domingo, 31 de agosto de 2008

Benedicto XVI: Angelus dominical (31 de agosto): la espiritualidad de la Cruz

Benedicto XVI: Para el cristiano la cruz no es algo opcional

Intervención con motivo del Ángelus
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 31 agosto 2008 (
ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI este domingo a mediodía al presidir la oración mariana del Ángelus desde el balcón del patio del palacio apostólico de Castel Gandolfo.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

También hoy, en el Evangelio, aparece en primer plano el apóstol Pedro. Pero, si bien el domingo pasado le admiramos por su fe franca en Jesús, a quien proclamó Mesías e Hijo de Dios, esta vez, en el episodio sucesivo, muestra una fe todavía inmadura y demasiado ligada a la "mentalidad de este mundo" (Cf. Romanos 12, 2). De hecho, cuando Jesús comienza a hablar abiertamente del destino que le espera en Jerusalén, es decir, que tendrá que sufrir mucho y ser asesinado para después resucitar, Pedro protesta diciendo: "¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!" (Mateo 16,22). Es evidente que el Maestro y el discípulo siguen dos maneras opuestas de pensar. Pedro, según una lógica humana, está convencido de que Dios no permitiría nunca a su Hijo terminar su misión muriendo en la cruz. Jesús, por el contrario, sabe que el Padre, a causa de su inmenso amor por los hombres, le ha enviado para dar la vida por ellos y que, si esto implica la pasión y la cruz, es justo que suceda así. Por otra parte, él sabe también que la última palabra será la resurrección. La protesta de Pedro, a pesar de que fue pronunciada con buena fe y por amor sincero al Maestro, a Jesús le suena como una tentación, una invitación a salvarse a sí mismo, mientras que sólo si pierde su vida la recibirá nueva y eterna por todos nosotros.


Si para salvarnos el Hijo de Dios tuvo que sufrir y morir crucificado, no es ni mucho menos un designio cruel del Padre celestial. La causa es la gravedad de la enfermedad de la que tenía que curarnos: un mal tan serio y mortal que exige toda su sangre. De hecho, con su muerte y resurrección, Jesús ha derrotado al pecado y a la muerte, restableciendo el señorío de Dios. Pero la lucha no ha terminado: el mal existe y resiste en toda generación, también en nuestros días. ¿Acaso los horrores de la guerra, la violencia contra los inocentes, la miseria y la injusticia que se abaten contra los débiles, no son la oposición del mal al reino de Dios? Y, ¿cómo responder a tanta malicia si no es con la fuerza desarmada del amor que vence al odio, de la vida que no tiene miedo de la muerte? Es la misma fuerza misteriosa que utilizó Jesús, a costa de ser incomprendido y abandonado de muchos de los suyos.


Queridos hermanos y hermanas: para llevar a pleno cumplimiento la obra de salvación, el Redentor sigue asociando a sí y a su misión a hombres y mujeres dispuestos a tomar la cruz y a seguirle. Como le sucedió a Cristo, también para los cristianos cargar con la cruz no es algo opcional, sino una misión que hay que abrazar por amor. En nuestro mundo actual, en el que parecen dominar las fuerzas que dividen y destruyen, Cristo no deja de proponer a todos su invitación clara: quien quiere ser mi discípulo, reniegue de su egoísmo y lleve conmigo la cruz. Invoquemos la ayuda de la Virgen santa, quien siguió a Jesús por el camino de la cruz en primer lugar y hasta el final. Que ella nos ayude a seguir con decisión al Señor para experimentar ya desde ahora, a pesar de la prueba, la gloria de la resurrección.


