con Mc 10, 11-12), sobre la necesidad de que quien anuncia el Evangelio sea sostenido por la comunidad en cuanto que el obrero merece su salario (cfr 1 Cor 9, 14 con Lc 10, 7); Pablo conoce las palabras pronunciadas por Jesús en la Última Cena (cfr 1 Cor 11, 24-25 co Lc 22, 19-20) y conoce también la cruz de Jesús. Estas son referencias directas a palabras y hechos de la vida de Jesús.

En segundo lugar, podemos entrever en algunas frases de las cartas paulinas varias alusiones a la tradición confirmada en los Evangelios Sinópticos. Por ejemplo, las palabras que leemos en la primera Carta a los Tesalonicenses, según la cual “el Día del Señor vendrá como un ladrón en la noche” (5,2), no se explicarían remitiéndonos a las profecías veterotestamentarias, porque la comparación con el ladrón nocturno sólo se encuentra en el Evangelio de Mateo y de Lucas, por tanto está tomado de la tradición sinóptica. Así, cuando leemos que Dios “ha escogido más bien lo necio del mundo” (1 Cor 1, 27-28) se nota el eco fiel de las enseñanzas de Jesús sobre los sencillos y los pobres (cfr Mt 5,3; 11, 25; 19, 30). Están también las palabras pronunciadas por Jesús en el júbilo mesiánico: “Te bendigo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños”. Pablo sabe -es su experiencia misionera- que estas palabras son ciertas, que precisamente los sencillos tienen el corazón abierto al conocimiento de Jesús. También la alusión a la obediencia de Jesús “hasta la mueerte”, que se lee en Fil 2,8, no puede dejar de señalar a la total disponibilidad del Jesús terreno a cumplir la voluntad de su Padre (cfr Mc 3, 35; Jn 4, 34). Pablo por tanto conoce la pasión de Jesús, su cruz, el modo en que vivió los últimos momentos de su vida. La cruz de Jesús y la tradición sobre este hecho de la cruz está en el centro del kerygma paulino. Otro pilar de la vida de Jesús conocido por san Pablo era el Discurso de la Montaña, del que cita algunos elementos casi literalmente, cuando escribe a los Romanos: “Amaos unos a otros... Bendecid a los que os persiguen... vivid en paz con todos... Venced al mal con el bien...” Por tanto en sus cartas hay un reflejo fiel del Discurso de la Montaña (cfr Mt 5-7).

Finalmente, es posible hallar un tercer modo de presencia de las palabras de Jessús en las Cartas de Pablo: es cuando realiza una forma de transposición de la tradición pre pascual a la situación después de la Pascua. Un caso típico es el tema del Reino de Dios. Éste está seguramente en el centro de la predicación del Jesús histórico (cfr Mt 3,2; Mc 1,15; Lc 4, 43). En Pablo se revela una transposición de este tema, pues tras la resurrección es evidente que Jesús en persona, el Resucitado, es el Reino de Dios. El reino por tanto llega allí a donde llega Jesús. Y así necesariamente el tema del Reino de Dios, en que se había anticipado el misterio de Jesús, se transforma en cristología. Y sin embargo las mismas disposiciones exigidas por Jesús para entrar en el Reino de Dios valen para Pablo a propósito de la justificación por la fe: tanto la entrada ene l Reino como la justificación requieren una actitud de gran humildad y disponibilidad, libre de presunciones, para acoger la gracia de Dios. Por ejemplo, la parábola del fariseo y del publicano (cfr Lc 18, 9-14) imparte una enseñanza que se encuentra tal cual en san Pablo, cuando insiste en que nadie debe gloriarse en presencia de Dios. También las frases de Jesús sobre los publicanos y las prostitutas, más dispuestos que los fariseos a acoger el Evangelio (cfr Mt 21,31; Lc 7, 36-50) y sus elecciones de compartir la mesa con ellos (cfr Mt 9, 10-13; Lc 15, 1-2) encuentran pleno seguimiento en la doctrina de Pablo sobre el amor misericordioso de Dios hacia los pecadores (cfr Rm 5, 8-10); y también Ef 2, 3-5). Así el tema del reino de Dios se propone de una forma nueva, pero siempre llena de fidelidad a la tradición del Jesús histórico.

Otro ejemplo de transformación fiel del núcleo doctrinal de Jesús se encuentra en los “títulos” referidos a él. Antes de Pascua él mismo se califica como Hijo del ho,bre; tras la Pascua se hace evidente que el Hijo del hombre es también el Hijo de Dios. Por tanto, el título preferido por Pablo para calificar a Jesús es Kyrios, “Señor” (cfr Fil 2, 9-11) que indica la divinidad de Jesús. El Señor Jesús, con este título, aparece en la plena luz de la resurrección. En el Monte de los Olivos, en el momento de la extrema angustia de Jesús (cfr Mc 14,36), los discípulos antes de dormirse habían oído cómo hablaba con el Padre y le llamaba “Abbà-Padre”. Es una palabra muy familiar equivalente a nuestro “papá”, usada solo por los niños en comunión con su padre. Hasta aquel momento era impensable que un hebreo utilizase una palabra semejante para dirigirse a Dios; pero Jesús, siendo verdadero hijo, en esta hora de intimidad habla así y dice “Abbà, Padre”. En las Cartas de san Pablo a los Romanos y a los Gálatas sorprendentemente esta palabra “Abbà”, que expresa la exclusividad de la filiación de Jesús, aparece en la boca de los bautizados (cfr Rm 8,15; Ga 4,6), porque han recibido el “Espíritu del Hijo” y ahora llevan en ellos este Espíritu y pueden hablar como Jesús y con Jesús como verdaderos hijos a su Padre, pueden decir “Abbà” porque se han convertido en hijos en el Hijo.
Y finalmente quisiera señalar la dimensión salvífica de la muerte de Jesús, como lla encontramos en el dicho evangélico según el cual “el Hijo del hombre no ha venido para ser servido sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10, 45; Mt 20,28). El reflejo fiel de esta palabra de Jesús aparece en la doctrina paulina sobre la muerte de Jesús como rescate (cfr 1 Cor 6,20), como redención (cfr Rm 3,24), como liberación (cfr Ga 5,1) y como reconciliación (cfr Rm 5,10; 2 Cor 5,18-20). Aquí está el centro de la teología paulina, que se basa en esta palabra de Jesús.

En conclusión, san Pablo no pensaba en Jesús como algo histórico, como una persona del pasado. Conoce ciertamente la gran tradición sobre la vida, las palabras, la muerte y la resurrección de Jesús, pero no los trata como algo del pasado; lo propone como realidad del Jesús vivo. Las palabras y las acciones de Jesús para Pablo no pertenecen al tiempo histórico, al pasado. Jesús vive ahora y habla ahora con nosotros y vive para nosotros. Esta es la verdadera forma de conocer a Jesús y de acoger la tradición sobre él. Debemos también nosotros aprender a conocer a Jesús, no según la carne, como una persona del pasado, sino como nuestro Señor y Hermano, que hoy está con nosotros y nos muestra cómo vivir y como morir.

[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:

Aunque San Pablo sólo se encontró con Cristo resucitado en el camino de Damasco, consideramos hoy su relación con el llamado "Jesús histórico". Cuando dice en la Segunda carta a los Corintios que conoció a Cristo "según la carne" (5,16), no se refiere a que hubiera estado con Él en la tierra, sino que lo había considerado con criterios humanos. Al Jesús histórico, Pablo lo conoció a través de la primera comunidad cristiana, es decir, por la mediación de la Iglesia. En los escritos paulinos hay numerosas referencias directas y explícitas de lo que él había oído sobre la figura y la predicación del Maestro, que ahora, como dice Pablo, es el "Señor". Además, hay también otras alusiones claras a enseñanzas de Jesús transmitidas por los Evangelios sinópticos, así como temas que remiten a la predicación de Jesús, cambiando a veces el contexto para aplicarlos a quienes, sin haber conocido al Jesús terreno, reconocen al Señor resucitado como nuestro Redentor y Salvador. Más que contar muchas cosas de Jesús como alguien del pasado, Pablo las presupone, y proclama que Él es para cada uno, ahora y siempre, la vida de nuestra vida. Este es su magnífico mensaje para nosotros.

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús, y a los grupos de Argentina, Ecuador, España, México y otros Países latinoamericanos. Os invito, con san Pablo, a tener los sentimientos de una vida en Cristo. Muchas gracias.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

domingo, 5 de octubre de 2008

Me propuse

Primero: oración, vida de piedad, sacramentos (salud del alma),
Segundo: ejercicio físico (salud del cuerpo),
Luego: el trabajo.
Siempre: amar.

Benedicto XVI: Angelus dominical (05-10) y Homilía en la apertura del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra

El subrayado es nuestro. Imagen del Sìnodo tomada de Ecclesia Digital. Me propongo leer el documento sobre el que trabajarà el Sìnodo a ver quièn me acompaña a comentarlo.
Benedicto XVI: El Sínodo, "hacer camino juntos"

Presenta la asamblea al rezar el Ángelus

CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 5 octubre 2008 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI este domingo al rezar el Ángelus junto a miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro, tras haber presidido la celebración eucarística de apertura del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra en la Basílica de San Pablo Extramuros.

* * *


Queridos hermanos y hermanas:

Esta mañana, con la santa misa en la Basílica de San Pablo Extramuros, ha comenzado la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que se celebrará en el Vaticano durante tres semanas y afrontará el tema: "La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia". Vosotros conocéis el valor y la función de esta asamblea particular de obispos, escogidos para representar a todo el episcopado y convocados para ofrecer al sucesor de Pedro una ayuda más eficaz, manifestando y consolidando al mismo tiempo la comunión eclesial.

Se trata de un organismo importante, instituido en septiembre de 1965 por mi venerado predecesor, el siervo de Dios Pablo VI (Cf. carta apostólica en forma de motu proprio "Apostolica sollicitudo"), durante la última fase del Concilio Vaticano II para aplicar una consigna contenida en el decreto sobre el ministerio de los obispos (Cf. Christus Dominus, 5).

Estas son las finalidades del Sínodo de los Obispos: favorecer una cercana unión y colaboración entre el Papa y los obispos de todo el mundo; ofrecer información directa y exacta sobre la situación y los problemas de la Iglesia; favorecer el acuerdo sobre la doctrina y la acción pastoral; afrontar temas de gran importancia y actualidad. Estas tareas son coordinadas por una secretaría permanente, que trabaja en directa e inmediata dependencia de la autoridad del obispo de Roma.

La dimensión sinodal forma parte constitutiva de la Iglesia: consiste en converger de todo pueblo y cultura para convertirse en uno en Cristo y caminar juntos tras Él, que dijo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Juan 14,6). De hecho, la palabra griega sýnodos, compuesta por la preposición syn, es decir "con", y de odòs, que significa "camino", sugiere la idea de "hacer camino juntos", y es precisamente ésta la experiencia del Pueblo de Dios en la historia de la salvación. Para la asamblea general ordinaria, que hoy comienza, he escogido, acogiendo autorizados puntos de vista en este sentido, el tema de la Palabra de Dios a profundizar desde una perspectiva pastoral, en la vida y en la misión de la Iglesia. Ha sido amplia la participación en la fase preparatoria por parte de las Iglesias particulares de todo el mundo, que han enviado sus contribuciones a la Secretaría del Sínodo, que a su vez ha elaborado el Instrumentum laboris, documento sobre el que discutirán los 253 padres sinodales: 51 de África, 62 de América, 41 de Asia, 90 de Europa y 9 de Oceanía. A ellos se les añaden numerosos expertos y auditores, hombres y mujeres, así como "delegados fraternos" de las demás iglesias y comunidades eclesiales y algunos invitados especiales.

Queridos hermanos y hermanas: os invito a todos a apoyar los trabajos del Sínodo con vuestra oración, invocando en especial la intercesión maternal de la Virgen María, perfecta discípula de la divina Palabra.

[Después de rezar el Ángelus, el Papa añadió:]

Esta noche comenzará una singular iniciativa, promovida por la RAI con el título "Biblia, de día y de noche". Se trata de la lectura ininterrumpida de toda la Biblia durante siete días y siete noches, desde hoy hasta el próximo sábado 11 de octubre, transmitida por televisión en directo. La sede será la basílica romana de la Santa Cruz en Jerusalén, y los lectores que se relevarán serán casi 1.200 de 50 países distintos, en parte elegidos con criterio ecuménico y muchos inscritos voluntariamente. Este acontecimiento se inscribe perfectamente en el Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios, y yo mismo daré inicio a la lectura del primer capítulo del libro del Génesis, que será transmitido esta tarde a las siete en el primer canal de la RAI. De esta forma la Palabra de Dios podrá entrar en las casas para acompañar la vida de las familias y de los individuos: una semilla, que si se acoge bien, no dejará de producir abundantes frutos.
[El Papa saludó a continuación a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Doy mi cordial bienvenida a los participantes de lengua española en esta oración del Ángelus, e invito a todos a orar por los trabajos del Sínodo de los Obispos, que en los próximos días reflexionará sobre la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia. Y pidamos a María que nos enseñe a escuchar y acoger con todo nuestro ser lo que Dios nos dice por medio del Verbo encarnado para nuestra salvación. Feliz domingo.