[Tras rezar el Ángelus, el Papa pronunció este mensaje en italiano:]


En estas últimas semanas se ha registrado un aumento de casos de inmigración irregular de África. En ocasiones, la travesía del Mediterráneo hacia el continente europeo, visto como una meta de esperanza para huir de situaciones adversas y con frecuencia insoportables, se transforma en tragedia; la que tuvo lugar hace unos días parece haber superado a las precedentes por el elevado número de víctimas. La inmigración es un fenómeno presente desde los albores de la historia de la humanidad, que desde siempre ha caracterizado las relaciones entre los pueblos y naciones. Ahora bien, el hecho de que en nuestros días se haya convertido en una emergencia nos interpela y, exigiendo nuestra solidaridad, impone al mismo tiempo respuestas políticas eficaces.


Sé que muchas instituciones regionales, nacionales e internacionales se están ocupando de la cuestión de la inmigración irregular: las aplaudo y las aliento para que sigan realizando su meritoria labor con sentido de responsabilidad y espíritu humanitario. Sentido de responsabilidad también tienen que mostrar los países de origen, no sólo porque se trata de sus conciudadanos, sino también para eliminar las causas de la inmigración irregular, así como para eliminar, en su raíz, todas las formas de criminalidad ligadas.


Por su parte, los países europeos y los que son meta de inmigración están llamados entre otras cosas a desarrollar en común acuerdo iniciativas y estructuras cada vez más adecuadas a las necesidades de los inmigrantes irregulares.


Estos últimos, además, deben ser sensibilizados en el valor de la propia vida, que representa un bien único, siempre precioso, que se debe tutelar ante los graves riesgos a los que se exponen al buscar mejorar sus condiciones de vida, y en el deber de legalidad que es una obligación para todos.


Como padre común, siento el profundo deber de llamar la atención de todos sobre este problema y de pedir la generosa colaboración de personas e instituciones para afrontarlo y encontrar caminos de solución. ¡Que el Señor nos acompañe y haga fecundos nuestros esfuerzos!


[A continuación, el Papa saludó en varios idiomas a los peregrinos. En español, dijo:]


Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, en particular a los Pastores y fieles de la querida Nación cubana, que ayer inauguraron solemnemente el Trienio preparatorio de la celebración de los cuatrocientos años del hallazgo y la presencia de la venerada imagen de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre. A todos los amados hijos e hijas de la Iglesia que vive en ese noble País los encomiendo fervientemente en mi plegaria, para que, a ejemplo de María Santísima, y ayudados por su maternal intercesión, tengan una fe rica en obras de misericordia y amor. Los invito asimismo a acoger cotidianamente en su corazón la Palabra de Dios, a meditarla y llevarla a la práctica con valentía y esperanza para que, como auténticos hijos de Dios Padre, discípulos fieles de Cristo y, con la fuerza del Espíritu Santo, sean misioneros del Evangelio en cualquier circunstancia de la vida. Reciban a la Virgen en sus casas, permanezcan con Ella en oración y encuentren su dicha en hacer lo que su Hijo Jesús les diga. En este hermoso camino los acompaña el afecto y la cercanía espiritual del Papa. Que Dios bendiga a Cuba y a todos los cubanos.
[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

viernes, 15 de agosto de 2008

Carta del Prelado del Opus Dei a sus fieles (agosto)

Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Os envío estas líneas desde Manila, una de las etapas del viaje que me ha llevado por diversos países de Asia y Oceanía. En todos los sitios he tenido ocasión de comprobar el amor a Dios y la vibración apostólica de mis hijas y de mis hijos. Entiendo —con las distancias lógicas— y hago mías las palabras de San Pablo: damos continuamente gracias a Dios por todos vosotros, teniéndoos presentes en nuestras oraciones. Sin cesar recordamos ante nuestro Dios y Padre vuestra fe operativa, vuestra caridad esforzada y vuestra constante esperanza en Nuestro Señor Jesucristo[1]. Uníos a este agradecimiento mío, repitiendo muchas veces aquel gratias tibi, Deus, gratias tibi! que acudía con naturalidad a los labios de nuestro Padre, cuando miraba esta partecica de la Iglesia que es la Prelatura del Opus Dei.
Mientras recorremos este año especialmente dedicado al Apóstol de las gentes, tenemos bien presente que —al inaugurarlo— el Romano Pontífice nos sugería: no nos preguntamos sólo: ¿quién era Pablo? Nos preguntamos sobre todo: ¿quién es Pablo? ¿Qué me dice a mí?[2]. Y, tomando el conocido texto a los Gálatas —la vida que vivo ahora en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí[3]-, el Santo Padre añadía: todo lo que Pablo hace, parte de este centro. Su fe es la experiencia de ser amado por Jesucristo de una manera totalmente personal; es la conciencia del hecho de que Cristo ha afrontado la muerte, no por algo anónimo, sino por amor a él —a Pablo— y que, como Resucitado, le ama todavía[4]. Sí, con ese mismo amor nos ha buscado a nosotros.
Después del encuentro en el camino de Damasco —encuentro que revolucionó completamente su vida—, Cristo se convirtió en el punto focal de la persona y de la obra de Saulo, hasta el punto de que el Apóstol pudo afirmar con toda verdad: mihi vivere Christus est[5], para mí, el vivir es Cristo. Y lo explica muy gráficamente a los cristianos de Filipos: cuanto era para mí ganancia, por Cristo lo considero como pérdida. Es más, considero que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él perdí todas las cosas, y las considero como basura con tal de ganar a Cristo y vivir en Él, no por mi justicia, la que procede de la Ley, sino por la que viene de la fe en Cristo, justicia que procede de Dios, por la fe[6].
Enseñanza válida y siempre actual para todos los cristianos. Es importante que nos demos cuenta de cómo Jesucristo puede influir en la vida de una persona y, por tanto, también en nuestra propia vida[7], subraya el Papa. Alimentemos en nuestros corazones este único afán: vivir en Cristo, de Cristo y por Cristo; tratarle en la oración y en la Eucaristía, para identificarnos más y más con Él; llevarle a las personas que encontramos a lo largo de nuestro camino. Consideremos que, lo que nos pueda apartar de Dios, hemos de considerarlo basura —como Pablo— y rechazarlo enérgicamente lejos de nosotros, con la gracia del Señor.
Para llegar a esta identificación con Jesús, aspiración y meta de la persona cristiana, en primer lugar, hemos de creer firmemente en Él, adherirnos completamente a los planes que dispone para cada uno de nosotros. San Pablo nos ayuda a entender que la fe debe informar no sólo la inteligencia, sino también la voluntad y el corazón: nuestro ser entero. Afirma que la justificación —el don de Dios por el que somos librados de nuestros pecados e incorporados a la comunión de vida con la Trinidad Beatísima— precede a toda obra o mérito humano. Procede de una elección pura y gratuita del Amor divino. En su carta a los Romanos, por ejemplo, escribe San Pablo: el hombre es justificado por la fe, con independencia de las obras de la Ley[8]. Y a los Gálatas: como sabemos que el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por medio de la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la Ley, ya que por las obras de la Ley ningún hombre será justificado[9].