[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]


Homilía de Benedicto XVI al inaugurar el Sínodo de los Obispos

ROMA, domingo, 5 octubre 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció en la mañana de este domingo Benedicto XVI durante la celebración eucarística de inauguración del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra que presidió en la Basílica de San Pablo Extramuros.

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Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:

La primera lectura, tomada del libro del profeta Isaías, así como al página del Evangelio según Mateo, han propuesto a nuestra asamblea litúrgica una sugerente imagen alegórica de la Sagrada Escritura: la imagen de la viña, de la que hemos ya escuchado hablar en los domingos precedentes. La perícopa inicial de la narración evangélica hace referencia al "cántico de la viña", que encontramos en Isaías. Se trata de un canto situado en el contexto otoñal de la vendimia: una pequeña obra maestra de la poesía judía, que debía resultar sumamente familiar a quienes escuchaban a Jesús, y de la que --como en otras referencias de los profetas (Cf. Oseas 10,1; Jeremías 2,21; Ezequiel 17,3-0; 19,10-14; Salmos 79,9-17)-- se comprendía que la viña hacía referencia a Israel. Dios dedica a su viña, al pueblo que ha escogido, los mismos cuidados que un esposo fiel ofrece a su esposa (cfr Ezequiel 16,1-14; Efesios 5,25-33).

La imagen de la viña, junto a la de las bodas, describe por tanto el proyecto divino de la salvación, y se presenta como una conmovedora alegoría de la alianza de Dios con su pueblo. En el Evangelio, Jesús retoma el cántico de Isaías, pero lo adapta a quienes le escuchan y a la nueva hora de la historia de la salvación. No se fija tanto en la viña, sino más bien en los viñadores, a quienes los "servidores" del dueño piden, en su nombre, el arrendamiento. Los servidores son maltratados e incluso asesinados. ¿Cómo no pensar en las vicisitudes del pueblo elegido y en la suerte reservada a los profetas enviados por Dios? Al final, el propietarios de la viña hace un último intento: manda a su propio hijo, convencido de que al menos a él le escucharán. Sin embargo, sucede lo contrario: los viñadores le matan porque es su hijo, es decir, el heredero, convencidos de apoderarse fácilmente de la viña. Nos encontramos, por tanto, ante un salto de calidad frente a la acusación de violación de la justicia social, como se puede ver en el cántico de Isaías. Aquí vemos con claridad cómo el desprecio por la orden impartida por el dueño se convierte en desprecio de él: no es simple desobediencia a un precepto divino, es un verdadero rechazo de Dios: aparece el misterio de la Cruz.

La denuncia de esta página evangélica interpela a nuestra manera de pensar y actuar. No habla sólo de la "hora" de Cristo, del misterio de la Cruz en aquel momento, sino de la presencia de la Cruz en todos los tiempos. Interpela, de manera especial, a los pueblos que han recibido el anuncio del Evangelio. Si contemplamos la historia, nos vemos obligados a constatar con frecuencia la frialdad y la rebelión de cristianos incoherentes. Como consecuencia, Dios, si bien nunca abandona su promesa de salvación, ha tenido que recurrir al castigo. En este contexto, el pensamiento se dirige espontáneamente al primer anuncio del Evangelio del que surgieron comunidades cristianas, en un primer momento florecientes, que después desaparecieron y que hoy sólo son recordadas por los libros de historia. ¿No podría suceder lo mismo en nuestra época? Naciones que en un tiempo tenían una gran riqueza de fe y vocaciones ahora están perdiendo su identidad, bajo la influencia deletérea y destructiva de una cierta cultura moderna. Hay quien, habiendo decidido que "Dios ha muerto", se declara a sí mismo "dios", considerándose el único agente de su propio destino, el propietario absoluto del mundo.

Desembarazándose de Dios, al no esperar de Él la salvación, el hombre cree que puede hacer lo que quiere y ponerse como la única medida de sí mismo y de su acción. Pero cuando el hombre elimina a Dios de su horizonte, cuando declara que Dios ha "muerto", ¿es verdaderamente feliz? ¿Se hace verdaderamente más libre? Cuando los hombres se proclaman propietarios absolutos de sí mismos y únicos dueños de la creación, ¿pueden verdaderamente construir una sociedad en la que reinen la libertad, la justicia y al paz? ¿O no sucede más bien --como lo demuestran cotidianamente las crónicas-- que se difunden el poder arbitrario, los intereses egoístas, la injusticia y el abuso, la violencia en todas sus expresiones? Al final el hombre se encuentra más solo y la sociedad más dividida y confundida.

Pero en las palabras de Jesús hay una promesa: la viña no será destruida. Mientras abandona a su destino a los viñadores infieles, el dueño no abandona a su viña y la confía a otros servidores fieles. Esto indica que, si bien en algunas regiones la fe se debilita hasta extinguirse, siempre habrá otros pueblos dispuestos a acogerla. Precisamente por este motivo Jesús, citando el Salmo Salmo 117 [118] --"La piedra que desecharon los arquitectos es ahora piedra angular" (versículo 22)--, asegura que su muerte no será la derrota de Dios. Tras su muerte, no permanecerá en la tumba, es más, precisamente lo que parecerá un fracaso total, será el inicio de una victoria definitiva. A su dolorosa pasión y muerte le seguirá la gloria de la resurrección. La viña seguirá entonces dando uva y será arrendada por el dueño "a otros labradores que le paguen los frutos a su tiempo" (Mateo 21,41).

La imagen de la viña, con sus implicaciones morales, doctrinales y espirituales, volverá en el discurso de la Última Cena, cuando al despedirse de los apóstoles, el Señor dirá: "Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador.Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto" (Juan 15,1-2). A partir del acontecimiento pascual, la historia de la salvación experimentará, por tanto, un giro decisivo, y los protagonistas serán esos "nuevos labradores" que, injertados como brotes en Cristo, verdadera vid, llevará frutos abundantes de vida eterna (Cf. Colecta de la liturgia de este domingo). Entre estos "labradores" nos encontramos también nosotros, injertados en Cristo, quien quiso convertirse Él mismo en la "verdadera vid". Pidamos al Señor, quien nos entrega su sangre, a sí mismo, en la Eucaristía, que nos ayude a "dar fruto" para la vida eterna y para nuestro tiempo.