Ser justificados significa saberse acogidos por la justicia misericordiosa de Dios, entrar en comunión con Él y, por eso, participar de su santidad de modo real y verdadero: nos hace verdaderos hijos suyos, en Jesucristo, por la gracia del Espíritu Santo. Comentando esas palabras del Apóstol, el Papa explica que San Pablo expresa el contenido fundamental de su conversión, el nuevo rumbo que tomó su vida como resultado de su encuentro con Cristo resucitado. San Pablo, antes de la conversión, no era un hombre alejado de Dios y de su ley (...). Sin embargo, a la luz del encuentro con Cristo, comprendió que antes sólo había buscado construirse a sí mismo, su propia justicia, y que con toda esa justicia sólo había vivido para sí mismo. Comprendió que su vida necesitaba absolutamente una nueva orientación. Y esta nueva orientación la expresa así: “la vida, que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2, 20)[10].
Hemos de seguir un camino de fe, para poder vivir en Cristo. Te lo dice San Pablo, alma de apóstol: “Justus ex fide vivit.” —El justo vive de la fe.
—¿Qué haces que dejas que se apague ese fuego?[11].
Precisamente porque esta virtud la recibimos como don gratuito, hemos de impetrarla de Dios con humildad. Este primer paso, constantemente renovado, se torna siempre más necesario para avanzar por el camino de la vocación cristiana. ¿Se la pedimos al Señor cada día? Adauge nobis fidem![12], clamaban los Apóstoles dirigiéndose al Maestro, al tomar conciencia de sus límites e imperfecciones. Y así hemos de comportarnos nosotros. ¡Qué buena jaculatoria para que la repitamos frecuentemente! Además, al rezar en primera persona del plural, nos abrimos a los demás: nos reconocemos hijos del mismo Padre celestial, hermanos en Cristo, y nuestra oración será escuchada más fácilmente, porque nos empujará a no encerrarnos en el círculo de nuestro “yo”, que es el gran enemigo de la identificación con Jesucristo, sino a girar en torno a Dios, a pensar en los otros por Dios.
San Josemaría, firmemente persuadido de esta realidad, puntualizaba que —luchando por conducirnos de este modo— se despeja la senda para llegar a ser contemplativos en medio del mundo. Esta convicción, añadía, nos llevará a preocuparnos siempre de los demás, por amor de Dios, y a no pensar en nosotros mismos; de modo que al final de la jornada, vivida en medio de los afanes de cada día, en nuestro hogar, en nuestra profesión u oficio, podremos decir, al hacer nuestro examen de conciencia: ¡Señor, no sé qué decirte de mí: he pensado sólo en los otros, por Ti! Lo que, con palabras de San Pablo, se podría traducir: vivo autem, iam non ego: vivit vero in me Christus! (Gal 2, 20). ¿No es esto ser contemplativos?[13].
El Apóstol escribe innumerables veces en sus epístolas que el cristiano está “en Cristo”, o lo que es igual, que “Cristo está en vosotros”. Esta compenetración mutua entre Cristo y el cristiano, característica de la enseñanza de San Pablo, completa su reflexión sobre la fe, pues la fe —explica Benedicto XVI—, aunque nos une íntimamente a Cristo, subraya la distinción entre nosotros y Él. Pero, según San Pablo, la vida del cristiano tiene también un componente que podríamos llamar “místico”, puesto que implica ensimismarnos en Cristo y Cristo en nosotros[14]. De ahí que el Apóstol pueda exhortarnos: tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús[15]. ¿Entiendes ahora aquella insistencia de nuestro Padre, repitiendo: vultum tuum, Domine, requiram?[16].
Hijas e hijos míos, toda esta enseñanza maravillosa no se queda en una entelequia, no se reduce a una simple teoría, sino que es una realidad palpitante, que hemos de esforzarnos por traducir en la práctica; y, además, está al alcance de cada uno, con la gracia de Dios, como le sucedió al Apóstol de las gentes.
El Santo Padre nos invita también a sacar dos consecuencias. Por una parte, la fe debe mantenernos en una actitud constante de humildad ante Dios, más aún, de adoración y alabanza (...). Es necesario que a nada ni a nadie rindamos el homenaje que le rendimos a Él. Ningún ídolo debe contaminar nuestro universo espiritual; de lo contrario, en vez de gozar de la libertad alcanzada, volveremos a caer en una forma de esclavitud humillante.
Por otra parte, nuestra radical pertenencia a Cristo y el hecho de que “estamos en Él” tiene que infundirnos una actitud de total confianza y de inmensa alegría[17].
¡Cómo cambia la vida cuando estas luces se mantienen perennemente encendidas en el alma! Esforcémonos en hacer resonar esta buena nueva en los oídos de muchas y de muchos. Podemos estar seguros de que el año paulino trae consigo una gracia especial para difundir estas verdades.
En la Virgen María, la actitud de fe y la identificación con Cristo llegaron a las cimas más altas que una criatura puede alcanzar. Al celebrar en este mes su gloriosa Asunción en cuerpo y alma al Cielo, nos maravillamos una vez más contemplando los prodigios que la gracia divina es capaz de realizar, si encuentra correspondencia en las personas. Ciertamente, en la Virgen María, elegida desde la eternidad para ser Madre del Verbo encarnado, el favor divino se manifestó con plenitud. Nosotros, hijos suyos y hermanos de Jesucristo, queremos parecernos a nuestra Madre. Por eso, al renovar el día 15 la consagración de la Obra a su Corazón Dulcísimo e Inmaculado, roguémosle que se vuelvan realidad —en cada una y en cada uno— las súplicas que le dirigimos.
El mes de agosto trae consigo otras conmemoraciones. El día 23 es el aniversario de cuando Juan Pablo II dio a conocer su decisión de erigir el Opus Dei en prelatura personal. Un 7 de agosto, en 1931, San Josemaría comprendió con luces nuevas que los fieles de la Obra —mujeres y hombres— están llamados a poner la Cruz de Cristo en el pináculo de todas las actividades humanas.
Precisamente en esta fecha, aniversario de mi ordenación sacerdotal, tendré la alegría de clausurar las sesiones del proceso instruido en el Tribunal de la Prelatura con vistas a la Causa de canonización del queridísimo don Álvaro. Ya os he pedido, en varias ocasiones, que encomendemos los pasos sucesivos: el reconocimiento oficial de la santidad del primer sucesor de nuestro Padre redundará en gran bien para la Iglesia y para las almas.
Vuelvo a las palabras con que he comenzado esta carta. Voy por los diferentes lugares de Oriente con cada una y con cada uno de vosotros: este pensamiento me llena de fortaleza, y me anima a repetiros lo que nuestro Padre quiso poner en la sobrepuerta del sagrario del oratorio de Pentecostés, en la Villa Vecchia: consummati in unum![18]. Hemos de sostenernos los unos a los otros, para que la lucha personal hacia la santidad sea constante, firme, alegre; comenzando y recomenzando cada día, para aprender a amar a Dios en todo.
Con todo cariño, os bendice
vuestro Padre
+ Javier
Manila, 1 de agosto de 2008.
[1] 1 Ts 1, 2-3.
[2] Benedicto XVI, Homilía en la inauguración del año paulino, 28-VI-2008.
[3] Gal 2, 20.
[4] Benedicto XVI, Homilía en la inauguración del año paulino, 28-VI-2008.
[5] Flp 1, 21.
[6] Ibid. 3, 7-9.
[7] Benedicto XVI, Discurso en la audiencia general, 8-XI-2006.
[8] Rm 3, 28.
[9] Gal 2, 16.
[10] Benedicto XVI, Discurso en la audiencia general, 8-XI-2006.
[11] San Josemaría, Camino, n. 578.
[12] Lc 17, 5.
[13] San Josemaría, Instrucción, mayo-1935/14-IX-1950, nota 72.
[14] Benedicto XVI, Discurso en la audiencia general, 8-XI-2006.
[15] Flp 2, 5.
[16] Cfr. Sal 26, 8 (Vg).
[17] Benedicto XVI, Discurso en la audiencia general, 8-XI-2006.
[18] Jn 17, 23.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Desaparecido por ataque de desgano piadoso...