El consolador mensaje que recogemos de estos textos bíblicos es la certeza de que el mal y la muerte no tienen la última palabra, sino que al final Cristo vence. ¡Siempre! La Iglesia no se cansa de proclamar esta Buena Nueva, como sucede también hoy, en esta basílica dedicada al apóstol de las gentes, quien se convirtió en el primero en difundir el Evangelio en grandes regiones de Asia Menor y Europa. Renovaremos significativamente este anuncio durante la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos que tiene por tema: "La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia". Quisiera saludaros con afecto cordial a todos vosotros, venerados padres sinodales, y a quienes participáis en este encuentro como expertos, auditores e invitados especiales. Acojo también con alegría a los delegados fraternos de otras iglesias y comunidades eclesiales. Al secretario general del Sínodo de los Obispos y a sus colaboradores les expreso el reconocimiento de todos por el comprometedor trabajo que han realizado en estos meses y por el cansancio que les espera en las próximas semanas.

Cuando Dios habla, siempre exige una respuesta; su acción de salvación exige la cooperación humana; su amor espera ser correspondido. Que no suceda nunca, queridos hermanos y hermanas, lo que narra el texto bíblico sobre la viña: "Esperó que diese uvas, pero dio agraces" (Cf. Isaías 5,2). Sólo la Palabra de Dios puede cambiar profundamente el corazón del hombre, por eso es importante que entremos en una intimidad cada vez mayor con ella tanto cada uno de los creyentes como las comunidades. La asamblea sinodal dirigirá su atención a esta verdad fundamental para la vida y la misión de la Iglesia. Alimentarse de la Palabra de Dios es para ella su primera y fundamental tarea. De hecho, si el anuncio del Evangelio constituye su razón de ser y su misión, es indispensable que la Iglesia conozca y viva lo que anuncia, para que su predicación sea creíble, a pesar de las debilidades y las pobrezas de los hombres que la conforman. Sabemos, además, que el anuncio de la Palabra, siguiendo a Cristo, tiene como contenido el Reino de Dios (Cf. Marcos 1,14-15), pero el Reino de Dios es la misma persona de Jesús, que con sus palabras y obras ofrece la salvación a los hombres de todas las épocas. En este sentido es interesante la consideración de san Jerónimo: "Quien no conoce las Escrituras, no conoce la potencia de Dios ni su sabiduría. Ignorar las Escrituras significa ignorar a Cristo" (Prólogo al comentario del profeta Isaías: PL 24,17).

En este Año Paulino escucharemos resonar con particular urgencia el grito del apóstol de las gentes: "¡ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1 Corintos 9,16); grito que para cada cristiano se convierte en una invitación insistente a ponerse al servicio de Cristo. "La mies es mucha" (Mateo 9,37), repite también hoy el Maestro divino: muchos todavía no le han encontrado y están en espera del primer anuncio de su Evangelio; otros, a pesar de que han recibido una formación cristiana, han perdido el entusiasmo y sólo mantienen un contacto superficial con la Palabra de Dios; otros se han alejado de la práctica de la fe y tienen necesidad de una nueva evangelización. No faltan, además, personas de recta conciencia que se plantean preguntas esenciales sobre el sentido de la vida y de la muerte, preguntas a las que sólo Cristo puede ofrecer respuestas convincentes. Se hace entonces indispensable el que los cristianos de todo continente estén dispuestos a responder a quien pida razón de la esperanza que les habita (Cf. 1 Pedro 3,15), anunciando con alegría la Palabra de Dios y viviendo sin compromisos el Evangelio.

Venerados y queridos hermanos, que el Señor nos ayude a plantearnos juntos, durante las próximas semanas de las sesiones sinodales, cómo hacer cada vez más eficaz el anuncio del Evangelio en nuestro mundo. Todos experimentamos la necesidad de poner en el centro de nuestra vida la Palabra de Dios, de acoger a Cristo como nuestro único Redentor, como Reino de Dios en persona, para hacer que su luz ilumine a todos los ámbitos de la humanidad: desde la familia hasta la escuela, desde la cultura hasta el trabajo, desde el tiempo libre hasta los demás sectores de la sociedad y de nuestra vida. Al participar en la celebración eucarística, experimentamos cada vez más el íntimo lazo que se da entre el anuncio de la Palabra de Dios y el Sacrificio eucarístico: es el mismo Misterio que se nos ofrece a nuestra contemplación. Por este motivo "la Iglesia -como subraya el Concilio Vaticano II-- ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia" (Dei Verbum, 21)

Con razón el Concilio concluye: "Como la vida de la Iglesia recibe su incremento de la renovación constante del misterio Eucarístico, así es de esperar un nuevo impulso de la vida espiritual de la acrecida veneración de la palabra de Dios que 'permanece para siempre'" (Dei Verbum, 26).

Que el Señor nos permita acercarnos con fe a la doble mesa de la Palabra y del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Que nos alcance este don María Santísima, quien "guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" (Lucas 2,19). Que ella nos enseñe a escuchar las Escrituras y a meditarlas en un proceso interior de maduración, que nunca separe la inteligencia del corazón. Que nos ayuden también los santos, en particular el apóstol Pablo, a quien estamos descubriendo cada vez más este año como intrépido testigo y heraldo de la Palabra de Dios. ¡Amén!