Asì es, me mantengo en el mìnimo...

Noticias sobre la Iglesia chavista en Venezuela

Opinión:Agradecimiento al pueblo de Venezuela (desde España Liberal)

España Liberal (Enviado por: Comunicaciones) , 13/08/08, 06:58 h

Iglesia Anglicana Latino-Americana, agradece públicamente a Venezuela y a los cristianos residentes en Estado Zulia [Maracaibo, Ojeda, Cabimas y Santa Bárbara], con motivo de la consagración de los obispos de la Iglesia Católica Reformada de Venezuela Rito Anglicano.
En nombre de La Iglesia Anglicana Latino-Americana [The Latin-American Anglican Church], de la Iglesia Anglicana Conservativa de Norte America [The Conservative Anglican Church of North America], y de la Comunión Anglicana Ortodoxa Mundial [The Orthodox Anglican Communion], quiero en el día de hoy Domingo 10 de Agosto del Año de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo 2008, como homenaje a la memoria y fiesta del Diácono y Martir San Lorenzo, quien entregó muy joven la vida al servicio de los mas pobres, abandonados y marginados de su época (Año 284 Era cristiana), y quien fue torturado, masacrado y asesinado, por el imperio romano, sobre una parrila caliente arriba de una hoguera de fuego prendido, agradecer al pueblo del Estado del Zulia, República Bolivariana de Venezuela y en especial a quienes residen en Maracaibo, Ciudad Ojeda, Cabimas y Santa Bárbara, cada una de las atenciones recibidas, por este humilde siervo de Dios, en compañia de nuestros hermanos el Arzobispo Alfred Dale Climie de USA y el Obispo Jorge Pérez-Benitez de México, entre el 25 de Junio, 2008 y el 3 de Julio del presente año, con motivo de nuestra visita misionera a tierras venezolanas y resaltando la importancia de la Consagración Episcopal de los tres primeros obispos de la Iglesia Católica Reformada de Venezuela Rito Anglicano, asumiento la responsabilidad histórica cristiana, Monseñor Enrique José Albornoz-Cano, Monseñor Jon Jen Siu-García, Monseñor Alexis José Bertis-Vargas y el Obispo Electo Monseñor Simón José Alvarado Espina.
A las esposas y familiares de los obispos, Presbíteros, Diáconos con sus familias, fieles, líderes espirituales, cívicos, sociales y a cada uno de los venezolanos: Muchas gracias por la fuerte acogida. No tenemos como pagar tanta bondad y generosidad. Nosotros oraremos permanentemente por el devenir histórico de Venezuela y de America Latina y seguimos fuertes en el Dios de la historia y de la vida, trabajando por el engrandecimiento espiritual y material de todos los hombres del mundo en especial "optando por lo pobres", para que la igualdad, equilibrio, dignidad y bienestar de todos los hijos e hijas de Dios, alcancen dentro de un proyecto social justo y equitativo la paz hasta construir la "ciudad del amor", en todos los pueblos de America y del mundo conocido.
Aunque fue muy corta la estadía y el tiempo no alcanzó para visitar otros territorios de la nación bolivariana, he solicitado a la Organización Bolivariana de Naciones Unidas de Yaracuy, en cabeza de Alejandra Villegas y de cada uno de sus representantes, hacer un esfuerzo para que este hijo de Dios, haga de nuevo presencia en Venezuela y de esa manera, podamos extender el reino de Dios y su justicia, trabajando la opción por los pobres en forma mancomunada y respetando en libertad, a aquellos latinoamericanos y latinoamericanas, que por situaciones que entendemos, han retirado la fe y la creencia en Dios y sobre todo en sus falsos representantes. Antes de mover mi residencia con la ayuda de Dios a la República de Argentina, deseo volver a Venezuela y esta vez aunque no para quedarme, sí para lograr resultados mas fructíferos de solidaridad, entrelazando nuestras manos y fuerza, como hermanos de un mismo territorio, que debe con estrategias de inversión social, lograr la paz y el bienestar de todos y de todas las personas y familias sin distinción. Que no haya un pobre en el mundo y que todos gocemos de las delicias que fueron creadas con justicia y equidad desde la igualdad.
Saludos y bendiciones desde la ciudad de London, Provincia de Ontario, en Canadá,
+ LeonardoPrimado de IAL.
obispoleo7@cacna.org
The Most Rev. + Leonardo Marin-SaavedraArzobispo Primado de IAL202-136 Albert StreetLondon, Ontario, N6A 1M2Canadá Phone: + 1 (519) 615-1231

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