[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]


sábado, 4 de octubre de 2008

¡Viene el Sínodo de la Palabra! (XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo: "La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia")

Más información ver aquí.
Radiografía del Sínodo de la Palabra, según su secretario general
Presentación del arzobispo Nikola Eterovic

CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 4 octubre 2008 (
ZENIT.org).- Publicamos la presentación del Sínodo de los Obispos de la Palabra que hizo este viernes a los periodistas en la Sala de Prensa de la Santa Sede el secretario general del Sínodo de los Obispos, el arzobispo Nikola Eterovic, para presentar la asamblea sinodal sobre la Palabra que inaugurará este domingo Benedicto XVI.
* * *
"Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan"(Lc. 11,28). Así respondió Jesús Cristo a una mujer que, maravillada por sus milagros y por sus enseñanzas, impartidas con autoridad (cfr. Lc 4, 32), quería elogiar a su madre, la cual debía de estar orgullosa de su hijo. El Señor, en cambio, declaró bienaventurados a aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la guardan. Escuchar la Palabra de Dios significa comprender lo que se proclama, meditar sobre ese anuncio para que se vuelva parte de la vida concreta. En otra ocasión, para evitar cualquier equivocación, nuestro Señor Jesucristo precisó: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8, 21).
Para convertirse en miembros de la familia de Jesucristo, de su Iglesia, es necesario por lo tanto escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica. Ahora la Palabra de Dios es Jesús mismo, el Verbo eterno hecho carne (cfr. Jn 1, 14), aquél que tiene palabras de vida eterna (cfr. Jn 6, 68). Para comprender el misterio de Jesucristo es necesario conocer las Escrituras, las del Antiguo Testamento, que preparan su venida, y las del Nuevo Testamento, sobre todo los cuatro Evangelios, que narran su vida, describen su misterio pascual, a través del cual Jesús ha salvado el mundo, y cuentan los comienzos de la Iglesia por Él fundada.
Convocados por el Santo Padre Benedicto XVI, los padres sinodales estarán reunidos en Roma del 5 al 26 de octubre de 2008 en la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos para reflexionar sobre la Palabra de Dios, sobre su ser centro de la vida de la Iglesia y sobre su dinamismo, que anima a los cristianos en misión a que anuncien con las palabras y con el ejemplo de vida la Buena Noticia de la presencia entre nosotros del Señor Jesús resucitado. Él, enviado por el Padre, "habla las palabras de Dios porque da el Espíritu sin medida" (Jn 3,34). Por la gracia del Espíritu Santo, los fieles pueden percibir su presencia en la Iglesia, en la oración, en la celebración de la Palabra y, de una manera muy especial, en la Eucaristía.
La celebración de la Eucaristía, presidida por el Santo Padre Benedicto XVI, acompañará los trabajos sinodales en momentos muy significativos. Su Santidad, Presidente del Sínodo de los Obispos, presidirá las 4 celebraciones eucarísticas. La apertura de la Asamblea sinodal tendrá lugar el domingo 5 de octubre en la Basílica Papal de San Pablo Extramuros. Es la primera vez que un Sínodo de Obispos es inaugurado fuera de la Basílica Papal de San Pedro. La razón es obvia, ya que la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos se desarrolla en el Año Paulino que el Sumo Pontífice inauguró el 29 de junio de 2008. La Eucaristía conclusiva tendrá lugar el 26 de octubre en la Basílica de San Pedro del Vaticano. En la misma sede tendrán lugar otras dos celebraciones eucarísticas. El 12 de octubre serán canonizados cuatro beatos que se han distinguido en la escucha de la Palabra de Dios y en ponerla en práctica. Se trata del sacerdote Gaetano Errico, de dos religiosas, Maria Bernarda Büttler y Alfonsa de la Inmaculada Concepción y, de una laica, Narcisa de Jesús Martillo Morán. Es una invitación para todos, para los Padres sinodales y los fieles, para dejarse guiar por el Espíritu Santo por medio de la Palabra de Dios en el necesario y, al mismo tiempo, elevado camino de la beatitud o de la santidad. El 9 de octubre, el Obispo de Roma presidirá la Santa Misa con ocasión del 50 aniversario de la muerte del Siervo de Dios Pío XII que, entre otros grandes méritos, renovó el interés de los estudios bíblicos. Así mismo, la Eucaristía del 19 de octubre, en el Pontificio Santuario de la Virgen del Rosario de Pompeya, será ocasión para que el Santo Padre suplique a la Beata Virgen María su intercesión en favor de los Padres sinodales para que sigan el ejemplo de la Discípula de Jesucristo que escuchaba la Palabra de Dios, guardaba todas esas cosas y las meditaba en su corazón (cfr. Lc 2, 19).
Como de costumbre, cada una de las 24 Congregaciones generales previstas, comenzará y terminará con la oración. En especial, la de las mañanas consistirá en la Liturgia de la Hora Tercia, acompañada por una breve homilía, a cargo de los Padres sinodales. La oración acompañará también el encuentro ecuménico del sábado 18 de octubre de 2008. En la Sala del Sínodo de los Obispos, el Santo Padre, Benedicto XVI, y el Patriarca Ecuménico Bartolomé I, presidirán las primeras Vísperas del XXIX domingo del tiempo ordinario. A continuación, harán sus respectivas intervenciones sobre el tema de la Palabra de Dios con especial referencia al Año Paulino. Será la primera vez que el Patriarca Ecuménico se dirigirá a los Padres sinodales. Él trae el saludo de las Iglesias particulares que el Apóstol de las Gentes fundó antes de trasladarse a Roma, donde fue víctima del martirio. Por su parte, el Obispo de Roma, Papa Benedicto XVI, acogerá en un abrazo fraterno al Patriarca ecuménico para subrayar la importancia de la misión de San Pablo en Roma, ciudad que custodia celosamente y con orgullo los restos mortales de dos pilares de la Iglesia: Pedro y Pablo, así como su rica tradición Apostólica.
En este ambiente de oración y de religiosa escucha de la Palabra de Dios, se llevarán a cabo los trabajos de la XII Asamblea General Ordinaria. En ésta participarán 253 Padres sinodales, representantes de 13 Iglesias Orientales Católicas sui iuris, de 113 Conferencia Episcopales, de 25 Dicasterios de la Curia Romana, y de la Unión de Superiores Generales.
De los 253 Padres sinodales, 51 provienen de África, 62 de América, 41 de Asia, 90 de Europa y 9 de Oceanía. Ellos participarán en la Asamblea General Ordinaria de distintas formas: 173 fueron elegidos, 38 participan ex officio, 32 han sido nombrados por el Santo Padre y 10 fueron elegidos por la Unión de Superiores Generales. Por lo tanto, el 72,3 % de los padres sinodales son elegidos; el 15 % forman parte de los trabajos ex officio y el 12, 6 % están nombrados por el Santo Padre. Entre los 253 padres sinodales hay 8 Patriarcas, 52 Cardinales [1], 2 Arzobispos Mayores, 79 Arzobispos, 130 Obispos. En relación a las funciones que desempeñan: 10 son jefes de las Iglesias Orientales sui iuris, 30 Presidentes de Conferencias Episcopales, 24 jefes de los Dicasterios de la Curia Romana, 185 Ordinarios, 17 Auxiliares.
Entre los padres sinodales el más anciano tiene 88 años (el Patriarca de Antioquía de los Maronitas Card. Pierre Nasrallah Sfeir), mientras que el más joven tiene 39 años (Mons. Anton Leichtfried, Obispo Auxiliar de Sankt Pölten, Austria). Por lo tanto, en las reflexiones sinodales podrán beneficiarse de la experiencia de los hermanos mayores y del dinamismo de los más jóvenes. En todo caso, la edad media de los padres sinodales es 63 años.En la Asamblea sinodal participarán también 41 Expertos, procedentes de 21 países, y 37 Oyentes procedentes de 26 países. Entre los expertos hay 6 mujeres, mientras que las Oyentes son 19, una más que los Oyentes.
En esta cumbre sinodal participan igualmente algunos Delegados fraternos, representantes de 10 Iglesias y comunidades eclesiásticas, que junto a los católicos, comparten el amor y una respetuosa veneración de las Sagradas Escrituras. Además del Patriarcado Ecuménico, estarán representados los Patriarcas de Moscú, Serbia y Rumanía, la Iglesia Ortodoxa de Grecia y la Iglesia Apostólica Armenia, así como la Comunidad Anglicana, la Federación Luterana Mundial, la Iglesia de los Discípulos de Cristo, además del Consejo Ecuménico de las Iglesias.
En los trabajos sinodales participarán también 3 Invitados especiales del Santo Padre, Benedicto XVI. El primero que intervendrá es el Rabino jefe de Haifa, Shear Yashyv Cohen, que la tarde del 6 de octubre, expondrá cómo el Pueblo Hebreo lee e interpreta la Sagrada Escritura - la Torá, los profetas y los escritos sapienciales - que, en gran parte, comparten con los cristianos y que ellos denominan Antiguo Testamento. Se trata de la primera vez que un Rabino, y no un cristiano, se dirige a los padres sinodales. Luego, su E. Card. Albert Vanhoye, S.J., explicará cómo los cristianos se refieren a las Sagradas Escrituras Hebreas, presentando algunas normas del documento de la Pontificia Comisión Bíblica del año 2001: El Pueblo hebreo y sus Sagradas Escrituras en la Biblia cristiana.
Los otros dos Invitados especiales son el Rev. Dr. A. Miller Milloy, Secretario general de la United Bible Societies y el Hermano Alois, Prior de la Comunidad de Taizé.
Los periodistas serán informados con regularidad sobre los trabajos sinodales por los 5 Encargados de Prensa para el francés, el inglés, el italiano, el español y el alemán, respectivamente. Lógicamente, se realizarán algunas Conferencias de prensa que se anunciarán con tiempo. Los trabajos sinodales se pueden llevar a cabo gracias al apoyo de los Asistentes, Traductores, personal técnico y, sobre todo, al de los Oficiales de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos. En total, en el Sínodo de los Obispos participarán más de 400 personas. Durante la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos se aplicará, por primera vez, el Ordo Synodi Episcoporum actualizado en el año 2006. El texto, además de las normas jurídicas, contiene el desarrollo de la praxis sinodal durante sus 40 años de existencia,. Obviamente, se ha tratado de adaptar el Reglamento a las normas del Códice de Derecho Canónico y al Código de los cánones de las Iglesias Orientales, promulgados en 1983 y 1990 respectivamente .
La descripción detallada de las modificaciones exigiría mucho tiempo y sería interesante para los especialistas en derecho, sobre todo en lo que concierne al desenvolvimiento de las instituciones eclesiásticas. A este respecto habría que leer con atención el Proemio, que indica brevemente los aspectos teológicos y jurídicos del Sínodo de los Obispos, confirmados por la praxis sinodal durante más de 4 décadas. Me parece que para esta ocasión será suficiente destacar lo siguiente.
Se indican con mayor claridad las competencias del Relator General y del Secretario Especial. Como se sabe, el Relator General es Su Eminencia el Sig. Card. Marc Ouellet, P.S.S., Arzobispo di Quebec, Canadá. Es la primera vez que un Obispo canadiense cumple la función de Relator General.
El Secretario Especial es su Excelencia Mons. Laurent Monsengwo Pasinya, Arzobispo de Kinshasa, República Democrática del Congo. Es también la primera vez que un Obispo africano, como su Ex. Mons. Monsengwo, desempeña el papel de Secretario Especial de una Asamblea General Ordinaria. Él sustituye a Su Excelencia Mons. Wilhelm Emil Egger, O.F.M. Cap., Obispo di Bolzano-Bressanone, prematuramente desaparecido.En el mencionado Reglamento se refleja mejor la posición jurídica de las venerables Iglesias Orientales Católicas sui iuris. Éstas pueden estar representadas por los Jefes de sus respectivas Iglesias o, si no pudieran participar en la Asamblea sinodal, entonces lo estarían por un Delegado, seleccionado por el Jefe y con el consenso del Sínodo de la Iglesia sui iuris. Además, las Iglesias Orientales Católicas que tienen un número de Obispos superior a 25 pueden escoger otro representante para las Asambleas Generales Ordinarias del Sínodo de los Obispos. Así pues, contaremos por primera vez, en lo que se refiere a las Iglesias Orientales Católicas sui iuris, tres categorías de representación: ex officio, ex designatione y ex electione.
El Reglamento del Sínodo de los Obispos recoge, además de las intervenciones escritas por los Padres sinodales, la llamada Discusión libre. Ésta tendrá lugar de 6:00 a 7:00 PM, dentro de cada una de las Congregaciones generales de la tarde. Además, puesto que cada padre sinodal tendrá a disposición para su intervención oficial 5 minutos, se ha aumentado el tiempo de Discusión libre durante los trabajos sinodales después de las Relaciones anterior y posterior a la Discusión, y también para el Mensaje (Nuntius).
Así mismo, habrán momentos de Discusión libre después de cada cinco relaciones, cada una de 10 minutos en las cuales cinco Obispos indicarán cómo el tema de la Palabra de Dios se recibe en los cinco continentes. Se trata de otra novedad metodológica, prevista para la tarde del 6 de octubre, che permitirá obtener un información más precisa sobre la realidad de las Iglesias particulares en cada uno de los continentes.
Así mismo, en el programa se incluye una relación de unos 30 minutos sobre la recepción de la Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis, la primera del Santo Padre Benedicto XVI. El Relator será su E. Card. Angelo Scola, Patriarca de Venecia, Relator general de la última Asamblea sinodal. Posteriormente habrá una Discusión libre sobre dicho tema. Con esta presentación de algunos aspectos importantes de la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia, quisiera invitar a todos, sobre todo a quienes como personas tienen la vida consagrada, a rezar con mayor fervor y perseverancia con el propósito de que los resultados sinodales contribuyan a renovar el amor hacia la Palabra de Dios que en la Sagrada Escritura encuentra su expresión testimonial, junto al auspiciado dinamismo de la Iglesia y de su misión evangelizadora y de promoción humana.
Concluyo con la cita del último libro de la Biblia que abre los horizontes de la eternidad a quienes aman a Jesucristo, enviado por Dios Padre, que, al escuchar la Palabra de Dios y guiados por el Espíritu Santo, caminan hacia el Reino de los Cielos, en comunión con todos los santos: "Dichoso el que lea y el que escuche las palabras de esta profecía y guarden lo escrito en ella porque el Tiempo está cerca" (Ap 1, 3).
_________________
Nota[1] Algunos grupos se repiten varias veces como en el caso de los Cardenales, ya que entre ellos se incluyen 4 Patriarcas Cardenales, así como un Arzobispo Mayor.[Traducción distribuida por la Secretaría General del Sínodo]

jueves, 2 de octubre de 2008

¡Felicitaciones a todos los miembros del Opus Dei por su 80ª aniversario!

Y le doy gracias a Dios por todos mis amigos del Opus Dei, y en especial por su entrega, cariño, y enseñanzas.


Benedicto XVI: Audiencia General (01-10): “La verdadera libertad consiste en el amor al prójimo”

Hoy durante la audiencia general

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 1 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la catequesis que el Papa pronunció hoy ante los peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro, con motivo de la Audiencia General.

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Queridos hermanos y hermanas,

el respeto y la veneración que Pablo ha cultivado siempre hacia los Doce no disminuyen cuando él defendió con franqueza la verdad del Evangelio, que no es otro que Jesucristo, el Señor. Queremos hoy detenernos en dos episodios que demuestran la veneración y, al mismo tiempo, la libertad con la que el Apóstol se dirige a Cefas y a los otros Apóstoles: el llamado "Concilio" de Jerusalén y el incidente de Antioquía de Siria, relatados en la Carta a los Gálatas (cfr 2,1-10; 2,11-14).

Todo Concilio y Sínodo de la Iglesia es "acontecimiento del Espíritu" y reúne en su realización las solicitudes de todo el Pueblo de Dios: lo han experimentado en primera persona quienes tuvieron el don de participar en el Concilio Vaticano II. Por esto san Lucas, al informarnos sobre el primer Concilio de la Iglesia, que tuvo lugar en Jerusalén, introduce así la carta que los Apóstoles enviaron en esta circunstancia a las comunidades cristianas de la diáspora: "Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros..." (Hch 15, 28). El Espíritu, que obra en toda la Iglesia, conduce de la mano a los Apóstoles a la hora de tomar nuevos caminos para realizar sus proyectos: Él es el artífice principal de la edificación de la Iglesia.

Y sin embargo, la asamblea de Jerusalén tuvo lugar en un momento de no poca tensión dentro de la Comunidad de los orígenes. Se trataba de responder a la pregunta de si era oportuno exigir a los paganos que se estaban convirtiendo a Jesucristo, el Señor, la circuncisión, o si era lícito dejarlos libres de la Ley mosaica, es decir, de la observación de las normas necesarias para ser hombres justos, obedientes a la Ley, y sobre todo libres de las normas relativas a las purificaciones rituales, los alimentos puros e impuros y el sábado. A la Asamblea de Jerusalén se refiere también san Pablo en Ga 2, 1-10: tras catorce años de su encuentro con el Resucitado en Damasco -estamos en la segunda mitad de los años 40 d.C.- Pablo parte con Bernabé desde Antioquía de Siria y se hace acompañar de Tito, su fiel colaborador que, aún siendo de origen griego, no había sido obligado a hacerse circuncidar cuando entró en la Iglesia. En esta ocasión Pablo expuso a los Doce, definidos como las personas más relevantes, su evangelio de libertad de la Ley (cfr Ga 2,6). A la luz del encuentro con Cristo resucitado, él había comprendido que en el momento del paso al Evangelio de Jesucristo, a los paganos ya no les eran necesarios la circuncisión, las leyes sobre el alimento, y sobre el sábado, como muestra de justicia: Cristo es nuestra justicia y "justo" es todo lo que está conforme a Él. No son necesarios otros signos para ser justos. En la Carta a los Gálatas refiere, con pocas palabras, el desarrollo de la Asamblea: recuerda con entusiasmo que el evangelio de la libertad de la Ley fue aprobado por Santiago, Cefas y Juan, "las columnas", que le ofrecieron a él y a Bernabé la mano derecha en signo de comunión eclesial en Cristo (Gal 2,9). Si, como hemos notado, para Lucas el Concilio de Jerusalén expresa la acción del Espíritu Santo, para Pablo representa el reconocimiento de la libertad compartida entre todos aquellos que participaron en él: libertad de las obligaciones provenientes de la circuncisión y de la Ley; esa libertad por la que "Cristo nos ha liberado, para que seamos libres" y no nos dejemos imponer ya el yugo de la esclavitud (cfr Ga 5,1). Las dos modalidades con que Pablo y Lucas describen la Asamblea de Jerusalén se unen por la acción liberadora del Espíritu, porque "donde está el Espíritu del Señor hay libertad", dirá en la Segunda Carta a los Corintios (cfr 3,17).

Con todo, como aparece con gran claridad en las Cartas de san Pablo, la libertad cristiana no se identifica nunca con el libertinaje o con el arbitrio de hacer lo que se quiere; esta se realiza en conformidad con Cristo y por eso, en el auténtico servicio a los hermanos, sobre todo a los más necesitados. Por esto, el relato de Pablo sobre la asamblea se cierra con el recuerdo de la recomendación que le dirigieron los Apóstoles: "sólo que nosotros debíamos tener presentes a los pobre, cosa que he procurado cumplir con todo esmero" (Ga 2, 10). Cada Concilio nace de la Igelsia y vuelve a la Iglesia: en aquella ocasión vuelve con la atención a los pobres que, de las diversas anotaciones de Pablo en sus Cartas, son sobre todo los de la Iglesia de Jerusalén. En la preocupación por los pobres, atestiguada particularmente por la segunda Carta a los Corintios (cfr 8-9) y en la conclusión de la Carta a los Romanos (cfr. Rm 15), Pablo demuestra su fidelidad a las decisiones maduradas durante la Asamblea.

Quizás ya no estemos en grado de comprender plenamente el significado que Pablo y sus comunidades atribuyeron a la colecta para los pobres de Jerusalén. Se trató de una iniciativa del todo nueva en el panorama de las actividades religiosas: no fue obligatoria, pero libre y espontánea; tomaron parte todas las Iglesias fundadas por Pablo en Occidente. La colecta expresaba la deuda de sus comunidades a la Iglesia madre de Palestina, de la que habían recibido el don inenarrable del Evangelio. Tan grande es el valor que Pablo atribuye a este gesto de participación que raramente la llama "colecta": es más bien "servicio", "bendición", "amor", "gracia", es más, "liturgia" (2 Cor, 9). Sorprende, particularmente, este último término, que confiere a la recogida de dinero un valor incluso de culto: por una parte es un gesto litúrgico o "servicio", ofrecido por cada comunidad a Dios, y por otra es acción de amor cumplida a favor del pueblo. Amor por los pobres y liturgia divina van juntas, el amor por los pobres es liturgia. Los dos horizontes están presentes en toda liturgia celebrada y vivida en la Iglesia, que por su naturaleza se opone a la separación entre el culto y la vida, entre la fe y las obras, entre la oración y la caridad a los hermanos. Así el Concilio de Jerusalén nace para dirimir la cuestión sobre cómo comportarse con los paganos que llegaban a la fe, eligiendo la libertad de la circuncisión y por las observancias impuestas por la Ley, y se resuelve en la solicitud pastoral que pone en el centro la fe en Cristo Jesús y el amor por los pobres de Jerusalén y de toda la Iglesia.

El segundo episodio es el conocido incidente de Antioquía, en Siria, que da a entender la libertad interior de que gozaga Pablo: ¿cómo comportarse en ocasión de la comunión en la mesa entre creyentes de origen judío y los de matriz gentil? Aquí se pone de manifiesto el otro epicentro de la observancia mosaica: la distinción entre alimentos puros e impuros, que dividía profundamente a los hebreos observantes de los paganos. Inicialmente Cefas, Pedro, compartía la mesa con unos y con otros: pero con la llegada de algunos cristianos ligados a Santiago, "el hermano del Señor" (Ga 1,19), Pedro había empezado a evitar los contactos en la mesa con los paganos, para no escandalizar a los que continuaban observando las leyes de pureza alimentaria; y la elección era compartida por Bernabé. Tal elección dividía profundamente a los cristianos venidos de la circuncisión y los cristianos venidos del paganismo. Este comportamiento, que amenazaba realmente la unidad y la libertad de la Iglesia, suscitó encendidas reacciones de Pablo, que llegó a acusar a Pedro y a los demás de hipocresía: "Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar?" (Ga 2, 14). En realidad, las preocupaciones de Pablo, por una parte, y de Pedro y Bernabé, por otro, eran distintas: para los últimos la separación de los paganos representaba una modalidad para tutelar y para no escandalizar a los creyentes provenientes del judaísmo; para Pablo constituía, en cambio, un peligro de malentendimiento de la salvación universal en Cristo ofrecida tanto a los paganos como a los judíos. Si la justificación se realiza sólo en virtud de la fe en Cristo, de la conformidad con Él, sin obra alguna de la Ley, ¿qué sentido tiene observar aún la pureza alimentaria con ocasión de la participación en la mesa? Muy probablemente las perspectivas de Pedro y de Pablo eran distintas: para el primero, no perder a los judíos que se habían adherido al Evangelio, para el segundo no disminuir el valor salvífico de la muerte de Cristo para todos los creyentes.

Es extraño decirlo, pero escribiendo a los cristianos de Roma, algunos años después (hacia la mitad de los años 50) Pablo mismo se encontrará ante una situación análoga y pedirá a los fuertes que no coman comida impura para no perder o para no escandalizar a los débiles: "Lo bueno es no comer carne, ni beber vino, ni hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad" (Rm 14, 21). El incidente de Antioquía se reveló así como una lección tanto para Pedro como para Pablo. Solo el diálogo sincero, abierto a la verdad del Evangelio, pudo orientar el camino de la Iglesia: "Que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo (Rm 14,17). Es una lección que debemos aprender también nosotros: con los diversos carismas confiados a Pedro y a Pablo, dejémonos todos guiar por el Espíritu, intentando vivir en la libertad que encuentra su orientación en la fe en Cristo y se concreta en el servicio a los hermanos. Es esencial ser cada vez más conformes a Cristo. Es así que se es realmente libre, así se expresa en nosotros el núcleo más profundo de la Ley: el amor a Dios y al prójimo. Pidamos al Señor que nos enseñe a compartir sus sentimientos, para aprender de Él la verdadera libertad y el amor evangélico que abraza a todo ser humano.

[Al final de la audiencia el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:

Hoy contemplamos dos episodios que demuestran la fidelidad de san Pablo a la verdad del Evangelio. Uno es el Concilio de Jerusalén, en que se trató de si era lícito exigir la circuncisión a los gentiles que llegan a la fe. Allí recibió aprobación la predicación de Pablo, sobre la libertad con respecto a las obligaciones de la Ley judaica. Al exhortar al Apóstol Pablo a no olvidar a los pobres, el Concilio puso de manifiesto que la libertad cristiana no se confunde con el libertinaje, sino que se realiza en el servicio auténtico a los hermanos, especialmente a los más necesitados. Además, la colecta que san Pablo organizó para los pobres de Jerusalén expresaba la deuda que las comunidades fundadas por él tenían con la Iglesia que les había dado el don del Evangelio. El segundo episodio es el incidente, en Antioquia, entre Pedro y Pablo, provocado por la decisión del primero de no compartir la mesa con los cristianos de origen gentil para no escandalizar a los de origen judío. En cambio, Pablo defendía el valor universal de la salvación que se ofrece a todos, gentiles y judíos, ya que la justificación no es obra de la Ley sino de la fe en Cristo. Sin embargo, poco después, en su carta a los Romanos y ante una situación similar, san Pablo recomendará a los fuertes en la fe no tomar alimentos impuros si esto supone un escándalo para los más débiles.

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a los peregrinos y grupos parroquiales venidos de Alemania, Chile, Colombia, España, México y de otros países latinoamericanos. Os invito a que, siguiendo el ejemplo de San Pablo, os dejéis guiar por el Espíritu Santo para comportaros siempre en vuestra vida según la verdad del Evangelio. Que Dios os bendiga

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

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